Noches de samba y candomblé en Salvador de Bahía
La omnipresente negritud, la vida intensa que se escenifica día a día en las calles, la fuerza de las tradiciones yorubas traídas de África por los esclavos, el carnaval, el candomblé, la capoeira… son algunas de las señas de identidad de Salvador de Bahía, la ciudad más africana de Brasil, su capital cultural y la que guarda con mayor intensidad la huella colonial portuguesa.
Salvador de Bahía fue fundada por el navegante italiano Amerigo Vespucci el 1 de noviembre de 1501; en conmemoración a ese día la llamó Bahía de Todos los Santos. Durante 300 años fue la capital del Brasil colonial portugués. Instalada sobre un promontorio rocoso que domina la ensenada, rodeada del recòncavo, una llanura fértil donde crece muy bien la caña de azúcar y el tabaco, Salvador llegó a ser la joya de la corona portuguesa y la gloria del Brasil colonial. Los palacios, las iglesias y los conventos se sucedían en la Cidade Alta, a la vez que se incrementaba la población de esclavos negros para mantener toda esa industria.
Cuando en 1763 la capitalidad se trasladó a Río de Janeiro, Bahía era una urbe mestiza, bulliciosa y decadente a la que los brasileños llamaba Bahía de Todos los Santos... ¡y de casi todos lo pecados!
El Pelourinho, el barrio antiguo de la Cidade Alta, es el lugar más emblemático de Bahía. Un dédalo de calles y plazas empedradas, rodeadas de bellas mansiones y palacios barrocos que tras años de olvido y abandono recuperó su esplendor gracias a su declaración como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO y a una ingente y costosísima rehabilitación.
Las viejas fachadas enmohecidas y llenas de ronchones se revocaron y pintaron con los colores vivos y chillones de Bahía –azules celestes, amarillos, almagres, salmón – , las iglesias y los conventos se rehabilitaron y abrieron al público, las plazas se adoquinaron de nuevo para ganarlas como espacios urbanos. Un lavado de cara que ha hecho del Pelourinho el lugar más “in” de Bahía, a donde se trasladan ahora artistas, jóvenes con inquietudes culturales y muchos extranjeros. Tres siglos después, la perla colonial de Brasil vuelve a brillar con todo su esplendor.
El centro del barrio es el Largo do Pelourinho, una plaza triangular, inclinada, tan perfectamente irregular que te reconcilia con un urbanismo hecho a medida del hombre, donde los colores vivos de las fachadas hacen juego con las torres barrocas de la igreja do Nossa Senhora do Rosario dos Pretos y los enmohecidos escalones que suben a la Praça Quincas Berro d’Agua. Es el gran teatro del barrio, donde se mezclan mujeronas ataviadas con los trajes típicos bahianos de voluminosas faldas, turistas, pillos, vendedores y agentes de los terreiros de candomblé en busca de clientes para la función de esa noche.
En un extremo de la plaza destaca un edificio de fachada voluminosa y aspecto aún siniestro. Fue el mercado de subasta de esclavos. Pero como todo se transforma en este barrio de savia nueva, ahora alberga la Fundación Jorge Amado, en recuerdo del gran escritor brasileño. Amado es a Bahía lo que Borges a Buenos Aires o Durrell a Alejandría.
Dicho está que Bahía es la ciudad negra de Brasil. Un 80% de sus habitantes desciende de los antiguos esclavos. Desposeídos de su dignidad, de sus derechos y de sus referencias religiosas, aquellos pobres desdichados trataron de mantener en secreto sus costumbres como única vía para no perder su pasado. Así, ante la imposición del catolicismo por sus amos la respuesta fue adaptar esos santos y esas estatuas a los orixas de sus creencias africanas: Xangó, por ejemplo, se escondió bajo la figura de San Pedro, Yemanjá pasó a ser la Virgen María, y la efigie de Santa Barbara se identificó con Iansã. Un sincretismo al que ayudó también el que la mayoría de ellos procediera de las costas de Togo, Benín, Ghana y Nigeria, donde era mayoritaria la etnia yoruba, en cuyos rituales se incluía el sacrificio de animales y la ingestión de parte de estos. No les fue por tanto difícil adaptar todo esto al sentido sacrificial de la misa católica. Nacía así el candomblé, la religión afro-suramericana más enraizada en Brasil, donde se mezclan ritos católicos con danzas de posesión espiritual que llevan a estado de trance.
Dicen que Bahía es una ciudad beata porque tiene 365 iglesias.... y más de 2.000 terreiros, los barracones donde se practica el candomblé. Durante la época colonial fue una ceremonia prohibida; más tarde, cuando se toleró por parte de la autoridades, estuvo vedada a los blancos y curiosos, Hoy, es imposible para un forastero caminar más de diez pasos por la Cidade Alta sin que le ofrezcan entradas para una sesión de candomblé en los arrabales de la ciudad. No es que la religión sincrética de los bahianos se haya prostituido. Simplemente se adapta a los tiempos.
El candomblé es una religión, pero también es una fiesta, como lo es casi toda actividad humana en Bahía. El ritmo, la música, el baile son elementos fundamentales para entender una ciudad como ésta. No hay que olvidar que cantautores míticos de la música brasileña, como Caetano Veloso, Gal Costa, Daniela Mercuri o Carlinhos Brown, nacieron y se criaron musicalmente en Bahía.
La Cidade Alta se asoma al acantilado que la separa del puerto por el Elevador Lacerda, un ascensor modernista construido en 1928 que salva los 85 metros de altura del morro donde se asienta el casco histórico. Por el se puede bajar a la Cidade Baixa, al puerto y al Mercado Modelo, un pastiche con souvenirs para turistas. Desde allí es una buena idea tomar un taxi para recorrer la carretera que bordea el litoral. Las playas de Bahía no son tan famosas como las de Río, pero no desmerecen de aquellas. Y sobre todo, escenifican a diario la alegría de vivir bahiana. De un pueblo, como decía el propio Jorge Amado, “bueno, amigo de los colores chillones, bullanguero, manso y amable”.