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Arqueología de las ciudades perdidas

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Los desiertos en África y Asia y la jungla en América han devorado cientos de ciudades. Descritas por los primeros españoles como verdaderas cajas fuertes de tesoros, algunas se han convertido en metas irreales de exploradores cuya vida se ha perdido para siembre en la selva.

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El nombre "Mato Grosso" suena, para los buenos conocedores de misterios, como uno de los espacios geográficos más intrigantes de todo el planeta. Allí, en Brasil, en 1925, desapareció en extrañas circunstancias, un hombre - ahora casi un mito - llamado Percy Harrison Fawcett. Algunos creen haber inspirado a Steven Spilberg en la creación del personaje Indiana Jones o la novela de Arthur Conan Doyle, "El Mundo Perdido".

Fawcett era un avezado explorador de Sudamérica. Nació en 1867, en Torquay, Devonshire (Inglaterra). En 1886, a los 19 años, ya servía a la Real Artillaría Británica y fue enviado a la isla de Ceilán y luego para África, Malta (donde aprendió topografía), Hong Kong, nuevamente Ceilán y Irlanda (en 1906). En Ceilán encontró en la selva una roca con muchos petroglifos que le despertaron el interés por la arqueología. Tales símbolos parecían coincidir con los que aparecían en la famosa crónica de los "bandeirantes" (los conquistadores portugueses y mestizos), el documento de nº 512 que se halla en la biblioteca nacional de Río de Janeiro, una crónica escrita en 1753 y que revelaba la existencia de una "ciudad perdida".

Junto con su hijo Jack y un amigo de éste, Raleigh Rimell (también desaparecidos), Fawcett deambuló por el corazón de Brasil en busca de una ciudad perdida que él relacionaba con los atlantes. Hasta hoy el conocido periódico londinense "The Times" ofrece un premio a aquellos que presten informaciones confiables sobre el destino del explorador.

Fawcett ya había buscado -aparentemente sin éxito- la ciudad perdida en el estado de Bahia y, muy empecinado y testarudo, cambió el rumbo de sus pesquisas y exploraciones hacia el Mato Grosso en función de algunas revelaciones interpretadas por un médium.

Fawcett era gran amigo del escritor H. Rider Haggard (autor de las novelas "La Minas del rey Salomón" y "Ella") que regaló al explorador un estatuilla de basalto negro que representaba, supuestamente, un sacerdote con un tocado de estilo egipcio sujetando entre las manos una tabla con algunas inscripciones. Amén, Haggard afirmó que tal estatua, de unos 25 centímetros de altura, procedía de Brasil. Más tarde Fawcett pudo averiguar que de los 24 símbolos de la estatua, 14 se hallaban en piezas de cerámica prehistóricas procedentes de los más variados espacios geográficos de Brasil.

En enero de 1925 Fawcett llegó a Brasil con su hijo Jack y el amigo de este, Raleigh Rimell. Los dos muchachos tenían unos 25 años y el teniente-coronel 57. En marzo, salieron de Cuiabá, caminando, rumbo a Bacairi, un campamento del Serviço de Proteção ao Indio, un órgano federal de presunta protección a los indígenas.

Según una carta de Jack, los expedicionarios se habían equivocado de camino por tres veces y Raleigh estaba con uno de los pies malherido a causa de las infecciones provocadas por picaduras de voraces garrapatas. Pernoctaron en la hacienda de un tal Hermenegildo Galvão y, cinco días después alcanzaron el campamento Bacairi que estaba vacío.

En poco tiempo surgieron algunos indios Meinaco que fueron fotografiados por los expedicionarios para la North American Newspaper, una gran corporación que agregaba varios periódicos y que financió a cambio de noticias exclusivas la expedición del coronel británico.

El 29 de mayo de 1925 les llega a la familia la última carta de Fawcett, escrita en el "Campo do Cavalo Morto", un nombre ficticio para, presuntamente, despistar los que también quisieran buscar la ciudad perdida. A partir de ahí se internarían en la tupidísima selva para nunca más regresar.

En 1921, Fawcett conoció en Río de Janeiro al ex cónsul británico, el coronel O'Sullian Beare, que le reveló haber llegado en 1913, con la ayuda de un guía mestizo, a una antigua ciudad en el estado de Bahia. Allí vio una columna negra en medio de una plaza, encimada por una estatua, tal como la descripción del documento 512 escrito por los bandeirantes.

Fawcett emprendió su marcha entre la región de río de Contas y Pardos donde escuchó relatos de campesinos que, perdidos, encontraron una ciudad de piedra con estatuas y un enmarañamiento de calles. Los indios aimorés y botocudos le hablaron sobre la existencia de "aldeas de fuego", una ciudad con tejados de oro, semejante a las descripciones de El Dorado y de las Siete Ciudades de Cíbola.

 
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