Con «Leonera» el director argentino nos acercaba la situación de las cárceles de mujeres. Dos años después, volvía a sorprender al público con «Carancho», un film que hablaba de las mafias de abogados en torno al cobro de indemnizaciones por accidentes de tráfico. Este año, es el turno de «Elefante Blanco» y los problemas de las barriadas de Buenos Aires, pero todas han tenido un final en común: han conseguido que la política argentina reaccione ante los problemas sociales y legisle para solucionarlos. Una butaca normalmente cómoda, palomitas y un refresco. Se apagan las luces. Es el momento de desconectar el sonido de los móviles para no molestar y acomodarse, tras haber pagado una media de ocho euros, para ver 120 minutos de ficción que darán paso a risas, llantos o sustos de terror. Pero eso suele ser todo. Lo normal es que al acabar la película volvamos a casa comentando sus mejores momentos o estemos una par de días pensando en ella, si su calidad o mensaje lo merece. Pero el cine del director argentino Pablo Trapero es diferente, o al menos el público ha hecho que lo sea. Con una trayectoria de cortometrajes, Trapero da el salto a la gran pantalla a finales de los noventa con películas que buscan remover conciencias o despertar a aquellos que no miran más allá de su propia realidad. Con denuncias de temas sociales, no sólo ha conseguido ganarse al público. El éxito de sus tres últimas películas ha sido tal, que la movilización ciudadana siguió a los 120 minutos de proyección a oscuras en un cine, obligando a los políticos a reaccionar y legislar para solucionar aquellos temas que Trapero denunciaba tras su cámara. «Leonera», «Carancho» y «Elefante Blanco», que todavía podemos ver en las salas españolas, ha dado el salto a la realidad llegando al Parlamento Argentino. En «Leonera», Trapero denunciaba las condiciones de las cárceles de mujeres argentinas, en las que conviven las presas con sus hijos nacidos en prisión como si fueran uno más sin libertad. Poco después, y tras el éxito del film en las taquillas, se aprobaba la Ley de Prisión Domiciliaria que otorgaba un régimen especial de privación de libertad a estas madres cuyos hijos no deben de asumir su culpa. Dos años después, en 2010, llegaba a los cines argentinos «Carancho». Una película con la que Pablo Trapero desenmascaraba a los abogados que tienen como oficina las salas de espera de los hospitales, aquellos que buscan víctimas de accidentes para prometerles altas indemnizaciones a cambio de su contratación. Para referirse a estos abogados, el director uso un termino inventado: «caranchos» que, poco después, saltaba al vocabulario popular como si siempre se hubiese utilizado. De hecho, fue tal la aceptación, que en noviembre del 2011 se aprobaba por unanimidad la Ley Anti-Carancho en la Cámara de Senadores de la Nación argentina. Con esta ley, se establece un régimen de protección para las víctimas de accidentes evitando que sean «estafadas». La última película de Trapero no iba a romper la tradición. Con «Elefante Blanco», nos traslada a las villas argentinas; es decir, a las barriadas donde los más pobres conviven con las mafias de las drogas, a las áreas de chabolas de la ciudad de Buenos Aires que han sido olvidadas por el resto de ciudadanos. Y de nuevo, su trabajo ha hecho que alguna que otra conciencia se removiese entre la clase política, empezando a trabajar más activamente por estas zonas hasta el momento olvidadas desde el poder. Con nuevas acciones, se busca la integración de la gente de las villas con el resto de la sociedad argentina como puede ser la existencia de un censo real de la zona o la instalación de unidades móviles de atención sanitaria. Temas que se tratan directamente en el film. Ahora solo queda esperar a ver cuál será el próximo trabajo de Pablo Trapero, un director que ha conseguido que la expresión de «cine social» se convierta justamente en eso, es un cine capaz de mover a la sociedad argentina y presionar sobre la clase política.