El druida de la Fórmula 1: Adrian Newey
Existe un ingeniero en la Fórmula 1 más exitoso y laureado que muchos de sus pilotos. Es el campeón en el crepúsculo de los boxes, Adrian Newey
De rostro cenceño y amable, con tímida sonrisa, a Adrian Newey le gusta moverse lejos de los focos. Ése no es su territorio. Aunque irremediablemente todos le miran. Desde las escuderías contrarias con algunas críticas por la radicalidad de sus diseños, normalmente con alabanzas. Él es el mago que ha conseguido que Red Bull se vuelva inalcanzable, tiránico. El cambio en el reglamento técnico en 2009 convirtió a los bólidos energéticos en una joya aerodinámica que, unida al binomio Vettel, ha dado los dos últimos campeonatos del mundo a Red Bull
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Red Bull le birló el ingeniero a McLaren a finales del 2005, cuando la convivencia de Newey con Ron Dennis era insoportable. Llegó a la recién creada marca de Mateschitz con una única premisa: carta blanca para crear. El sueño erótico de cualquier ingeniero. Así que el magnate puso a su disposición a todo un equipo de ingenieros que comenzaron a reinterpretar sus diseños, joyas en negro y blanco sobre papel; trazos artesanales en los que ningún parámetro entra en conflicto con otro; dominio absoluto del viento.
Newey nació en las orillas del río Avon, en Stratford-upon-Avon, el mismo pueblo dónde había llegado a la vida otro genio como William Shakespeare. Se licenció en Ingeniería Aeronáutica y Astronáutica en la Universidad de Southampton en 1981 y con 29 años ya diseñaba coches ganadores de Fórmula 1, previo paso por las Américas en la Indy y en la CART. Ya allí se había ganado un nombre. El prestigio de Newey creció como la espuma en March hasta que Patrick Head lo fichó para Williams en 1990. Fue la época gloriosa de Frank ¬Williams, con 58 victorias, cinco títulos de constructores (1992-93-94-96-97) y cuatro de pilotos (Mansell en 1992, Prost en 1993, Hill en 1996 y Villeneuve en 1997). Pero entre todos esos éxitos, una sombra imborrable: la muerte de Ayrton Senna. Por la tragedia de Imola, en 1993, fue investigado por la justicia italiana. "Sin duda, es el momento más bajo de mi carrera", ha repetido Newey en muchas entrevistas.
Tras su paso por Williams el británico volvió a casa, a McLaren. Pero a rebufo del exitoso trío Schumacher-Brawn-Byrne de Ferrari, vivió su época más lóbrega durante los primeros años del nuevo milenio. Con los de Woking "sólo" ganó el mundial de constructores de 1998, mientras Hakkinen se coronaba en dos ocasiones. Después llegó Dietrich Mateschitz, otro visionario, y le ofreció la gloria sin condiciones.
Así que pese al manifiesto interés de Ferrari por hacerse con sus servicios, la mansión de mediados del XIX en la que reside en Ascot y su familia, le atan a las islas. Newey acaba de presentar el RB8, la próxima bala con la que competirá Red Bull la próxima temporada. "Es una evolución del RB7, el monocasco es casi el mismo, posiblemente el último de una familia que iniciamos con el R135. Pero sabiendo que iban a prohibir los difusores soplados hemos tenido que hacer marcha atrás en algunos puntos", explicó a la prensa. Morro del coche mediante parece que lo ha vuelto a hacer. Se ha vuelto a sacar de la manga un monoplaza que, si la normativa no le echa atrás, apunta a ser favorito. La temporada será trazada, una vez más, a partir de la magia de este orfebre.
El druida de la Fórmula 1: Adrian Newey
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