¿Vale gilipollas en un debate político?

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Ayer, en un debate en el parlamento gallego, el presidente Feijoo tildó al BNG de ser el "tonto útil" del PSOE y el portavoz del BNG, Francisco Jorquera, le devolvió el insulto y en el calentón lo elevó a la categoría de gilipollas.
No son excepcionales los debates que alcanzan tal temperatura que acaban en el insulto, la pregunta es si el insulto o la palabra malsonante cabe en el debate político. Podría esgrimirse que sería exigible que los parlamentarios guardasen las formas, por respeto a las instituciones y a los ciudadanos a los que representan. Y que el idioma tiene suficientes términos como para expresar cualquier cosa sin llegar a la palabra gruesa.
En contra, podría argumentarse que tan válida es la palabra malsonante como el refinado eufemismo, que a veces es mejor llamar a las cosas por su nombre y que se agradece de vez en cuando que los representantes rompan las estrictas costuras de los debates reglados e impostados acercando su lenguaje al que se habla en la calle. ¿Vale gilipollas como animal de compañía en el juego político? Esa es nuestra polémica de hoy.




