La crisis entre costuras
El creciente renacer de la sastrería tradicional y otros oficios planta cara a la despersonalización y las modas fugaces
La fugacidad es un concepto que, cada vez más, se ha hecho con el control de los armarios de todo el mundo. Del perchero al trastero en unos pocos meses. Sin embargo, más allá de este 'fast fashion' podemos encontrar otros modelos de negocios más cercanos en los que se apuesta por un trato más personalizado y cercano. Es el caso de El 91, la sastrería que Paul y Catrina fundaron y con la que han conseguido volver a los oficios en plena crisis.
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Una conversación, una filosofía, unos valores, una necesidad de comprar de forma pausada. Es la tónica que día tras día experimentan ambos empresarios, que huyeron de la fría oficina para dedicarse a lo que de verdad les llenaba. La vuelta a lo que las anteriores generaciones idearon es una de las consecuencias de la eterna crisis. Los viejos oficios, aquellos que crean experiencias más ricas que el paso por una caja registradora, vuelven a consolidarse y el pequeño comercio experimenta un nuevo esplendor. "Siempre, desde muy pequeños, se nos ha ido quedando un poso de lo que apasionaba a nuestros mayores", dice Paul, con la cinta métrica en el cuello.
Con su tienda taller en el madrileño barrio de Chamberí , ven entrar a un público cada vez más amplio. Huyen del concepto de sastrería sombría, malhumorada, anticuada, para orientar y aconsejar a cualquier joven con ganas de tener su primera camisa. "Con la crisis, es importante tener prendas de calidad, que duren el mayor tiempo posible", recuerda Catrina, que no olvida la parte práctica del proyecto. Proyecto que no sólo consiste en ofrecer sus productos, sino que también cuenta con talleres donde enseñar las técnicas manuales para hacer pajaritas o sombreros.
En 2009 se gestó la marca, en referencia al prefijo telefónico de Madrid, el lugar llegó debido al cierre de una camisería anterior, la ilusión y esa "musiquilla" en su cabeza, que siempre sonaba, hicieron lo demás. Desde entonces, El 91 abrió una puerta de posibilidades y el renacer de la costura les permitió consolidar su proyecto, el cual no se queda en los patrones y los alfileres. Los valores con los que se identifican (calidad, frescura, 'savoir faire') no solo se plasman en sus diseños, sino que los han transportado a otros aspectos del día a día. "Cuando un cliente entra, no sólo busca una prenda, busca una conversación, una opinión sobre un restaurante, un museo, una ruta...", comentan.
Paul y Catrina forman parte de una generación en auge de socios que luchan por preservar las formas tradicionales de confeccionar prendas, como intérpretes entre un encorsetado sector y la modernidad. Técnicas, las tradicionales, que no están reñidas con lo actual, y que, más que un atraso, suponen un valor añadido a la experiencia de adquirir un traje. Así ven su trabajo desde su acogedora 'boutique', desde la que plantan cara a la inaccesibilidad de la sastrería y han apostado por un oficio en extinción que necesita las mejores manos para resurgir.