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Tertulia

La carta de José Martí Gómez

Esta semana Martí Gómez la ha pasado fluctuando entre la indignación, la perplejidad y la vergüenza.

Empecemos por el motivo de la indignación:

La biografía de Ernest Benach, ex presidente del Parlament de Catalunya, está más hinchada que un globo aerostático y pese a ello no he sabido encontrar una sola línea destacando que haya estudiado algo. Amigo de Carod Rovira, le hizo de chofer, de chofer pasó a diputado y por la carambola del tripartito a presidir el Parlament. Siento indignación porque este ciudadano que vive de la política desde los veinte cobrará por sus cuatro años como presidente más de seis mil euros al mes el próximo cuatrienio y una pensión vitalicia del sesenta por ciento de esa cantidad a partir de su edad de jubilación. Lo dice la ley. También Montilla se va con jubilación de lujo, como se fueron Pujol y Maragall y los predecesores de Benach en la presidencia del Parlament, Reventós y Rigol. Pero que lo diga la ley no quiere decir que no sienta indignación por una clase política que habla de recorte de las pensiones y le da a este ciudadano, que no es absolutamente nadie, un chollo de seis mil euros al mes por trabajar cuatro años.

Perplejidad:

El chorizo de Félix Millet ha declarado ante el juez que casó a sus hijas en el Palau de la Música para enseñar el recinto a la buena sociedad invitada a la boda. De paso, cargó la factura a las cuentas del Palau. Siento perplejidad por el hecho de que al escuchar tan peregrina declaración el juez que lleva el caso no perdiese la paciencia y le enviase a la cárcel como demanda la sociedad y la fiscalía. ¿Por qué actúa de forma tan timorata este juez? ¿Tiene intereses espurios? ¿Cobra bajo mano? ¿Le pagó Millet con cargo al Palau la remodelación del cuarto de aseo de su casa? No. No sale nada raro en la biografía del juez impasible. Es un juez limpio de toda sospecha de corrupción. ¿Entonces? Estamos ante el caso de un juez que nunca tiene un papel sobre la mesa, soslaya complicaciones y si puede trabajar poco evita trabajar mucho. Lo que no quiere decir, en principio pudiese sospecharse, que Millet le pagase un sofá para ir de la cama al sofa, y del sofá a la cama, y de la cama al sofá.

Vergüenza:

La sentí viendo como Tele 5 daba cancha a un delincuente como Rodríguez Menéndez. Un tipo que estafa a una familia muy humilde 700.000 pesetas llevándoles un caso que no llevó. Que engañó a un cliente sacándole dinero para conseguir una libertad imposible. Que ayudó a huir a la dulce Neus, instigadora del asesinato de su marido. El tal Rodríguez Menéndez dijo que en una cárcel de Méjico había localizado al Nani y mintió mal no solo porque al Nani lo había matado la policía sino porque esa cárcel la habían cerrado hacia años. Este tipo al que Tele 5 saca de las catacumbas tiene una historia interminable de delitos que confluyen al final con la esposa y el chofer intentando matarle. El día que ocurrió ese hecho me dijo Clemente Auger, por entonces presidente de la Audiencia Nacional y lector de novelas de Agatha Christie, que el caso era de manual: Rodríguez Méndez sólo podía ser asesinado por su esposa, su mayordomo o su chófer. Al no tener mayordomo los sospechosos se reducían a dos. En fin querida, directora. Ante el panorama de indignación, perplejidad y vergüenza comparto las palabras que me dijo Juan Marsé mientras el jueves degustábamos una riquísima morcilla de Burgos: ¿qué hemos hecho para merecer el castigo de vivir en este país, en este momento y rodeados de esta gente?. Pese a todo, ¿quieres que te hable de la felicidad, ese estado de ánimo siempre deseado y casi siempre pasajero?

¿Has conocido gente feliz?:

Sí. La felicidad está relacionada con la paz interior, con el mantener una relación cordial contigo y el mundo sabiendo que hay cosas que no dependen de ti.

En Ecuador, en el curso de un seminario transandino sobre inmigración conocí a una monja brasileña. Guapísima por cierto. Trabajaba como enfermera en zonas conflictivas de Colombia. Una noche, un joven campesino al que ella curó antes de ser reclutado por la guerrilla, fue a verla para decirle que huyera porque la iban a matar. Se quedó. No podía dejar a la gente que cuidaba y quería. Había visto mucho horror, mucha crueldad, pero nunca perdía la sonrisa aunque a veces, todo y sabiendo que Dios es silencio, le imprecaba preguntándole donde miraba mientras sr producia la barbarie. Confesaba que estaba en paz con su conciencia. Eso Montserrat, es acceder a una felicidad de largo recorrido.

En el Raval de Barcelona conocí a una anciana viviendo con una pensión de cuatrocientos eurosen un piso pequeño y humilde. Pero las tarde de los sábados esa mujer septuagenaria salía de casa con los labios pintados y viejos zapatos de tacón porque iba a bailar a La Paloma. Su felicidad era pasajera: tres horas de baile. Tres horas que eran el sueño con el que pasaba la semana. Un felicidad transitoria pero felicidad a la postre.

Al final, la vida acorrala y de la felicidad queda poca cosa. Eugenio Madueño me contó que fue a ver a Angel Zuñiga poco antes de que muriese. Había sido un gran corresponsal de La Vanguardia en la época dorada de los corresponsales. Le dijo Zuñiga: "De todo lo que he vivido, que ha sido mucho, lo único que me produce felicidad es recordar el pan con chocolate que de niño me daba mi abuela".

 

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