Wattstax, la fiesta contra el racismo
Los disturbios de Watts supusieron uno de los primeros y más graves levantamientos sociales de la comunidad afroamericana. Miles de afroamericanos habían llegado a California en los años cuarenta para trabajar en la industria bélica. De los menos de 65.000 negros que había en Los Ángeles en 1940 se había pasado a 750.000 para 1970. Cuando la guerra terminó, la prosperidad se desvaneció. Aquellos hombres y mujeres que habían escapado del racismo del sur se quedaron en los suburbios de Los Ángeles y comenzaron una nueva vida que tampoco contaría con muchas oportunidades. La insurrección civil de Watts fue un grito desesperado contra la injusticia.Siete años después, un concierto recordaría a las personas que perdieron su vida en aquella batalla. Muchas de las estrellas del soul, el góspel, el blues o el funk estarían allí, junto a 100.000 asistentes, recaudando fondos para las familias de Watts. Stax, el sello de Memphis creado por dos hermanos blancos, sería el gran promotor de la cita al llevar a la ciudad a la plana mayor de sus artistas. Stax quebraría tres años después por el empuje de Motown Records y una serie de malas decisiones. Aquel sería su último gran momento tras quince años editando la música de los mejores intérpretes del sur estadounidense.
Wattstax no fue Woodstock, tampoco intentó serlo. Wattstax fue un festival social, un evento que reclamaba una identidad y unas raíces. De igual modo que los blancos de Woodstock reclamaban su identidad generacional, los asistentes a Wattstax proclamaban el orgullo de ser negros y pedían igualdad de derechos y oportunidades. Los incidentes producidos siete años antes habían pasado, pero no se habían olvidado.
El festival juntó a un genial elenco de artistas. La mañana comenzó con Kim Weston interpretando el himno nacional de Estados Unidos y el himno nacional negro, un poema escrito por James Weldon Johnson que su hermano musicalizó en 1900. The Staples Singers, el grupo familiar de Mavis Staples, arrancó el día con un recital de soul, de góspel y de canciones protesta como ‘We the people’ o ‘Respect yourself’.
El día iba trascurriendo como una fiesta con las gradas llenas de familias, niños, parejas y grupos de amigos. La tarde dio un giro con la aparición de la familia Thomas. Primero Carla, luego su padre. La pequeña de los Thomas puso al público en pie con la hermosa ‘Pick up the pieces’. Carla había grabado varios discos durante la década anterior y estaba presentado ‘Love means’, ya no volvería a editar un álbum hasta 1994. Tras la quiebra de Stax, Carla se dedicó a ayudar a los niños sin recursos de Memphis, su ciudad natal.
Rufus Thomas subió al escenario vestido con un traje rosa de pantalones cortos, colgante de elefante dorado, botas altas rosa chicle y su calva con largas patillas. Se desató la locura. La intensidad de Rufus Thomas sobre un escenario es contagiosa, desprende felicidad, alegría. El veterano cantante invitó al púbico a saltar las vallas e invadir el césped durante su interpretación de ‘Do the funky chicken’. En pocos minutos el verde de la hierba había desaparecido oculto tras miles de peinados afro, pantalones de campana, patillas gigantes y un muestrario de bailes con lo mejor de cada casa. Thomas consiguió, tras acabar la canción, que toda esa gente volviese a ocupar su localidad sin que se produjese ningún incidente y con mucha clase y gracia.
La noche siguió su curso con las actuaciones de Luther Ingram e Isaac Hayes. Un total de siete horas de música en recuerdo de las revueltas de Watts, de su gente. Cincuenta años después, la comunidad afroamericana de Watts ha descendido hasta el 38%, según un censo del año 2000. Los problemas siguen siendo los mismos. La renta per cápita de la ciudad es una de las más bajas de los Estados Unidos y un 49% de las personas viven por debajo del umbral de la pobreza. Eso también es California.




