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Madrid
Como el Shine de 'Raíces Profundas', Rajoy parece haber decidido hacer frente a los abusones que le estropean la paz en PP City, embarrándole el camino hacia Moncloa, alfombrado por la crisis y los errores de Zapatero.
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Con la discreción del buen gallego iba haciendo su viaje, alejado de la fanfarria que suelen acompañar a sus rivales. Consciente de que estaba en juego la supervivencia del partido, ha preferido callar y aguantar hasta merecerse sin discusión el Nobel de la Paz. En la crisis Gürtel, ha respaldado a algunos más allá del deber para poder ahora fulminarlos sin remordimientos, ha administrado con lealtad la turbia herencia de Aznar-Agag y ha procurado mantener sus votos con la estrategia del manual: hacer control de daños y disparar al enemigo exterior.
Esperanza Aguirre, acaso cegada por tanta luz mediática, parece haber confundido esa paciencia al servicio del partido con debilidad a su alcance. Ha planteado un pulso que veía ganado ante la fragilidad del oponente. Ha olvidado que precisamente esa extrema anemia deja a Rajoy sin más opción que batallar. Ya puede hacer las maletas y volver a Pontevedra si el martes no demuestra que sí sabe hacer lo qué hasta ahora no: matar políticamente bien muertos a sus adversarios.
Hasta ahora el tanteador del duelo va como sigue: en el sillón de Caja Madrid se sentará Rato, su candidato, no el de Moncloa ni el de Aguirre. Costa y Camps caminan juntos de la mano hacia la extinción política entre una lluvia de besos y abrazos, en un Partido Popular Valenciano donde Génova hacía mucho que ni entraba, la lideresa Aguirre se enreda a fondo sin éxito para batir a Cobo mientras Ana Botella vota con un relajado Gallardón, y fuera de Madrid, los barones siguen llamando a Mariano. Para ir ganando ella, suena un poco raro.
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