Ocio y cultura

Un paseo por Quito, la ciudad maravilla

Encajada entre volcanes y valles acariciados por la niebla y las nubes, prácticamente en la mitad del mundo donde se estrechan la mano los dos hemisferios, nace una ciudad de sangre indígena, vestimenta colonial española y grito libertario. Así es Quito, una pócima hirviendo bajo la tierra que desprende toda la energía suficiente para ser una de las urbes más hermosas de América latina e incluso del mundo. Por ello hoy día lucha por ser elegida una de las “Siete ciudades maravilla” cuya votación final saldrá a la luz el próximo 7 de diciembre. Los ecuatorianos se han volcado especialmente en este acto de justicia que vendría a corroborar las razones por las que la UNESCO la declaró antes que a nadie ciudad Patrimonio de la Humanidad (galardón compartido con Cracovia, en Polonia).

Quito se trata de la ciudad colonial con el casco histórico más grande y mejor preservado del continente, además de contar con las manos delicadas de los genios que formaron parte de una escuela artística como la quiteña, que supo hacer auténticas filigranas con la madera y el pan de oro. No es baladí, por tanto, que se afirme con rotundidad que Quito es el gran relicario de América.

Para el paseo que os proponemos hoy podemos empezar en la Plaza Grande, el corazón de esta ciudad fundada en 1534 en dos ocasiones (la primera a las afueras y llamada Santiago de Quito, y la segunda y definitiva en el lugar actual bajo el nombre de San Francisco de Quito). Alrededor de construcciones de prácticamente cinco siglos totalmente blancas (Catedral, Palacio de la Real Audiencia, hoy día Palacio presidencial y Palacio arzobispal) surge una especie de jardín tropical con una columna en el centro que conmemora que un 10 de agosto de 1809 se dieron aquí los primeros gritos de libertad y emancipación para las colonias españolas en América.

En la fachada principal de la Catedral se recuerda también el inicio del viaje de Orellana y, por tanto, el importante descubrimiento (o mejor dicho, redescubrimiento al mundo) del Amazonas. Una visita a la catedral nos mostrará una mezcla de estilos que, sin ser el mejor interior quiteño, nos dejará un buen sabor de boca, aunque mi consejo es tomar cuanto antes la calle García Moreno (conocida como las 7 cruces) y meternos a la iglesia del Sagrario, que parecería un apéndice catedralicio, aunque no tienen nada que ver con ésta. En la puerta y los retablos encontramos el pan de oro envolviendo auténticas maravillas del barroco colonial, obra de la renombrada Escuela Quiteña que forjaría las mejores esculturas y templos de todo el Ecuador.

Si continuamos nuestro camino nos daremos cuenta que lo visto hasta ahora es tan sólo un apetitivo. A nuestra derecha surge la Iglesia de la Compañía de Jesús, con unas columnas salomónicas retorciéndose a ambos lados de la puerta y que nos invitan a entrar. Lo hacemos y es entonces cuando aparece en nuestra emoción el síndrome de Stendhal y, si se me apura, el éxtasis mismo de Santa Teresa. Y es que es totalmente imposible permanecer impasibles ante tanta belleza. La cantidad de detalles envueltos en pan de oro con un el paño preciosista de la Escuela quiteña nos quita el habla. No es aventurarse demasiado confesar que uno no ha visto jamás en la vida un interior semejante en toda América. La Iglesia de la Compañía se lleva todos los epítetos posibles. No existen tantos adjetivos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como para ser ni certeros ni justos.

De la Compañía giramos a mano derecha por la Avenida José de Sucre y con un jugo de papaya en la mano alcanzamos una de las esquinas de la Plaza de San Francisco. Frente a nosotros el convento del mismo nombre del que dijera durante siglos que era el Escorial de América. Pudo haberlo sido porque llevó mucho tiempo (y dinero) construir este sueño de los franciscanos, primeros en instalarse en la ciudad de Quito (San Francisco de Quito para más señas). De hecho se contaba en los mentideros de la corte en Madrid que el Emperador Carlos V exageraba con este hecho diciendo que con todo lo que había costado a las arcas reales deberían verse las torres de esta construcción a este lado del Manzanares.

San Franscisco de Quito no es catedral, pero como si lo fuera. Cuando uno contempla sus entresijos, tanto la iglesia como el museo franciscano, se da cuenta que los pilares de la capital ecuatoriana se sustentaron durante siglos desde este convento. Además de las visitas habituales, que requieren tiempo y dedicación, es muy aconsejable entrar a las galerías subterráneas que están a pie de plaza y que pertenecen al conjunto de San Francisco. Se trata del pasaje de Tianguez, una interminable red de túneles convertidos en centro de artesanía con la premisa de ser “comercio justo”. Es ideal para el que le gusten las compras y recuerdos que van más allá de los clásicos souvenirs de aeropuerto.

