Operación Birmania: los tesoros de Mandalay
Mandalay fue la última capital de Myanmar antes de que el país cayera en manos de los ingleses tras las tres guerras anglo-birmanas, en 1825, 1852 y 1886. Ha llovido mucho desde entonces, pero todavía conserva su papel como foco de la cultura tradicional en este rincón del mundo de historia terrible que poco a poco abre sus puertas al mundo.
Mandalay, en realidad, es una colina, y la ciudad que surgió a sus pies recibió por ello su nombre. En lo alto hay varios templos, y en el principal hay una estatua gigantesca del Buda con el brazo extendido. Se cuenta que por aquí anduvo el Buda en sus peregrinajes y entonces profetizó que 2.400 años después en ese lugar se fundaría una ciudad. El brazo extendido señala el lugar donde se construiría la ciudad. Haciendo cuentas se llega a la conclusión de que la gloria de Mandalay duró poco, y así la capital que se consideraba a sí misma "el centro del universo" pasó a ser un enclave más del imperio Británico en menos de 30 años. Una escalera mecánica permite llegar a los peregrinos sin el esfuerzo de la subida. Allí esperan los quirománticos para desvelar las brumas de su futuro a cambio de unos billetes.
Los pies de la colina están salpicados de templos y monasterios, y el conjunto forma un cogollo místico. En Kuthodaw Paya se encuentra el que tal vez sea el libro más grande del mundo. No el más largo, sino el más grande, ya que el Tripitaka, el canon budista, está grabado en 729 losas de mármol, escritas por los dos lados. Pero esto no es nada, ya que en el monasterio de al lado, Sandamani Paya, están los comentarios al Tripitaka, en ¡1.774 losas de mármol! El concepto “libro de bolsillo” o “libro electrónico”, no tiene sentido aquí.
El corazón de Mandalay está en el otro extremo de la ciudad. En los alrededores de Mahamuni Paya hay un movimiento incesante de gentes. Se entra por un pasadizo que parece uno de los pasillos del Gran Bazar de Estambul, con decenas de tiendas a cada lado. Aquí se venden artículos propios del culto y también muchas otras cosas, como pesos para el opio, tarugos de madera de sándalo, flores de plástico, flores de verdad, planchas para la ropa, juguetes y falsificaciones de prendas deportivas. Buda, a diferencia de Jesucristo, no expulsó a los mercaderes del templo. Al final del pasillo está el Buda, cubierto de oro. Los fieles colocan panes de oro sobre la figura, que aparece deformada, con el cuerpo y los brazos hinchados. Sólo la cara permanece intacta.
Mandalay no es sino la última de una serie de capitales que existieron entre la caída de Bagan en el siglo XIII y el final de las guerras anglo-birmanas. Así, a pocos kilómetros de distancia una de la otra se encuentran los restos de Inwa, Amarapura y Sagaing. Esta abundancia de capitales obedece a una tendencia de ciertos reyes de marcar el comienzo de su reinado con una nueva fundación y la construcción de un palacio. Las tres antiguas capitales se encuentran al sur de Mandalay, muy cerca una de otra, mientras que hacia el norte aparece Mingun, que si bien nunca fue una capital, guarda uno de los monumentos más curiosos del pasado de Myanmar.
Amarapura significa "Ciudad Inmortal", pero parece que el nombre no fue bien elegido. Queda poco que pueda recordar su pasado esplendor: algunos templos, el puente de U Bein (con sus casi mil pilotes de madera de teca) y los restos de un palacio. Inwa, en cambio, sí transmite una verdadera sensación de ciudad perdida, ya que fue la capital de un reino birmano durante casi 400 años. Está situada al otro lado del Irawaddy y hay que tomar una lancha para cruzar el río con un barquero, y este simple hecho es como un viaje en el tiempo. Al otro lado aparece un mundo olvidado con algunos monumentos incongruentes entre campos de labor como Bagaya Kyaung, un monasterio de madera, o la torre inclinada de Nanmyin. Pero lo mejor de todo es el recorrido de un lugar a otro en un coche de caballos. Desde lo alto de la torre de Nanmyin se ven brillar a lo lejos las pagodas doradas de Sagaing.
Sagaing fue la primera de las capitales de esta región, y ahora es uno de los principales centros religiosos de Myanmar, con decenas de monasterios. Desde lo alto de la colina, desde un templo decorado con azulejos de mil colores, la vista es fabulosa y se extiende sobre las pagodas y el río. George Orwell, que sirvió en la policía colonial inglesa, escribió que el Irawaddy brilla como si arrastrara diamantes, y es verdad. Luego, a medida que el Sol desciende, parece que el mundo se queda tranquilo. El cielo y el río se vuelven de color naranja. Alguna piragua cruza el río lentamente y por un momento se puede tener la impresión de que no hubiera nada que temer.
La única manera de llegar a Mingun es en barco. Hay que remontar el Irawaddy durante una docena de kilómetros para llegar hasta una pirámide de ladrillo, la estructura más grande del mundo construida con este material. Es una más de las historias de abuso de la gente que han sucedido en este país a lo largo de los siglos. Durante 30 años miles de esclavos acumularon millones de ladrillos, hasta la muerte del rey Bodawpaya. Tiene 50 metros de altura, sólo una tercera parte de la proyectada.
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Texto y fotos: Ángel Martínez Bermejo