El consumo intensivo de alcohol en jóvenes disminuyó durante la pandemia, salvo en casos de estrés y aislamiento

Logroño

El análisis recopila y compara estudios internacionales publicados entre 2020 y 2024. El periodo incluye la pandemia de COVID-19, un contexto que supuso un cambio radical en los hábitos sociales y emocionales de la juventud. Según explica Elena Andrade, profesora de la Universidad de La Rioja, “el fenómeno del ‘binge drinking’, consumo de grandes cantidades de alcohol en un corto espacio de tiempo, mostró una tendencia descendente durante la pandemia, especialmente en jóvenes con entornos estables.

Sin embargo, este patrón no fue uniforme. Los adolescentes que experimentaron situaciones de aislamiento, incertidumbre o carencias afectivas mantuvieron o incluso incrementaron su consumo. “La falta de contacto físico, la pérdida de rutinas académicas y sociales o la ausencia de redes de apoyo fueron factores que actuaron como desencadenantes del abuso de alcohol en algunos casos”.

Por su parte, Pablo Fernández León, investigador de la Universidad de Sevilla, asegura que “la reducción del consumo estuvo muy vinculada a la existencia de factores de protección, como una red familiar sólida, una supervisión adecuada, habilidades de afrontamiento emocional y hábitos de vida saludables. Estas variables actuaron como escudo frente a la presión del entorno y los efectos psicológicos de la pandemia”.

El investigador señala que solo una minoría de estudios detectaron un aumento generalizado del consumo. En todos los casos, el contexto personal y familiar desempeñó un papel crucial, una supervisión débil y un entorno familiar problemático se asociaron a un mayor riesgo de consumo abusivo”.

Pocas diferencias por países y género

El estudio incluyó investigaciones procedentes de numerosos países, lo que permitió contrastar comportamientos por regiones. Según Andrade, “no se observaron diferencias significativas en función del origen geográfico. Ninguno de los estudios revisados apuntó a un repunte generalizado del ‘binge drinking’ en los países analizados durante la pandemia”.

En cuanto al género, los datos recogidos ofrecieron resultados contradictorios. Algunos estudios sí detectaron diferencias entre hombres y mujeres, pero en otros no hubo evidencia estadísticamente relevante. Por ello, los autores optan por no destacar el sexo como un factor decisivo en los patrones de consumo al no existir una conclusión clara.

Riesgos y necesidad de intervención

Ambos investigadores coinciden en señalar la gravedad de los efectos del alcohol en la población joven, tanto a corto como a largo plazo. Entre las consecuencias inmediatas, apuntan “la intoxicación etílica, la pérdida de conciencia y los problemas cognitivos. A largo plazo, alertan sobre riesgos más graves como los accidentes de tráfico, la violencia, el fracaso escolar o el desarrollo de trastornos mentales”.

El estudio forma parte de una línea de trabajo centrada en los estilos de vida y las adicciones. Fernández León destaca “la importancia de seguir investigando y de diseñar estrategias de intervención coordinadas entre el ámbito científico y el sanitario. El consumo intensivo de alcohol en jóvenes sigue siendo una preocupación prioritaria”.

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