Talento y sentío en el Español
Fernando de la Morena, Rancapino y José Menese se conjuran con el duende en el Teatro Español de Madrid
El escenario más antiguo de Europa levantó el telón para recibir a tres de las gargantas más ortodoxas del flamenco. '50 años de cante', cita histórica en la programación de esta novena edición de 'Suma Flamenca', colgó el cartel de 'no hay entradas'. Un espectáculo único en el que se pudo disfrutar de la pureza de las voces viejas.
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"Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: 'El duende no está en la garganta, el duende sube por dentro desde la planta de los pies'. Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto". Jóvenes y mayores, flamencos y no flamencos, gitanos, payos e incluso algún hipster de riguroso uniforme se acercaron hasta el Español para vivir esa viejísima cultura de la que hablaba Lorca en su 'Teoría y juego del duende'. La creación de vida que ofrecieron tres hombres que suman más de dos siglos de cante desde que vinieron al mundo.
Fernando de la Morena (Jerez de la Frontera, 1945), Rancapino (Chiclana de la Frontera, 1945) y José Menese (La Puebla de Cazalla, 1942) iniciaban la liturgia pasadas las ocho de la tarde. Con traje y pañuelo en el bolsillo de la chaqueta cantaron a palo seco, de pie y a viva voz en la boca del escenario, ante un público que estaba ganado de antemano. Un aperitivo que preludiaba una noche irrepetible.
Minutos después, al siempre sabio y elegante De la Morena, maestro del compás, le tocó abrir la terna con unas soleares de las que obligan a convertirse a esa religión que lleva en la voz a todo aquel que las escucha. Cuatro cantes sentidos acompañados de la guitarra de Domingo Rubichi que mostraron que el jerezano, repartidor de Bimbo antes de dedicarse profesionalmente al cante, es dueño de uno de los sellos más personales del flamenco de los últimos cincuenta años.
"Cuando vengo a Madrid, me se viene el cante a la mente y al cuerpo", advirtió Alonso Núñez, Rancapino, al llegar su turno. Y así lo atestiguaron las inmensas alegrías con las que arrancó. Fandangos, bulerías, soleares, malagueñas o seguiriyas. Ningún cante se le resiste al ronco de Chiclana, compañero de andanzas del joven Camarón de la Isla y uno de los más grandes cantaores de Los Puertos. La voz afillá de Rancapino retumbará entre las paredes del Español por mucho tiempo.
Cantaor coherente con la tradición más pura, heredero natural de Mairena, José Menese aparecía acompañado de la guitarra magistral de Antonio Carrión. Ya sea con una taranta, una toná liviana, una rondeña o con la cantiña que anoche le hizo eterno en Madrid, el sevillano "proscrito en Sevilla", como él mismo reconoció, hace gala de esa voz clara y gigante dedicada a los cantes más antiguos, casi olvidados en los repertorios actuales. Carisma cantando y hablando, no dudó en meterle mano a unas peteneras ante la insistencia de una espectadora, a pesar de la 'jindama' que este palo produce en los gitanos supersticiosos ("Dicen que la petenera / trae mal fario y maldición", que cantaba La Niña de los Peines).
Menese cerró la noche con una guajira tan dulce como el recuerdo que nos llevamos todos los asistentes a esa ceremonia en que se convirtió '50 años de cante'. Una noche en la que Lorca, vigilante desde la plaza de Santa Ana, soltó al aire la paloma que sujeta entre sus manos para poder aplaudir a tres de los últimos representantes del cante más puro.