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'Latitud cero', historias de viajeros, de Guadalupi y Shugaar

CADENASER.com publica todos los miércoles un fragmento literario de las últimas obras editadas por Ediciones Destino (http://www.edestino.es)

Gianni Guadalupi y Antony Shugaar recopilan algunas de las mejores historias de viajeros, aventureros y exploradores alrededor de la línea del ecuador, como Magallanes, sir Walter Raleigh, Stanley y Livingston, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, etc.

Primeras páginas

La historia del mundo se ha escrito casi siempre desde un punto de vista situado en torno a los 45 grados latitud norte.

Londres está justo por encima de los 51 grados, París en torno a los 49, y Roma en los 42 latitud norte. Si contemplamos la franja de territorio delimitada al sur por El Cairo (30 grados latitud norte) y al norte por San Petersburgo (60 grados latitud norte), vemos el escenario donde se ha desarrollado la civilización occidental.

Asia se encuentra un poco más al sur: Pekín a 40 grados latitud norte, Tokio a 35 y Seúl a 37.

Norteamérica se halla casi en la misma latitud que Asia: Washington, D.C. a 39 grados, Filadelfia a 40, Nueva York a 41, Boston a 42, Chicago a 41, San Francisco a 38 y Los Ángeles a 34 grados latitud norte.

Se ha establecido la distinción de que la ciudad de Nueva York no es la capital de la cultura norteamericana, sino de la industria cultural norteamericana. Análogamente, es posible que la zona situada entre los 30 y los 60 grados latitud norte no haya monopolizado la historia mundial, pero sí ha monopolizado casi por entero la versión escrita de la historia mundial.

La mayoría de las editoriales, cadenas de televisión, universidades y bibliotecas contemplan el mundo desde esa franja relativamente estrecha de territorio. La latitud, pues, determina el destino.

Resulta interesante observar que la zona que hemos descrito se encuentra casi exactamente a medio camino entre la latitud cero (el Ecuador) y la latitud 90 (el Polo Norte). Es como si viviéramos en una gran sala, y nuestra cultura fijara la atención en lo que está a la altura de los ojos, sin alzarla hacia el techo (el Ártico) ni bajarla hacia el suelo (el Ecuador).

En los últimos años se han contado historias maravillosas sobre la exploración de los techos del mundo (los Polos Norte y Sur), pero los acontecimientos relacionados con el Ecuador se han mencionado sólo por encima, o se han pasado por alto completamente.

En este libro contaremos historias sobre el Ecuador. No pretendemos en absoluto ofrecer una descripción exhaustiva de la vida en la latitud cero a lo largo de los últimos miles de años, sino relatar las aventuras más apasionantes, sorprendentes y paradójicas de la Línea del Ecuador.

El Ecuador es, en cierto modo, la creación humana de mayor tamaño de la Tierra (la Tierra se achata en los Polos y se dilata en la zona central). Debido a este ensanchamiento ecuatorial, la línea imaginaria trazada en la latitud cero es la línea recta más larga que puede dibujarse en la superficie terrestre. Debido a su longitud, el Ecuador se mueve más rápido que cualquier otro punto de la Tierra (como el borde exterior de un tiovivo, siendo los Polos el eje central fijo de ese tiovivo). Recibe más luz solar que cualquier otra zona de la Tierra, y en el Ecuador el sol permanece justo encima, inmóvil. (Hace unos años un ingenioso fotógrafo decidió realizar en otro lugar del planeta una prolongada exposición múltiple del sol a mediodía durante todos los días de un año; el resultado fue un ocho luminoso en el cielo. Desde el Ecuador esa misma secuencia fotográfica tomada habría producido un solo punto de luz muy intensa en el cenit.)

Es posible que el Ecuador sea en cierto modo un constructo del hombre, pero en un sentido muy real, la latitud cero se diferencia también de las demás por diversas razones. Las corrientes y los vientos del mundo se dividen en los sistemas del Norte y el Sur. La corriente ecuatorial del Sur se desplaza hacia el oeste, en dirección contraria a la contracorriente ecuatorial que fluye hacia el este en el océano Pacífico y el océano Índico; existen límites similares entre las corrientes en el Atlántico Sur a la altura del Ecuador. El Ecuador señala el límite entre los vientos alisios del noreste y del sudeste; sin entrar en demasiados detalles, el Ecuador divide otros sistemas eólicos predominantes (los ciclones de Mauricio y de Bengala en el océano Índico, los willy willies y los huracanes del Mar del Sur en Australia, los cordonazos de Centroamérica...).

