Aventura sahariana en el tren más largo del mundo
El viaje del que os vamos a hablar no entra dentro de estos parámetros: no es un recorrido clásico. Ibn Battuta, Joseph Conrad o Ryszard Kapuściński no dejaron escrita ni una sola línea sobre él y apenas es conocido para la mayoría de mortales. Sin embargo, viajar en el tren más largo del mundo es una de las experiencias más auténticas e inolvidables que se pueden hacer hoy en día en nuestro planeta.
Nouadhibou es la capital comercial de Mauritania. La mayor parte de la población vive de la pesca –los caladeros mauritanos son famosos a nivel mundial-, y otra buena parte de sus gentes viven de la minería, procesando las miles de toneladas de hierro que vienen de las lejanas minas de Zouerat, en la parte nororiental del país.
Precisamente, a raíz de esta abundancia de hierro se construyó en 1963 el ferrocarril Nouadhibou-Zouerat, 704 kilómetros de vía por las que transita el que está considerado el tren más largo del mundo.
Nuestra aventura comienza en una solitaria “estación” a las afueras de la ciudad a la que hemos llegado sin el total convencimiento de que el tren pasará –los horarios son bastante variables, así que lo mejor es preguntar-. Sin embargo, comprobamos que ya hay bastantes personas esperando al tren. El andén no existe, es el propio suelo: arena y piedras del Sáhara en un paisaje yermo en el que la monotonía solo es rota por la propia estación. Somos los únicos turistas, junto a un jubilado griego que viaja solo y pronto se une a nosotros. Un viajero tan valiente como inconsciente con más de cien sellos en su pasaporte.
Tras más de una hora de espera, llega el tren. Es impresionante. Un convoy compuesto por más de 200 vagones tirados por tres locomotoras diésel que tarda varios minutos en pararse. En total tiene más de 2,5 kilómetros de longitud, lo que le convierte en el tren más largo y pesado del mundo. A pesar de que no pasa de los 40 km/h, es la forma más rápida para llegar a la ciudad minera de Zouerat desde Nouadhibou.
La gente que aguardaba en la estación comienza a subirse a los grandes vagones de hierro vacíos. La mayoría son hombres mauritanos y saharauis que van ataviados con sus thawbs de algodón y sus kufiyyas cubriéndoles la cabeza, una prenda fundamental para este viaje si no se quiere acabar tragando más arena de la cuenta.
Nos montamos en uno de esos mastodónticos vagones que volverán a Nouadhibou llenos de hierro. El tren echa a andar y a pesar de que la comodidad brilla por su ausencia, nos sentimos únicos por unos instantes.
Los camellos salvajes que corretean paralelos a las vías del tren, las solitarias acacias que vamos dejando a nuestro paso, y los puntuales vientos que levantan la arena de las dunas nos dejan claro que estamos en uno de los parajes más inhóspitos del planeta: Sáhara en estado puro.
Al poco de partir cae la noche. El calor inicial se torna en un frío cada vez más gélido y nos abrigamos a base de capas. Nuestros vecinos del vagón de al lado, unos jóvenes que dicen pertenecer al Frente Polisario, nos ofrecen un té caliente que nos pone de nuevo en funcionamiento. La camaradería entre los pasajeros es algo intrínseco en este trayecto.
Extendemos nuestras esterillas sobre el suelo metálico para tratar de dormir pero el fuerte traqueteo del tren y sobre todo la impresionante estampa del firmamento cubierto de cientos de estrellas, nos impiden conciliar el sueño. Resulta difícil encontrar una posición en la que estar cómodo, aun así nos sentimos unos privilegiados por poder estar haciendo este viaje.
Cuando empezábamos a perder la noción del tiempo y después de más de ocho horas metidos en ese cubículo de metal, llegamos a Choum, la ciudad que sirve de enlace para llegar a Atar, el campamento base para adentrarse en la región de Adrar, donde están Chinguetti y Ouadane, dos fascinantes ciudades de origen bereber que son Patrimonio de la Humanidad. La aventura ahora es otra. Nos subimos sobre fardos a la parte trasera de una pick-up y ponemos rumbo a Atar con la sensación de que acabamos de terminar uno de los viajes más inolvidables de nuestras vidas: el tren más largo del mundo solo es el comienzo para descubrir uno de los países más desconocidos de África.