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Caen las mascarillas en verano, como las hojas en otoño

"La normalidad no ha existido nunca, pero sí el deseo de luchar por ella. Ya podemos volver a intentarlo"

Caen las mascarillas en verano, como las hojas en otoño

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Barcelona

Caen las mascarillas como las hojas muertas de la canción, pero los muertos son gente que conocíamos, gente a la que queríamos, y también gente que nos salvaba de la pandemia y de tantas otras enfermedades. Empezamos aplaudiéndoles a ellos y a ellas, y acabamos compartiendo nuestros aplausos con todos los que estaban al pie del cañón, y el cañón era una lata del supermercado, el cubo de fregar, el volante de un autobús o el de un taxi. Cosas redondas como las bocas de los cañones. ¿Qué se siente cuando estás atrapado en el redondel del miedo? Antes de que se inventaran los círculos en política, Valle-Inclán ya sabía que éramos circulares, y por eso llamó a España el Ruedo Ibérico. Luego una editorial en el exilio tomó este nombre, y así nos recordaba que al ruedo le faltaba una rueda, por lo menos. A partir de ahora, descubriremos en la calle qué había detrás de las mascarillas, qué queda de nuestras caras, qué resiste todavía de lo que fuimos, y sabremos además qué se anuncia en nuestros rostros de lo que quisiéramos ser a partir de este momento, o a partir de un tiempo largo. Porque las mascarillas pasan y los virus permanecen. Llevando máscaras de tela, éramos el hombre de la máscara de hierro, el del folletín. Aquel misterioso desdichado confinado en la Bastilla. Alejandro Dumas fantaseó con que fuera el hermano gemelo de Luis XIV, el rey Sol. Confinados y enmascarados nosotros también, nuestros hermanos gemelos éramos nosotros mismos queriendo salir de todo esto. Pero el templo del sol exigía sacrificios a diario. Igual que el capitán Haddock, quisiéramos devolverle a la llama su sucio escupitajo. Fue la vacuna. La normalidad no ha existido nunca, pero sí el deseo de luchar por ella. Ya podemos volver a intentarlo. Sabemos que no somos mejores, pero basta con estar vivos.

 
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