Por consiguiente, el Ecuador alberga toda clase de fenómenos interesantes. En la actualidad está en duda si el agua de un fregadero se arremolina en el sentido de las agujas del reloj en el hemisferio norte y en el sentido opuesto en el hemisferio sur por efecto de la fuerza de Coriolis; en cambio, el Ecuador sí señala con toda certeza una zona muerta de navegación en la Tierra formada por los doldrums, un cinturón caracterizado por periodos de calma y suaves vientos variables al sur y al norte del Ecuador, en los océanos Pacífico y Atlántico. El concepto que los navegantes en la Edad de la Navegación tenían de los doldrums se adivina en la etimología del término: una combinación de «dolt» y «tantrum».* En cualquier caso, muchos marineros sufrieron muertes terribles atrapados en esta tierra de nadie entre los vientos alisios septentrionales y meridionales.

De hecho, es posible que las extravagantes representaciones paganas que se realizaban en los barcos de vela durante siglos al cruzar la línea —el rey Neptuno con sus tritones, inmersiones en el mar y novatadas ceremoniales— constituyeran una celebración por haber sobrevivido a los doldrums más que un interés real en señalar el paso del Ecuador.

Una amenaza igual de desconcertante pero relativamente nueva para nuestra supervivencia colectiva procede del poderoso efecto invernadero y la convergencia de las corrientes oceánicas septentrionales y meridionales a lo largo de la línea en las aguas del Pacífico. El Niño constituye una alteración de las profundas aguas ecuatoriales en el centro del Pacífico, lo que a su vez afecta a los vientos ecuatoriales, y en los últimos diez años ha puesto de manifiesto el alcance de sus efectos.

Por último, debido exclusivamente a la velocidad del Ecuador, la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) decidió lanzar todos sus satélites desde Kourou, en la Guayana Francesa. Si bien los países de la Unión Europea están entre los treinta y cinco y los sesenta grados latitud norte, gracias al legado colonial la ESA pudo añadir mil seiscientos kilómetros por hora a la velocidad de despegue de sus cohetes al lanzarlos hacia el este paralelamente a la línea del Ecuador. En Estados Unidos, el punto más meridional —por lo tanto donde la velocidad de despegue por encima del nivel del mar es mayor— se encuentra en Cabo Cañaveral, en el sudeste de Florida.

Uno de los grandes misterios del Ecuador fue el flujo del río Congo. Los primeros exploradores estaban desconcertados por el flujo constante del río; a saber, la ausencia de reflujo en la estación seca y de crecidas en la estación de las lluvias. Como en los primeros cientos de kilómetros del cauce cortaban el paso rocas y cataratas, los exploradores no podían seguir río arriba para investigar la razón. No se encontró una explicación hasta que el explorador victoriano Henry Morton Stanley lo recorrió por entero desde su nacimiento hasta el océano Atlántico. El río primero serpentea en dirección al noroeste, en el sur del Congo, y a continuación se curva al norte de la línea. Por lo tanto, en el río Congo, la estación seca en el norte del Ecuador coincide con la estación de las lluvias al sur de la línea, y viceversa, de modo que como siempre llueve en el algún punto del río, su flujo nunca disminuye.

Además del mar y el aire, también las masas continentales a la altura del Ecuador tienen sus particularidades. Si nos limitamos al propio Ecuador, al este de la línea internacional del cambio de fecha (prima lejana del Ecuador), encontramos el enorme territorio que abarcan las islas Line, las islas Galápagos de Darwin, la elevada ciudad de Quito y los Andes ecuatoriales, más de mil kilómetros de la cuenca septentrional del Amazonas, así como su impresionante delta. Un poco más al norte está la Guayana francesa, junto con la famosa colonia penal, la isla del Diablo. Si después cruzamos el océano Atlántico en su punto más estrecho, llegaremos al golfo de Guinea (el entrante en la costa africana que, según la teoría de la deriva de Pangea, albergaba la masa de tierra de Brasil que sobresale hacia el este) y a la pequeña república insular de Santo Tomé y Príncipe. Desde allí la línea atraviesa Libreville, capital de Gabón, la Guinea Ecuatorial y casi mil kilómetros de la selva del Congo. Curiosamente, el Ecuador cruza el río Congo, con sus casi cinco mil kilómetros de largo, no una sino dos veces, una en Mbandaka y otra a ochocientos kilómetros más al este, en Kisangani. Después, en rápida sucesión, pasa por el lago Eduardo y las neblinosas montañas de Ruwenzori (que la difunta Dian Fossey hizo famosas), por Uganda con su capital Kampala; por el tercer lago de mayor extensión del mundo y fuente del Nilo, el imponente Victoria; por la segunda montaña más alta de África, el monte Kenia; por Nairobi y Somalia. A continuación cruza el cristalino océano Índico, los atolones de coral de las Maldivas, Sumatra, Malasia junto con Singapur, Borneo, el estrecho de Macassar, Célebes, el mar de las Molucas, la punta de Nueva Guinea, la isla de Nauru (cuya bandera muestra un campo azul con una línea amarilla que representa el Ecuador y una estrella blanca que simboliza la propia isla), y por último las islas Kiribati, antes llamadas islas Gilbert, las islas Line, claro está, y los doldrums del Pacífico.

