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El "ascensor roto" de la meritocracia

Diego S. Garrocho, profesor de Ética y Filosofía Política en la UAM; Luna Miguel, escritora, poeta y editora, y Azahara Palomeque, escritora y doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton, reflexionan sobre la meritocracia y la cultura del esfuerzo

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Madrid

Hace solo un par de días la justicia condenaba con cárcel a la exdirectora del Instituto Valenciano de Arte Moderno, Consuelo Císcar, por utilizar los fondos del museo para promocionar la carrera artística de su hijo. La noticia se suma a las ya habituales polémicas nepotistas que se dan en nuestro país. Este tipo de conductas, además, contrastan con la cultura de la meritocracia, que parece rota desde la crisis de 2008.

Parte del debate se basa en la existencia del concepto mismo y cómo se aplica en la práctica. Para Garrocho, la existencia de la meritocracia pasa por reconocerla como un ideal regulativo, en el que hay, sin embargo, que trabajar. Luna Miguel va más allá, y compara la sensación de vivir como una “eterna becaria” a la de estar en un desierto: “Los años de formación, que antes se reducían a unos pocos, ahora se han convertido en años y años y años en los que uno tiene que estar demostrando que merece estar donde está”.

Azahara Palomeque, desde Filadelfia, reflexiona sobre su trayectoria: “Los cinco títulos universitarios, que parce una exageración, pero cuando uno viene de familia trabajadora la educación parece la única salida. Después, un máster para abrir puertas, y ves que no se abren. Uno valora esa educación y piensa, ¿a dónde me ha llevado?”. Además, Palomeque plantea la educación en términos de inversión y destaca que, en su caso ha supuesto un proceso muy doloroso como la emigración.

Para Garrocho, basándose en el filósofo Sandel, el problema no es que la meritocracia no exista, sino que se señala como meritocracia aquello que no es meritocracia. Por eso defiende: “El concepto es perfectamente válido. Lo que tenemos que reconstruir es ese ideal regulativo para que podamos asumir que en efecto las diferencias, que pueden ser legítimas, sean consecuencia de un esfuerzo”.

La ruptura generacional, a raíz de la decepción de los jóvenes con la meritocracia, se pone de manifiesto en la falta de tutoría, de ‘mentoring’ de las generaciones ya establecidas en el mundo laboral. La expectativa de “vivir mejor que nuestros padres” se convierte en un sueño truncado para la mayoría de los jóvenes. “Hablando de frustraciones, es muy duro cuando una intenta conectar con otras generaciones, con gente mayor que han tenido una serie de condiciones laborales, que han tenido unas oportunidades porque había crecimiento en términos macroeconómicos”, afirma Palomeque, que además añade que este panorama supone una falta de entendimiento entre generaciones.

Del mismo modo, Garrocho, reivindica desde su faceta de educador e investigador la necesidad de expresar con realismo a los más jóvenes el futuro que les espera. Luna Miguel concluye hablando de la culpa: “No sabemos de quien es, pero se ha metido en nuestro organismo, y lo importante es ver qué vamos a hacer a partir de ahora”.

 
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