Sensibilidad para la música, insensibilidad para la vida

Madrid

En La violinista, el primer largometraje que ha dirigido el escritor, guionista y dramaturgo finlandés Paavo Westerberg, se plantea una atractiva contradicción. La protagonista de la historia es una prestigiosa violinista que una noche, después de un concierto triunfal, sufre un atropello. Su mano derecha, con la que sujeta el arco del violín, queda dañada para siempre. Ha perdido la sensibilidad en los dedos y debe abandonar una vida dedicada a viajar por todo el mundo dando conciertos.

Lo curioso es que, cuando la película avanza y conocemos mejor al personaje, descubrimos a una mujer totalmente insensible ante todo lo que no sea su violín y la música. Su familia, marido e hijo, son un estorbo vital e impartir clases en un conservatorio es una humillación para ella, una artista con mayúsculas.

La violinista plantea los peajes que debe pagar un gran artista para llegar a lo más alto. Karin, la protagonista, descubre siendo profesora del conservatoria a un joven que tiene talento, pero no ambición por llegar a lo más alto, a la perfección en el arte. A los protagonistas lo que de verdad les asusta, y así lo dicen, es convertirse en violinistas mediocres, pero no parece importarles llegar a ser personas mezquinas. ¿Es imposible encontrar el equilibrio entre el Arte y la vida personal y afectiva? ¿Hay que ser totalmente insensible en el día a día para tocar con sensibilidad el concierto para violín y orquesta de Mendelssohn?

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Quizá a La violinista le sobra melodrama, pero el juego de sensibilidades e insensibilidades que plantea es más que sugestivo. Eso y escuchar a lo largo del metraje preciosas piezas de violín y comprobar lo duros y exigentes que son los ensayos para llegar a tocarlas con una técnica depurada, pero también con una profunda emoción. Con sensibilidad.