Leila Guerriero: "El Nuevo Periodismo es más viejo que el hambre"
Madrid
Leila Guerriero se define como "una autodidacta absoluta, un dinosaurio: una periodista salvaje". Una mujer capaz de trazar perfiles tridimensionales de poetas o deportistas. Editora. Embajadora de la crónica latinoamericana. Enamorada de Madame Bovary. Poseedora de una voz y un estilo propio. Ganadora del Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y del González Ruano. La mujer de la que Vargas Llosa ha escrito que reivindica el periodismo como una de las bellas artes.
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En las distancias cortas Leila Guerriero es extremadamente educada. Un incipiente catarro no le hace perder la sonrisa. Elegante en la forma de moverse. Delgada. Habla como escribe, firme, pero marcando las sílabas. Nacida en Junín, cerca de Buenos Aires, en 1967, lleva 22 años dedicándose al Periodismo, pero por un día cambia los papeles de entrevistadora por los de entrevistada. La conversación transcurre en una cafetería del centro de Madrid, hasta donde ha viajado para presentar su último libro: Una historia sencilla (Editorial Anagrama). Una crónica que comparte título con la película de David Lynch y en la que Guerriero se adentra en un concurso de malambo, una danza tradicional de los gauchos argentinos, para presentarnos a Rodolfo González Alcántara, malambista profesional. El verdadero protagonista de esta historia sencilla.
Una historia sencilla es sencilla porque es una historia en la que no pasa nada. En el sentido en que no hay un violador, ni un asesino. Es la historia de un hombre que compite en un concurso de baile, el Festival Nacional de Laborde ¿Por qué escribir sobre un desconocido bailarín de malambo?
Fue un desafío porque la historia de Rodolfo no es la historia de un marginal. Tiene una historia fuerte de vida pero no más que la de muchísima gente que viene de una familia humilde en la que sus padres han tenido que trabajar de cualquier cosa para mantener a sus hijos. En el caso de Rodolfo no hay casos de violencia fuerte, ni de drogas, que es una cosa en la que la crónica latinoamericana abreva mucho. Casi confirmando un poco el cliché de lo que supone que somos.
En un texto publicado en la revista colombiana El Malpensante, en enero de 2006, te preguntabas por qué quienes escribís crónicas elegís "casi exclusivamente las que tienen como protagonistas a niños desnutridos con moscas en los ojos"...
No es una queja eh, yo también lo he hecho. Me parece estupendo seguir contando las historias de los niños con moscas, pero también me parece que hay otras historias que merece la pena contar: historias de clases altas o historias con final feliz. Que son historias más difíciles de contar, protagonizadas por gente buena, entre comillas. Y me parecía que la historia de Rodolfo merecía la pena ser contada.
¿En qué momento la historia de Rodolfo saltó de una crónica para convertirse en un libro? Porque tú viste la noticia de la competición publicada en 2009 y tardaste dos años en comenzar a investigar, en ir hasta allá...
Cuando lo estaba escribiendo me di cuenta, empezó a crecer y a crecer y no solo por una cuestión de longitud. También porque un libro tiene una lógica que no tiene una crónica. Me interesa buscar el camino de la sutileza: la gente no es monolíticamente buena o monolíticamente mala y para contar esas sutilezas hace falta espacio. Cuando acabé de escribir envíe lo que había escrito a consideración de gente que podía publicarlo. Convencida de que la historia me gustaba mucho pero sin estar convencida de que eso fuera un libro para publicar en un país como España... Pero Jorge Herralde se entusiasmó inmediatamente y me dijo "sí, adelante, vamos a publicarlo".
'Una historia sencilla' comienza con una frase suelta: "Ésta es la historia de un hombre que participó en una competencia de baile". Y termina con otra: "Yo no lo vi llorar, pero lloraba" ¿En una crónica como esta es más difícil escribir la primera o la última frase?
La frase del arranque la tuve mucho tiempo antes de comenzar a escribir. Era esa frase sola y suelta y no había posibilidad de que se mezclara con otro párrafo. Era una línea que resume la esencia del libro. Y sobre la última... a los finales siempre se llega y no los tienes desde el principio. En este caso concreto esa frase salió porque después de la última vez que vi a Rodolfo en Laborde hicimos todavía una entrevista más. Él me dijo "vos no te diste cuenta, pero mientras estaba guardando la ropa estaba llorando". Cuando estaba armando el libro me di cuenta de que esa era la última frase.
