El auge de los bulos en pandemia: "Las plataformas siguen sin ayudarnos a luchar contra la desinformación"
Hablamos con Marc Amorós, experto en bulos, para analizar la denuncia de dos 'influencers' que recibieron una oferta para desacreditar a Pfizer en sus vídeos
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Madrid
Hace tiempo que los bulos preocupan en Europa. Aquí en España, medios como Newtral, Maldita o EFE Verifica se dedican a pasar el filtro del fact-checking a las informaciones que se mueven en redes sobre la pandemia. Podemos recibirlas a través de todo tipo de formatos (cadenas de WhatsApp, vídeos o fotos) y tienen muchos nombres (bulos, desinformación, patrañas…), pero el trasfondo es el mismo: están articuladas para intoxicar y normalmente suele haber algún interés detrás de su propagación.
Esta semana, la BBC publicó la historia de dos youtubers que denunciaron en redes que una agencia les había ofrecido organizar una campaña de desprestigio para hablar mal de las vacunas en sus vídeos. Marc Amorós, autor del libro ‘Por qué las fake news nos joden la vida’, conoce bien la lucha contra este tipo de bulos. Hoy hemos analizado este fenómeno con él en ‘La Ventana’.
Los bulos se manejan mejor en aguas digitales. Es su entorno favorito porque no tiene apenas filtros que purifiquen la información que se comparte. Y ahí está el problema, porque ni siquiera las grandes plataformas sirven de escudo: “Las tecnológicas siguen sin ayudarnos a luchar contra la desinformación. Podrían hacer más en lo que se refiere a las políticas porque hay todo un campo que está abierto a que cualquiera pueda difundir información falsa”
Ahí, los perfiles más activos en redes llevan la delantera: “El influencer es un medio de comunicación en sí mismo y tiene una capacidad de influencia mayor de la que puede llegar a tener cualquier periódico. De hecho, algunos difunden información falsa a sabiendas sobre alimentación o salud. Ni se esconden, llevan años haciéndolo e incluso arman negocios alrededor de esas creencias”.
El debate sobre la legislación
De todo lo que se sabe hasta ahora sobre cómo funciona la desinformación, hay algo que ya está bastante claro: nuestras emociones son la diana. “[Los bulos] Se viralizan seis veces más rápido que las noticias, porque juegan con nuestras emociones. Levantan olas de indignación y apelan a nuestro miedo o a nuestra inseguridad. Eso hace que las compartamos más. Y el sentimiento de culpa cuando resulta que hemos contribuido a viralizar una mentira se diluye porque lo hemos hecho en grupo”, según Amorós.
Más allá de la pedagogía, en algunos países se ha abierto el debate sobre la intervención legislativa para frenar el auge de los bulos. Pero la posibilidad de dar carta blanca a los gobiernos no convence a muchos periodistas: “Legislar contra qué se puede decir y qué no remite a épocas oscurantistas en las que los regímenes querían controlar los flujos de información. Es la forma que tienen de controlar también a la población”. De hecho, un estudio de Oxford concluyó que en 2019 “al menos un partido político u organismo de gobierno” de 70 países analizados había usado las redes para “manipular la opinión pública”.
Y la pandemia solo ha agudizado más la situación: “El coronavirus ha creado un tema único de conversación a nivel global, que es algo que no existía. El virus nos iguala a todos, por eso la pandemia es un terreno de juego ideal para la desinformación. Las noticias son falsas, pero las consecuencias son muy reales”. De ahí, la alerta del Instituto Reuters, que lleva años vigilando de cerca las consecuencias de la desinformación: “Aún queda mucho trabajo por hacer (…) el acceso a la información rigurosa, relevante y confiable puede ayudar a combatir la infodemia y así ayudar a que la gente se ayude a sí misma y a sus sociedades”.