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José Bono, un "animal político" que vuelve al Congreso 25 años después

El presidente llega el cargo dos años después de haber abandonado el ministerio de Defensa

Han tenido que pasar veinticinco años para que José Bono volviera a sentarse como diputado en el hemiciclo del Congreso, y lo ha hecho por la puerta grande, convirtiéndose en su presidente y, en consecuencia, en la tercera autoridad del Estado.

A nadie podría haber negado su alegría en el momento en que sus compañeros de partido han ovacionado su elección para dirigir la Cámara Baja en la novena legislatura.

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Pero él, malacostumbrado por las seis mayorías absolutas que consiguió como presidente de Castilla-La Mancha, habrá sentido cierto mal sabor de boca al haber tenido que esperar a una segunda vuelta para obtener la mayoría suficiente.Los nacionalistas, esos representantes de unas opciones políticas a los que ha dedicado en ocasiones algunos de sus dardos dialécticos, han sido los responsables de ese ''pero'' en su felicidad.

Su elección, justo dos años después de que abandonara el Ministerio de Defensa, le obligará a dedicar menos tiempo a su familia, a la jardinería y a la lectura, dos de sus aficiones favoritas. Pero ninguna supera a su afición a la política, algo bien conocido por su círculo más íntimo y que no se imaginaba que pudiera estar mucho tiempo más viendo los toros desde la barrera y con limitadas incursiones en ella.

Se trata de un "animal político" que ha ido dejando huella allá por donde ha pasado desde que formara parte del PSP de Enrique Tierno Galván, y que ha coleccionado grandes amigos, incluidos obispos y destacados contrincantes políticos como Eduardo Zaplana y Alberto Ruiz-Gallardón, y notorios detractores incluso en las propias filas socialistas.

Su personalidad no deja indiferente, sus declaraciones no defraudan a los periodistas, y nada indica que la Presidencia del Congreso vaya a convertirle en el manso que podían esperar dirigentes como el nacionalista vasco Josu Erkoreka.

"Es como es". Se trata de una de las frases que le dedican algunos de sus correligionarios cuando le escuchan manifestaciones como las que recientemente apuntaban que tenía la intuición de que Zapatero no optaría a un tercer mandato como jefe del Ejecutivo y provocara una rápida reacción del PSOE y del entorno presidencial.

Bono ha vivido muy de cerca momentos dulces y otros muy amargos en los más de treinta años de democracia. Fue abogado de la acusación particular en el juicio por la matanza de los abogados de Atocha, sufrió como secretario cuarto del Congreso la entrada de Tejero en el hemiciclo el 23-F, y, como ministro de Defensa, organizó el regreso de las tropas de Irak y viajó a Afganistán para repatriar a los diecisiete militares que perdieron la vida en el accidente de un helicóptero.

Ahora, con un bagaje de veintiún años como presidente de Castilla-La Mancha, dos al frente de Defensa y otros dos en paro político voluntario tras superar la tentación de haber sido candidato a la Alcaldía de Madrid, toma el relevo de otro manchego como Manuel Marín. Emulando a su personaje cervantino favorito, vela armas para andar con soltura por los vericuetos parlamentarios que le esperan en la legislatura.

No se cansa de repetir su agradecimiento a Zapatero por la confianza que le ha otorgado y su seguridad de que en el Congreso socialista en el que ambos se enfrentaron para liderar el partido, sus compañeros acertaron al elegir, por sólo nueve votos de diferencia, al actual presidente.

Aquella jornada, entre felicitaciones a Zapatero, pidió comprensión por el hecho de que fuera más parco de lo habitual en sus declaraciones porque aquél, según confesó, no era su día. Hoy, ocho años después, puede decir todo lo contrario.

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