Dicen tus lectores que tus textos tienen música. Y es cierto que tus perfiles o tus crónicas parecen sinfonías por la forma en que están puntuados. ¿Cuentas los puntos y las comas que pones? ¿o cómo logras esa armonía?
Yo me fijo mucho en la música de una frase, muchas veces escribo contando... Tengo mucho oído para la poesía y a veces me doy cuenta, cuando termino de escribir un párrafo, que hay tres o cuatro alejandrinos o endecasílabos. A veces me entretengo 10 minutos buscando una palabra esdrújula o grave porque creo que el párrafo tiene que acabar así. Eso tiene mucho que ver con la voz o con el estilo de cada uno. Y es cierto que le pongo mucha atención a la coma o al punto porque me parece que eso es como el jadeo de un texto, como la respiración. Y para mí eso es importante. Me importa cómo suena ese texto y me crispa mucho cuando veo una coma mal puesta. De hecho, cuando el corrector leyó 'Una historia sencilla' le sobraban comas, pero para mí era súper importante mantenerlas. Para mí esas comas marcan otra respiración, una pausa más dramática.
En España ahora se habla mucho del boom de la crónica latinoamericana y se mira con cierta envidia los tiempos que manejáis allí para escribir ¿hay mucho mito rodeando a la crónica latinoamericana?
Primero no todo lo que yo escribo me lleva tres meses o un mes hay cosas que yo resuelvo en una semana. En Latinoamérica vivimos en un estado de precariedad permanente porque nacimos en ese estado de precariedad. Yo como todos mis colegas latinoamericanos: edito dos libros, estoy escribiendo uno, estoy con una crónica, publico una columna... No estoy tres meses pintando la Capilla Sixtina. Nadie puede vivir de estar tres meses haciendo una crónica; ni en Latinoamérica ni en España pagan lo suficiente para sobrevivir con eso. La queja de los periodistas españoles de "no podríamos porque no tenemos tiempo..." Creo que hay algo que falla porque yo trabajo para medios españoles.
Últimamente al amparo de ese auge de la crónica muchos han tendido a calificar al cronista casi como una rockstar ¿te sientes cómoda con ese apelativo?
Yo no soy cronista, yo soy periodista. Los periodistas somos personas bastante marginales en el mapa de lo que es la literatura. Hay muy pocos autores que sean conocidos por una cantidad de público grande. Nos conocemos entre nosotros, pero si somos unas rockstars somos unas rockstars bastante de pueblo. Y me daría bastante asco ser una rockstar en ese sentido, porque a menudo tratamos con temas que no son agradables.
En Frutos extraños, cuando hablas de tu primer editor, Jorge Lanata, dices: "Lo leyó, lo gustó y lo publicó". Tú también ejerces como editora tanto de libros como en la revista Gatopardo. ¿Cómo es la Leila Guerriero editora? ¿te comportas igual que Lanata?
Sí, me gusta descubrir nuevos talentos; abrir un documento que me envía algún espontáneo y encontrarme con alguna perla. Aunque es lo menos usual. Es difícil encontrarte con algo que te deslumbre, pero cada dos o tres años pasa y te encuentras con un nombre que dices ¡guau! En cuanto al trabajo con los autores yo hago varias devoluciones de los textos. Y esas relaciones crean una intimidad y una complicidad bonita con los autores, sobre todo cuando los dos sentimos que estamos trabajando a favor del texto.
Si te envían un texto escrito en primera persona ¿lo publicas?
Si claro, si es un texto en el que la primera persona tiene algo que hacer.
Pero tú escribes pocas veces en crónicas o en perfiles en primera persona...
'Una historia sencilla' está escrito en primera persona porque hay un montón de reflexiones que tienen que ver incluso con el oficio. Las columnas o las conferencias también las escribo en primera persona, porque trato de decir con esa primera persona a la gente que lo lee o lo escucha, que esa es mi visión más modesta pero que no es la verdad revelada. Si lo pusiera en tercera persona sería más rotunda y sería como yo y el universo entero lo vemos así. Lo que no hago jamás es escribir un perfil en primera persona.
