¿Y si acabamos con la murga de la reforma constitucional?
"Muchos derechos conquistados, desde el divorcio hasta la eutanasia, pasando por el matrimonio igualitario, deberían entrar en la Constitución para evitar que futuros gobiernos reaccionarios los eliminen por ley. Y algunas hiperprotecciones como los aforamientos o la absoluta inviolabilidad del rey, incluso en el delito, deben ser modificados", la polémica de Isaías Lafuente
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Madrid
Cada 6 de diciembre, desde hace años, andamos dándole vueltas a la reforma constitucional. El debate es insoportablemente pueril y cansino. Es evidente que la Constitución hay que reformarla, entre otras cosas porque la evolución del mundo y del país han concretado principios generales, a veces de una forma que ni los constituyentes imaginaron. La entrada en la Unión Europea ha cambiado nuestro marco legislativo, la concreción del Estado autonómico ha convertido el título VIII en un manual de instrucciones caducado. Muchos derechos conquistados, desde el divorcio hasta la eutanasia, pasando por el matrimonio igualitario, deberían entrar en la Constitución para evitar que futuros gobiernos reaccionarios los eliminen por ley. Y algunas hiperprotecciones como los aforamientos o la absoluta inviolabilidad del rey, incluso en el delito, deben ser modificados. Todo esto sin tocar la forma de Estado que, por qué no, también podría discutirse.
Así que no es la necesidad de reforma sino la voluntad de emprenderla la que está en cuestión. Y la resistencia a abordarla hace que dudemos si las sucesivas generaciones de políticos habrían sido capaces de ponerse de acuerdo para redactar la Constitución que hoy no quieren tocar. Conviene recordar que la reforma constitucional requiere el apoyo de 210 diputados. No vaya a ser que un día constitucionalistas de cartón piedra reúnan la partida suficiente para endosarnos una contrarreforma que nos deje temblando mientras seguimos discutiendo del sexo de los ángeles.