Por esta línea trazada en arena y agua, que escala montañas y atraviesa grandes lagos y ríos, pasaron algunos de los grandes exploradores, soñadores, embaucadores y locos de la historia. Algunas de sus historias son conocidas y otras no, pero creemos poder afirmar que hasta ahora el Ecuador nunca había sido el denominador común de una colección de asombrosos relatos de aventuras. Si el Ecuador es un territorio, el más largo y estrecho de la Tierra, es un territorio plagado de historias rocambolescas.

Las historias se remontan al inicio de los tiempos, con relatos de aves gigantescas que atrapan elefantes para alimentar a sus crías, de aguas que hierven bajo el sol de mediodía, de las riquezas de Punt y Ofir, y de enormes y bondadosas serpientes o de islas dragones flotantes.

Estas leyendas del Ecuador se mezclan con narraciones históricas sólo un poco menos fantásticas y evocadoras: poco antes de la gran era de los exploradores, por ejemplo, un ambicioso emperador chino y un almirante eunuco y aventurero botaron una de las grandes flotas de la historia. Esta flotilla de majestuosos y lujosos juncos zarpó de los puertos meridionales de China, atravesó el archipiélago indondesio y, tras llegar al océano Índico, echó anclas en Mombasa, hoy en Kenia. Después de siete largas travesías, la flota volvió a China definitivamente; el emperador murió y los celosos visires y cortesanos destruyeron los mapas y cuadernos de bitácora para asegurarse de que ningún otro emperador se aventurase hasta los grandes mares ecuatoriales del oeste.

La gran campaña de exploraciones chinas en el Ecuador llegó a su fin justo cuando empezó la de los portugueses. Se ha dicho que un ciudadano de Goa, en el sur de la India, que hubiera visto en su infancia la magnífica flota china anclada en el puerto, también pudo presenciar la llegada al puerto de los primeros exploradores portugueses.

La mayoría de los relatos del Ecuador narrados en este libro se remontan a los cuatro siglos posteriores, a la gran era de los exploradores europeos. Son historias de hombres que buscaron gloria y riqueza. Comprenden desde el magnífico viaje de Magallanes, que descubrió la ruta occidental de acceso al inmenso Mar del Sur, el océano Pacífico, hasta la extrema locura de Lope de Aguirre, el conquistador demente que construyó una república flotante basada en la violencia y la anarquía en las aguas del Amazonas y el Orinoco. Los personajes incluyen a hombres tan astutos como Henry Morton Stanley, que se dedicó a dirigir grandes expediciones armado hasta los dientes por el África ecuatorial para rescatar a gente que no tenían tan claro que necesitaban ser rescatados. Está asimismo sir Richard

Burton, el extraordinario orientalista y traductor de Las mil y una noches, y Emín Bajá, el entómologo afable y miope que también fue el brillante gobernador de Ecuatoria durante la guerra de los mahdistas en Sudán.

Los relatos sobre el Ecuador parecen girar en torno a búsquedas obsesivas: el extraviado doctor Livingstone; el escurridizo paso hacia el oeste; la sufrida Pénelope de Riobamba, y en una increíble saga sudamericana, el reino de El Dorado. Este rey, según se decía, vivía en una ciudad de oro junto a un lago; al parecer, cada mañana la ciudad refulgía dos veces al rayar el alba, y la segunda, por su gloria e intensidad, rivalizaba con la verdadera. Uno tras otro, Gonzalo Pizarro (hermano del conquistador de Perú), Francisco de Orellana, Lope de Aguirre, sir Walter Raleigh y muchos más fueron en busca de El Dorado, término que se ha convertido en sinónimo de riqueza inmensa e ilusoria.

Está asimismo la historia de la baronesa desnuda de las islas Galápagos, una tentadora aristócrata austrohúngara que intentó crear un balneario de lujo para turistas en el Ecuador y que acabó estableciendo una extraña utopía de amor libre que finalmente culminó con una serie de asesinatos y misterios. O la historia del Rajá Blanco, un inglés victoriano que partió en busca de su propio reino y al final se convirtió en monarca absoluto de Sarawak.

Algunas historias reflejan el profundo conflicto entre los aventureros europeos y las tierras ecuatoriales que fueron a explorar y someter. Otras reflejan el distanciamiento entre los dos mundos: el patetismo de la historia de la Juana de Arco del Congo, una heroína del siglo XVIII no del todo olvidada y mártir de la religión sincretista, que murió quemada en la hoguera a causa de las intrigas de los monjes capuchinos que estaban celosos de su poder y popularidad.

Otras son menos truculentas, y sin duda la historia de la larga estancia de Robert Louis Stevenson en las islas Gilbert es una de las más encantadoras: el convaleciente narrador conquistó a un tirano de los Mares del Sur, al temido rey Tembinok', y éste le concedió un pequeño enclave en su isla situada en la Latitud Cero para poder vivir: Equator City.

En cualquier caso, aquí están, los cuentos del Ecuador, un tesoro de relatos increíbles, unidos por la línea más larga y central de la Tierra.

 
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