Gonzalo Rojas, el otro gran poeta vivo de Chile
Ha recibido numerosos premios internacionales, entre ellos el Reina Sofía de España
Junto a Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, nuevo Premio Cervantes, ocupa importante lugar entre los poetas vivos de la literatura chilena. Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y se le estudia en diversas naciones.
Nacido en Lebu, Chile, en 1917, Gonzalo Rojas estudió Derecho y Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Fue profesor de Estética Literaria y jefe del departamento de Castellano en la Universidad de Concepción. Profesor en la Universidad de Utha, Estados Unidos.
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Organizó a partir de 1958 los famosos Congresos de Escritores en Concepción, que reunieron a los escritores más destacados de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y Cuba. Ejerció la docencia en Alemania Oriental y Venezuela. Ha recibido numerosos premios internacionales: Premio Reina Sofía de España, Octavio Paz de México y José Hernández de Argentina, además del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992. Invitado permanente a Encuentros de escritores y Ferias del libro de diversos países.
Libros de Poesía: La miseria del hombre (1948); Contra la muerte (1964); Oscuro (1977); Transtierro (1978); Críptico y otros poemas (1980); Del relámpago (1981); 50 poemas (1980); La furia (1983); Dos desnudos (1985); El Alumbrado (1986); Antología del aire (1986); El alumbrado y otros poemas (1987); Antología personal (1988); Materia de testamento (1988); Desocupado lector (1990); Zumbido (1991); Cinco visiones (1991); Las hermosas poesías del amor (1992); Carta a Huidobro y morbo y aura del mal (1994); Tres poemas (1996); Río Turbio (1996); Pacto en Teillier (1996).
OSCURIDAD HERMOSA
Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.
Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.




