El "Valle del Kas" despierta en el dolor
El barrio intenta asumir las pérdidas
Madrid
Doce de marzo. Nadie silba en el metro. Esta mañana, en un vagón del Metro de Madrid, en la Línea 1, pasando bajo la negra estación de Atocha, un hombre silbaba. Ajeno a todo y a todos, ajeno a sus compañeros de viaje; o tal vez agotado de dolor, rebosante, enfermo de dolor.
Las miradas de censura se han mutiplicado en cada parada de la línea que va de Vallecas al centro: en Portazgo, en Nueva Numancia, en Puente de Vallecas. Calle la música. Hoy en Madrid no hay lugar a la música, sólo silencio, dolor sordo, angustia callada y dormida.
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Una resaca imposible, impensable, la de un dolor que llega a todos; desde 200 cuerpos sin vida, de mano a mano, hasta la médula de cada uno, de cada madrileño. Imposible sentirse ajeno a la tragedia.
Al barrio le duele la vida. El barrio es Vallecas. El dolor se refleja en cada balcón: crespones negros y banderas de España. En cada escaparate, que avisa de que esta tarde no abrirán para acudir a la manifestación. Nadie se para esta mañana en los escaparates; nadie tiene nada que comprar. Y si lo tiene, lo ha olvidado. La memoria es hoy corta, breve; sólo cabe el recuerdo de tanta devastación, tan cercana.
El barrio como una boxeador sonado, aturdido, a punto de caer sobre la lona. Pero no. La gente calla pero se levanta... eso es la vida. Su silencio será un clamor en las manifestaciones de la tarde, un clamor apagado, lento, ópaco. Pero un clamor que incita a la vida.