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ATENTADOS DEL 11-M EN MADRID

En El Pozo las ambulancias no daban abasto

Madrid

Los vecinos medio dormidos de El Pozo se miraban los unos a los otros con el gesto desencajado. Las viviendas más cercanas al apeadero apenas están a unos metros. El estruendo les ha sacado de la cama poco después de las 7.30 de la mañana. Las primeras informaciones eran confusas, que si una bomba en el andén, un artefacto colocado en las vías... a lo mejor la bomba estaba dentro del vagón.

Los vecinos medio dormidos de El Pozo se miraban los unos a los otros con el gesto desencajado. Las viviendas más cercanas al apeadero apenas están a unos metros. El estruendo les ha sacado de la cama poco después de las 7.30 de la mañana. Las primeras informaciones eran confusas, que si una bomba en el andén, un artefacto colocado en las vías... a lo mejor la bomba estaba dentro del vagón.

Pocos minutos después llegaban las primeras dotaciones de emergencia y los bomberos empezaban a dar luz sobre la dimensión de la tragedia. Desde un puente cercano se ve el resultado del atentado. Uno de los vagones está reventado, partido por la mitad y envuelto en humo. Algunos trozos del techo del convoy han caído en los márgenes de la vía, han destrozado incluso parte de la marquesina de la estación.

Empiezan a llegar más ambulancias y parece que no dan abasto. La Policía ha cortado el tráfico en las calles cercanas a los andenes. Sólo se oyen las sirenas, algún frenazo, las órdenes de los mandos policiales que reclaman más ambulancias y más asistencias.

El número de víctimas sobrepasa las previsiones. Los encargados de emergencias arrancan los asientos metálicos de los andenes y los convierten en camillas improvisadas. No llegan las suficientes ambulancias y algunos heridos son transportados hacia los hospitales dentro de los furgones policiales acostados sobre los asientos rojos de la red de Cercanías.

En uno de ellos viajan dos mujeres, una de ellas se tapa la cara con un pañuelo cubierto de sangre mientras que la otra cubre las quemaduras de las piernas sobre las que se han fundido sus pantalones.

Los teléfonos móviles apenas si funcionan y son los telefonillos de los pisos los únicos que traen buenas noticias. Portal a portal los vecinos van buscando a los suyos para descartar que alguno viajase en el tren siniestrado. La mayoría tiene suerte, otros siguen pegados al móvil, esperando una llamada.

De pronto todo el mundo empieza a correr, la policía va a efectuar una explosión controlada de un vehículo sospechoso. Pasan los minutos, ya no habla casi nadie hasta que explota la bomba. Saltan varias alarmas y se rompen los nervios de muchos vecinos que empiezan a llorar en silencio. La policía amplía una vez más el perímetro del cordón de seguridad.

Un par de horas después del atentado las ambulancias forman una larga fila. En los momentos de más urgencia una veintena de vehículos corría a toda prisa, ahora en cambio están paradas. Es momento de contar a los muertos, ya son varias decenas.

 
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