En los últimos años se ha redescubierto el Nuevo Periodismo. Dice Félix de Azúa en Autobiografía de papel que Mailer o Capote "dejaron una estela de imitadores realmente terrorífica que aún se agita por las páginas de los diarios". Muchos de esos imitadores de los que habla Azúa escriben en primera persona ¿eso es el Nuevo Periodismo?
Lo primero que el Nuevo Periodismo es más viejo que el hambre. Y claro que el Nuevo Periodismo no es escribir en primera persona; escribir en primera persona es un diario. Lo que hicieron estos tipos en los años cincuenta fue trasladar las técnicas formales de la literatura de ficción y aplicarlas al servicio de contar historias reales. Apartarse de la noticia o de la entrevista pregunta-respuesta. En Latinoamérica había autores como Roberto Arlt o Rodolfo Walsh que lo habían hecho anteriormente. Lo que pasa es que escribir en primera persona es algo muy llamativo, es como poner a una chica en bikini en la Puerta del Sol. Todo el mundo se va a parar a mirarla. Es mucho más difícil contar en tercera persona
Uno de tus libros anteriores, Los suicidas del fin del mundo, comienza con una cita de Cesare Pavese que dice "se necesita humildad, no orgullo". ¿Al Periodismo actual le hace falta más humildad y le sobra orgullo?
Sería fuerte aplicar la cita de Pavese a algo así. De hecho, decirte que sí sería orgullo. Yo creo que hay periodistas muy humildes y periodistas muy orgullosos, y hay periodistas orgullosos que son muy buenos y periodistas humildes que son muy malos. Como periodista uno debe recordar siempre que uno no es lo que importa, que lo importa es la historia. A mí me parece que lo que le falta al Periodismo de hoy es seguir teniendo fe y recordar por qué nos metimos en esto de contar historias. Falta convicción, falta tozudez, falta coraje. La situación actual de los medios es compleja y a veces te obliga a aceptar condiciones laborales que no son las que uno querría... Y eso es humildad: querer trabajar a pesar de todo.
Tú dictas conferencias tanto en España como en distintos países de Latinoamérica ¿notas muchas diferencias entre las inquietudes que tienen los estudiantes de Periodismo a un lado y otro del Atlántico?
Sí, hay muchas diferencias. En España están muchos más preocupados por el tema de lo que le están haciendo las nuevas tecnologías al Periodismo. La preocupación que tienen es cómo hacer en el mundo de hoy en el que se les pide inmediatez para producir un texto largo, un perfil. Y en ese sentido no tienen claro que uno hace estos textos pero también hace cien cosas más que le permiten sobrevivir.
En alguna ocasión has dicho que no hay nada más sexy que la realidad, pero tú llegaste a la realidad por el camino de la ficción —un cuento publicado en Página /12— ¿no te apetece volver a tus orígenes?
Yo siempre quise escribir y ser escritora pero no me planteaba ser periodista. Una empieza a escribir cuentos y cosas así, aunque leía mucho periodismo por mi papá, no me planteaba ser periodista. Pero cuando empecé a hacer periodismo no quise hacer otra cosa. Es como un animal que se encuentra con su propia naturaleza y ahí está cómodo. A mi me pasó eso con el Periodismo y de momento no tengo interés en escribir ficción. Aunque la ficción se sigue viendo desde fuera como el lugar del prestigio y de la consagración. A los periodistas siempre nos preguntan cuándo te vas a poner a escribir ficción, como si ese fuera el momento en que te vas a convertir en una verdadera escritora. Yo por ahora no siento ganas de hacerlo.
¿Se aprende a escribir leyendo?
Claro, sin duda, no hay otra forma. Yo jamás salgo de casa sin un libro en la mano.
Y es cierto. Antes de marcharse Leila Guerriero vuelve a coger el libro de John Irving que traía con ella y asegura, entre risas, que no aprendió a bailar malambo: "Casi nunca me dan ganas de hacer lo que hacen mis entrevistados; me he pasado la vida entrevistando asesinos y no me dan ganas de salir por ahí a matar gente".