Sociedad
Reportaje:

El Desayuno

El encuentro en la terraza del Círculo de Bellas Artes de Madrid entre Trinidad Jiménez y Jaime Lissavetzky visto por <b>Severino Donate</b>

Javi, metre del Círculo, ya estaba avisado, como lo estábamos los periodistas. El teatro empezaba a eso de la diez. Se había preparado una mesita en la terraza de la calle Alcalá. Sobre el toldo salpicaba una fina lluvia de flores de acacia y en la penumbra todavía sobrevivía el último frescor del alba . Trinidad Jimenez entró en escena con chaquetita calada sobre un cuerpo blanco y calzada con cuñas de esparto; Jaime Lissavetzky, con americana , corbata y pantalones de secretario de estado. Tomaron asiento, apartaron el platito de pastas y pidieron agua con gas y coca cola ligt zero. Trinidad comentó algo sobre el posavasos de papel con mensaje del Ministerio de Igualdad. Lissavetzky le dió la réplica y ahí comenzó una trabajada actuación con sonrisas, danzas de manos, hondos comentarios y gestos de compadreo, ajenos a las cincuenta cámaras que recogían tan casual encuentro. Mientras esto ocurría, los vecinos de mesa, turistas ignorantes de lo que allí estaba ocurriendo, hacían mofa por lo bajo del agujero en el calcetín de Lissavetzky.

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Se les acabó el entretenimiento cuando Trinidad y Jaime se levantaron y marcharon con andar sereno, hasta que alguien reparó en que había que pagar. Invitó él, seis euros, y siguieron su paseito de diez pasos hasta topar con un pelotón de periodistas al que miraron como preguntando "¡Uy!, ¿pero qué hacen estos aquí?" Educados, posaron hasta saciar a los objetivos. Luego Lissavetzky se marchó y Trinidad quedó sola, contestando. Tras las preguntas, quiso acercarse hasta Trinidad una simpatizante para hacerse una foto. Era de León. ¿Tenía que ser de León? ¿Cómo interpretarían esto los tomasistas?

Con esta incógnita acabó la actuación. La candidata Jiménez dijo adiós, se dirigió hacia un coche oficial y nada más rozar la puerta se le puso cara de ministra. Y ya está. Esto es todo lo que a mi me parece que vi. Aunque ya saben que luego acostumbran a llegar otros para decir que no ha sido así. Créanle a ellos. No merece la pena discutir.

El desayuno entre Trinidad Jiménez y Jaime Lissavetzky, por Severino Donate