Ocio y cultura

José Tomás, sencillamente inmenso

Triunfo de dos orejas que pudieron ser cuatro, de no haber fallado a espadas, de José Tomás, hoy en Valencia, en una corrida marcada por la exactitud y rotundidad de su toreo

Para definir actuaciones triunfales suele haber siempre un adjetivo, o dos, o varios, hasta muchos, generalmente en sentido superlativo. Algo frecuente tratándose de José Tomás. Emotivo, sincero, puro, auténtico, espléndido, pletórico, inmenso..., un diccionario entero llevaría la crónica para hablar de los atributos que tuvieron las dos faenas de Tomás hoy en Valencia, cuyo logro más importante fue precisamente agotar los más elocuentes calificativos.

Ha sido tanto o más que el mismísimo no va más. Un fuera de serie este José Tomás. Y ello a pesar de suponerle culpable principal y directo de las sospechas de "afeitado" en la mayoría de los toros que hoy saltaron al ruedo (es lo único que frenaría tantos elogios, ¡qué pena no responsabilizarse también para acabar con esta vergonzosa lacra que daña tanto a "la Fiesta" poniendo en entredicho su excelso valor de la autenticidad!)

Pues bien, así y todo, lo de Tomás en esta ocasión ha sido inenarrable. No se trata de que por una vez haya que echar "pelillos a la mar" para pasar por alto la sombra del maldito "serrucho", que de alguna manera viaja en casi todos los esportones de las figuras. Esta vez se hace justicia resaltando otras connotaciones muy notables del toreo. Del toreo naturalmente de José Tomás.

Dos faenas triunfales, y, aunque diferentes dado el comportamiento también distinto de uno y otro astado, planteadas y realizadas ajustándose a los principios soberanos del llamado arte de torear: el temple, la quietud, el mando y el buen gusto. Cien por cien con la mejor técnica, el valor más espartano y el arte más exquisito. Más, imposible.

La finura de un par de lances en el toro que iba a ser devuelto. Y un estimable quite también a la verónica en el que se lidiaría finalmente. Lo gordo vino con la muleta, desde los estatuarios iniciales hasta el último remate por abajo buscando la igualada, en cada pase Tomás fue acariciando con la tela la mazorca de los pitones.

No se puede torear más cerca y con más valor, con más limpieza y ligazón. Qué prestancia la de Tomás en el toreo fundamental, tan ajustado y limpio, cada serie oportunamente abrochada con los de pecho, uno de estos convertido en redondísimo desde muy atrás para volver a dejar al animal en el sitio de partida. Toreo ralentizado, como la embestida del toro de Núñez del Cuvillo

Lección magistral de lo que es la unidad y el ritmo, el son y el compás. Así se torea según los manuales. Desde luego que el astado aportó también lo suyo. Aunque no hay que olvidar que son estos toros arma de doble filo, de pan o de palos. No obstante, Tomás estuvo todavía por encima de las circunstancias.

Pero no iba a quedar ahí la cosa. El quinto ya no fue tan claro, calamocheando, al llegar a la muleta no quería seguirla si no atraparla, atropellando, dificultad en la que no reparaba la masa del tendido.

Fue cuando Tomás obró el milagro, haciendo honor al brindis que dedicó al maestro Paco Camino que estaba entrebarreras. Otra faena de tanta lentitud y verdad, de exposición y sentimiento: la hondura del toreo expresada en pases y pases largos, seguidos e inmaculados, todos por abajo, arrastrando media muleta y el cuerpo, -como dijo un día Juan Belmonte, el padre del toreo moderno que rompió con los registros de los terrenos que de siempre se le atribuían al toro-, el cuerpo abandonado, esperando si hiciera falta un envite fatal del toro.

Tomás se olvidó de su cuerpo y aquello fue pura ensoñación. Incluso en las "alegrías" finales, con los cambios de mano por delante y por atrás, el molinete sin ayuda y las manoletinas. Todo de diez, menos la espada. Hubo sendos pinchazos previos a las estocadas finales, y por eso no cortó dos orejas o quién sabe si el rabo también en cada toro, si no una y una. Claro que el alboroto y su eco es antológico.

Y como después del diluvio ¿para qué más agua?, poco se puede contar del resto de la tarde, también a pesar del esfuerzo de Castella por querer contar. Llamó la atención con el capote, en su turno de quites en los toros de Tomás, segundo y quinto, por saltilleras y por tafalleras, respectivamente. No dejó poso su primer trasteo por lo incomodo del toro y porque tampoco él supo atemperarse. Al sexto lo cuajó en faena a más, pegándose un "arrimón" final en el que se le notó muy suficiente. Con la espada en éste, un cañón. Conde hizo "sus cosas", más notables y elegantes en el buen primero, y sin querer ver al otro. En tarde tan redonda de Tomás para qué entrar en detalles ajenos.

 
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