En barco por los canales de la Patagonia
Tierra del Fuego, el extremo sur de la Patagonia, es unos de los territorios más vírgenes del continente americano. Pero pese al nombre, más que tierra lo que los viajeros encuentran en esta esquina sur de la Patagonia es agua: ensenadas, fiordos, islas, estrechos, senos, cabos… Un laberinto de canales de aguas tranquilas entre dos océanos bravíos y encrespados que pugnan el uno contra el otro al juntarse en el cabo de Hornos.
En Tierra del Fuego apenas hay carreteras por eso la mejor manera de explorar este archipiélago es en barco. Navego a bordo de uno de los pocos autorizados a hacer la ruta Punta Arenas (Chile)-Ushuaia (Argentina) por los canales patagónicos, el Vía Australis. Dejamos atrás Punta Arenas, que pese a sus 130.000 habitantes, tiene algo de puesto de colonización, de ciudad de frontera en la que la luz y el aire presagian ya las soledades australes.
El primer amanecer nos sorprende en el Seno Almirantazgo, uno de los muchos fiordos sin salida de este dédalo de canales, islotes y estrechos que es la Tierra del Fuego. El espectáculo de colores es soberbio: el blanco del glaciar Marinelli y de los picos de la cordillera Darwin; el azul impoluto del cielo; el verde turquesa de las aguas de deshielo del fiordo; los mil tonos ocres, verdes y amarillos del bosque de ñires y lengas; las bayas rojas que crecen en el sotobosque; la turba negra que almohadilla el suelo, empapada por siglos de lluvia continua; el violeta eléctrico de las conchas de moluscos muertos en las playas de cantos rodados; los árboles secos por la acción de los castores, con su grisácea palidez de muerto viviente. Un espectáculo que solo se puede ver aquí.
Hay cientos de especies de aves. Así lo comprobamos otra tarde, cuando navegamos con las cuatro zodiac que lleva el buque en torno a la isla Tucker. En sus playas y acantilados habitan cormoranes imperiales y de las rocas, patos quetru, caiquenes, águila de cabeza negra…. Pero lo más espectacular del islote Tucker es la colonia de unos 4.000 pingüinos de Magallanes. Son los pingüinos más comunes de Tierra de Fuego y pese a que han sido cazados por los pescadores para usarlos como carnada en la pesca de la centolla, no huyen cuando te acercas a ellos en la playa.
Hay tres nombres omnipresentes en este viaje en barco por los canales patagónicos: Darwin, Fitz-Roy y el HMS Beagle. No en vano navegamos por los mismos escenarios por los que navegó el bergantín de 10 cañones más famosos de la historia, el HMS Beagle, al mando del capitán Robert Fitz-Roy. Un buque hidrográfico de la marina británica que cursó dos viajes de exploración y cartografía por estas peligrosas costas de la Tierra de Fuego entre 1826 y 1836, en el segundo de los cuales llevó a bordo a un naturalista novato pero muy perspicaz llamado Charles Darwin que cambiaría la historia de la ciencia.
Con mucho, el tramo más espectacular de la travesía es el que discurre por la avenida de los Glaciares. Se trata del brazo noroeste del canal de Beagle, en el que desaguan seguidos cinco glaciares que bajan de la cordillera Darwin. Cinco poderosos ríos de hielo que se pueden ver uno tras otro desde la borda del barco, como un travelling escenográfico: el España, el Romanche, el Roncagli, el Italia y el Holanda.
El colofón de este viaje en el Vía Australis es llegar al cabo de Hornos, el extremo sur del continente americano y de todos los continentes, el verdadero fin del mundo. En realidad Hornos no es un cabo, es una isla. La última isla de la muchas que forman Tierra del Fuego. Pero ese es el único equívoco. El resto, toda la leyenda que envuelve al paso más traicionero y mortífero de los siete mares, es verdad.
Hay unos 800 naufragios datados en este punto en el que se juntan el océano Pacífico y el Atlántico, y puede que sean otros tantos los que no quedaron reflejados en ningún registro. La isla pertenece a Chile, que tiene destacada en ella a un militar junto con su familia para que cuiden de la radio y de la estación meteorológica y den soberanía a un territorio en disputa con Argentina hasta 1978 que estuvo a punto de provocar una guerra entre los dos países vecinos.
El viaje acaba en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. Ushuaia no es una aldea: tiene 40.000 habitantes y acaba de ampliar el antiguo aeropuerto para que puedan entrar aviones de gran tamaño. Vive de la pesca, del comercio y cada vez más del turismo, pero sigue teniendo ese aire de ciudad del far-west, crecida al amparo de alguna fiebre: la del oro, la del aceite de ballena, la de la piel de foca o la de la promesa de un trabajo bien pagado. Entre las viviendas modernas del centro aún afloran, como islotes de la historia, pequeñas casitas de planta baja y vivos colores que un día poblaron la ciudad más al sur del mundo. Y cuando el sol asoma entre los nubarrones australes, sus policromías alegran la ciudad como si un niño hubiera dejado escapar un puñado de globos de colores.
Descubre uno de los lugares más espectaculares del planeta y aprovecha tu viaje a la Patagonia para disfrutar de una experiencia increíble.