Bajamos por Simón Bolívar para regresar por García Moreno o, lo que es lo mismo, las 7 cruces y caminar hasta el Arco de la Reina, con una capilla protegida por un cristal bajo el arco. Muy próximo el antiguo hospital, convertido ahora en museo de éste y de la ciudad, y frente a él el Convento de Carmen El Alto, el cual tras encontrármelo cerrado en numerosas ocasiones ahora ha vuelto a mostrarse al público ávido de seguir descubriendo una ciudad como Quito.

Llegamos prácticamente hasta los confines de la ciudad vieja, donde se cortaba el casco viejo y los soldados hacían los paseos de Ronda. Desde el puente ya se advierte una callejuela estrecha y completamente peatonal. Es la Calle de la Ronda, recuperada para los ciudadanos tras años en los que no vivió su mejor momento, y dispuesta a ser el corazón del ocio quiteño en el centro histórico con sus muchos talleres de artesanía y restaurantes con lo mejor de la cocina del país. Es algo así como el rincón bohemio de la ciudad, donde lo mismo sales con un canelazo (aguardiente, azúcar y agua de canela muy típico en las regiones montañosas del Ecuador) que con un precioso objeto de hojalata. La ronda es impredecible de comienzo a fin, de la entrada hasta tomar el arco de Santo Domingo y encontrarnos en otra de esas plazas (e iglesias) que no deberíamos perdernos por nada del mundo. La estatua de Sucre le da ese toque de rebeldía de los pueblos americanos a ese rincón que uno creería encontrarse en mitad de Andalucía. Santo Domingo es algo así como el hermano pequeño, pícaro y espabilado de San Franscisco.

Antes de que caiga la tarde nos da tiempo a comer en El Panecillo (muy recomendable la comida y las vistas de Pim´s Panecillo) y disfrutar de las que, a mi juicio, son las mejores panorámicas de Quito y los muchos volcanes que hay alrededor. En días despejados desde allí se observa incluso la silueta del asombroso Cotopaxi, aunque para volcán la estatua de la Virgen de Legarda de más de 30 metros de altura (superior al Cristo de Corcovado en Río de Janeiro), basada en la que se encuentra en el retablo mayor de la iglesia de San Franscisco y que se trata de la única de este tipo por ser alada. Se empezó a construir en Madrid y se ensambló en Ecuador para vigilar desde los años 70 la ciudad de Quito. Para no cansarnos, ya que es una subida alta, lo mejor es tomar un taxi que nos deje arriba. Nos ponemos casi a 3000 metros de altura sobre el nivel del mar y eso no lo alivian ni todas las infusiones de hoja de coca del mundo.

En el Panecillo terminamos el paseo, quizás con un sabio atardecer, aunque aún nos quedarán muchas cosas que hacer en Quito como, por ejemplo, viajar hasta el punto exacto en que se encuentra la línea ecuatorial (Mitad del mundo y Museo Intiñam), subir el volcán Pichincha en funicular (ideal a primera hora en un día despejado) hasta Cruz Loma, descubrir los trenes antiguos de Chimbacalle y pensar en hacer una ruta hacia la avenida de los volcanes y así un largo etcétera. Sin olvidar, por supuesto, que Quito es una base excepcional para descubrir y recorrer lugares próximos como Otavalo, con uno de los mercados indígenas más destacados de Sudamérica, el Lago San Pablo o una de las muchas Haciendas visitables en las que cultivan rosas de primera categoría (el mejor ejemplo es la Hacienda La Compañía).

En mi caso también lo utilicé para dar el salto a un sueño… las Galápagos. Pero esa es otra historia que ya os contaré.

- Distintas aerolíneas conectan España con Quito (con o sin escala en Guayaquil). LAN Airlines opera con Ecuador ofreciendo múltiples conexiones con nuestro país. Asimismo es una de las compañías aéreas con las que se puede llegar desde Quito o Guayaquil a las islas Galápagos (Baltra o San Cristóbal).

- Hay alojamiento de todas las categorías tanto en el centro como en la zona norte (En La Floresta, por ejemplo). Frente a Plaza San Francisco se encuentra Casa Gangotena, clasificado como el mejor hotel de Sudamérica por los usuarios de Tripadvisor, así como el sexto mejor de todo el mundo.

- La clasificación Q es el emblema de calidad que se establece en los mejores restaurantes de la ciudad.

- La agencia Metropolitan Touring ofrece rutas y excursiones a medida desde Quito (y, por supuesto en Galápagos). Si se quiere visitar la Hacienda la Compañía camino a Otavalo (que cultiva las mejores rosas del mundo) conviene reservarlo con ellos, ya que son de los pocos que tienen exclusividad con este lugar.

- Oficina de turismo de Quito: www.quito.com.ec

Aprovecha los días libres que aún te quedan y disfruta de unas vacaciones inolvidables. Descubre rincones que ni siquiera te imaginabas, empápate de nuevas culturas y sólo preocúpate de eligir tu destino.

Texto y fotografías: José Miguel Redondo (Sele) www.elrincondesele.com

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