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Los hijos del esperma de contrabando

Prisioneros palestinos sacan esperma de contrabando para que sus mujeres se puedan quedar embarazadas. Ya han nacido seis niños y dieciocho mujeres esperan un bebé

Lydia y el pequeño Majed, de 18 meses, concebido con esperma de contrabando / Razan Medical Centre de Ramala

Hace tres años llegó la primera sorpresa: una madre cisjordana daba a luz a un hijo concebido con esperma de su esposo, que estaba preso en una cárcel de Israel. No sería raro si no fuera porque los prisioneros palestinos no tienen derecho a un vis a vis íntimo con sus parejas. De hecho, se ven a través de un cristal, se hablan por un teléfono interno, no se abrazan, no se tocan. Hay alrededor de 4.500 presos palestinos, que tienen visitas limitadas de 45 minutos, sin trato físico entre maridos y esposas. Sólo los hijos menores de ocho años pueden entrar en contacto con sus padres. Y, pese a todo, ya han nacido seis niños sacando semen de contrabando de esas cárceles, llevándolo rápido a un centro de fertilidad y planificando luego una inseminación. Hay 18 embarazos en proceso en este momento y en los frigoríficos aguardan unas 70 muestras más.

Los hijos del esperma de contrabando

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Según explica el doctor Salem Abu Khaizaran, al frente de la Clínica Razan de Ramala, el proceso por el que el esperma sale de la cárcel es “un misterio”. “Ni yo mismo lo sé, se lo aseguro”, insiste. No hace preguntas. Sólo necesita saber si la muestra es buena. Para ello han debido pasar no más de 48 horas desde que se tomó. “Hay que correr mucho. A veces abrimos en festivo si hay un caso”, añade. En su sala de espera estallan las risas. Las mujeres hacen conjeturas sobre cómo diablos se logra lo que Israel niega. La Autoridad de Prisiones sostiene que las dudas son “elevadas”, que no “creen” que verdaderamente estos niños sean hijos de presos, dado el número de sistemas de seguridad que tienen implantados en las cárceles y su elevada eficacia.

Pero el doctor explica que “no hay duda” de la procedencia de las muestras. Al parecer, se toman dos testigos por parte de la familia de la mujer y otros dos por parte de la del hombre, que presencian la entrega. Luego, se hacen pruebas de ADN. E incluso, en algunos casos, se busca un certificado del imán del pueblo de cada pareja, que ratifique que el bebé procede de una unión legítima. Era uno de los principales problemas por superar: que no haya duda de que la esposa no ha sido infiel en ningún momento. “Estos tratamientos los podíamos haber hecho hace años, pero los repensamos porque las mujeres podían ser mal vistas en sus comunidades. Ha costado tiempo informar a todos para que supieran de la nueva técnica, pero ahora lo entienden y apoyan”, añade Samia Ahlaj, enfermera del centro.

Esta nueva opción se busca como una manera de engrosar la lista de “luchadores” en Palestina, esto es, con motivaciones políticas, pero también y, sobre todo, como una manera de hacer que las mujeres ancladas por las largas condenas de sus esposos tengan la oportunidad de desarrollarse como madres, a veces la única faceta que se les deja en una sociedad todavía excesivamente patriarcal. La mejora anímica, dicen los médicos, es notable. “Es un medio de resistencia. Traemos más hijos al mundo por la causa palestina. Pero también me hace sentir plena, porque puedo crear una familia. Estoy sola desde que me casé a los 19 años. Cuando mi marido salga ya podré tener hasta nietos”, defiende Fathma Ali, 32 años, esposa de Omar, condenado a 35 años de cárcel. El doctor Abu Khaizaran justo la examina esta mañana, mostrando en el monitor los avances del bebé. Es un niño. Se llamará como su padre. Y parece sano a sus cinco meses largos. “Nos sentimos muy felices”, reconoce el médico.

Estas insólitas inseminaciones son noticia estos días porque han nacido los primeros gemelos, Zaid y Zein, hijos de Roula y Muhammad Abd al Ghani; el padre, de Nablus, está condenado a cadena perpetua. Y también este viernes se espera que se produzca el primer reencuentro entre padre e hijo, aún en prisión. Los abogados del Gobierno palestino han logrado que el pequeño Majed, de 18 meses, tenga permiso para ver a Abdel Karim Rimawi, su progenitor, un título imposible de poner en duda ante los ojos verdes de su esposa, Lydia. “Este momento lo será todo para nosotros, la victoria final”, dice orgullosa mientras enseña a su hijo la foto de su esposo, un joven bigotudo y confiado, hoy condenado a 25 años de pena.

Lydia explica que llevó al niño a la cárcel cuando tenía un mes, pero los funcionarios israelíes le impidieron que entrara. “Gritaban que no podía ser el hijo de Abdel Karim, porque estaba preso”, se indigna. Le exigieron un examen de ADN que ella se negó a hacer. Al final no ha sido necesario, gracias a la mediación de la administración palestina.

 
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