Los héroes de hierro de Montreux
La estatua de la ciudad suiza de Montreux se encuentra en la concurrida plaza Du Marche, frente a la inmensidad del lago Lemán, a los pies de las altas montañas que cobijan la ciudad que acogió al carismático líder de Queen en sus últimos meses de vida. Allí, en un estudio que hoy es un lujoso casino, grabó sus últimas canciones antes de hacer público que padecía sida y fallecer poco después, en noviembre de 1991.
Freddie no está solo en Montreux. La ciudad, que es el hogar de uno de los mejores y más bellos festivales de Europa, es una pequeña urbe repleta de estatuas que rinden tributo a sus héroes. Algunos vivos, otros muertos años atrás como Mercury o el eterno Charles Chaplin. Pero Montreux, por encima de todo, es una ciudad consagrada a la música que cada año recibe a más de un millón de visitantes que invaden esta elegante ciudad de Suiza para asistir al centenar largo de actuaciones que programa cada año el Montreux Jazz Festival.
Al caminar por Montreux te vas topando con los héroes de la ciudad. Los artistas que dejaron su huella entre los 25.000 habitantes de esta pequeña y tranquila urbe. Junto al auditorio que sirve de sede principal del festival de jazz hay un parque repleto de bustos, la mayoría creados por el italiano Marco Zeno. Allí, juntos, están los rostros de BB King, que participó en 19 ediciones del festival (la actuación de 1993 fue editada en vídeo) junto al rey de la Beale Street está también Ella Fitzgerald, que habitó un tiempo la ciudad; Santana, que visitó el festival en varias recordadas ediciones o más recientemente Aretha Franklin, cuya carrera bien la hace merecer una estatua en cada pueblo, y el eterno Ray Charles, siempre sonriente en su piano. En el paseo que bordea el lago Lemán se encuentra también el busto de Miles Davis, cuyas siete actuaciones en Montreux son muy recordadas en la ciudad.
Verlos ahí, inertes a pesar del movimiento de sus gestos, invita a pensar en lo que harán cuando nadie les mira y uno se deja llevar y piensa en las conversaciones que tendrán durante las noches oscuras de viento. Los imagino tatareando un blues mientras echan de menos sus manos y ven pasar un tiempo que ahora les es ajeno, intrascendente porque ya no son ellos, son estatuas sin alma erigidas en la ciudad más hermosa de Europa, una ciudad a la que un día impresionaron tanto que les recordará en hierro para el resto del tiempo hasta que sean viejos bustos ennegrecidos de una época lejana. Para entonces la gente no sabrá quiénes fueron y desconocerán los motivos por los que un día alguien les talló en hierro, felices, con gestos intensos. Quizá un día, dentro de cien años, solamente sean recuerdos en hierro de los héroes de Montreux.




