Uzbekistán, el alma de la ruta de la seda
Hay lugares que se componen de pisadas, de las huellas que otros dejaron a lo largo de la Historia. El de la ruta de la seda no fue únicamente un mero sendero comercial entre países, y los pies que lo surcaron llevaron consigo algo mucho más importante que tejidos, joyería o especias. Sus alforjas, sostenidas por caballos o camellos capaces de atravesar durísimos desiertos, llevaban también el saber de los pueblos, un material intercambiable compuesto de conocimientos, ideas y cultura.
En Uzbekistán se encuentra el nudo de comunicaciones de este camino de sabiduría. En el corazón de Asia Central este país guarda como oro en paño tres ciudades vestidas de etapas de la ruta de la seda. Son Samarkanda, Bukhara y Khiva, las cuales conservan su atmósfera medieval en cúpulas azul turquesa que iconizan los tiempos de personajes como Tamerlán, Marco Polo, Ibn Battuta, Avicena o el español Ruy González de Clavijo. ¿Nos acompañáis en un paseo por ellas?
Uzbekistán es un país moderno, independizado tras la caída de la URSS, cuyo tamiz sovietizado se mantiene en muchos sentidos. Pero de todos los países de Asia Central es el que contiene una mayor infraestructura turística y resulta bastante fácil moverse. El eje a cubrir sin el cual uno no debería marcharse del país bajo ningún concepto es Samarkanda-Bukhara-Khiva. Tashkent, la capital, nos sirve de punto de llegada y lanzadera para conocer estas tres ciudades que son el alma de Uzbekistán y de la Ruta de la Seda.
Pronunciar el nombre de Samarkanda es viajar incluso sin salir de casa. En sí es la que aglutina millones de historias cargadas de exotismo y saberes más antiguos que el viento. El centro de su universo se denonima Registán… la Plaza, sostenida por el equilibrio de tres madrasas vestidas de azulejo. Un conjunto absolutamente maravilloso que no tiene igual en el mundo y que es capaz de justificar de por sí un viaje a Uzbekistán. Si la ruta de la seda tiene un corazón, que nadie dude que se encuentra aquí.
Samarkanda fue la capital del Imperio Timúrida, con el gran Tamerlán como bandera de poder. Por tanto su huella está presente en distintos lugares como, por ejemplo, su última morada, Gur-e Amir, el mausoleo dedicado al gran emperador y que para muchos es un adelanto del Taj Mahal, levantado por sus descendientes mongoles en India.
La Mezquita más importante de Samarkanda es Bibi Khanum, con una cúpula turquesa sostenida a 40 metros que se considera la más gruesa del mundo islámico. Se construyó a principio del Siglo XV con los mejores materiales y, dicen, que fue un regalo de la esposa de Tamerlán a su marido. Aunque un breve affaire con el arquitecto, que le dio a elegir entre un beso o terminar la gran obra, dibujó una leyenda de celos y asesinato cruel desde lo más alto de la cúpula.
Y, aunque el Registán es lo más conocido de Samarkanda y, probablemente, de Uzbekistán, uno de los rincones más emocionantes es Sha-i-Zinda, un viejo cementerio timúrida con tumbas nobles. Un corredor de edificios de grandes puertas decoradas sobre una colina desde la que hay grandes vistas de la ciudad, es el paseo más hermoso que uno puede darse por la “capital” de facto de la ruta de la seda.
Samarkanda se llevó la gloria pero Bukhara, ciudad que vio nacer a Avicena, autor del canon de medicina utilizado durante siglos, es posiblemente la más bella no sólo de Uzbekistán sino de toda Asia central. Para el Islam siempre fue una de las más sagradas, de ahí que mantuviera su apodo de “la santa”.
En este caso toda la ciudad vieja está en un estado de conservación increíble, sintiéndose uno en plena Edad Media. El complejo Poi Kalon, con madrasa, mezquita y un minarete gigantesco cuyos detalles resultan fulgurantes es, sin duda, una de las estampas más bellas que se pueden contemplar en el país (con permiso, y según gustos, con el Registán de Samarkanda).
En Bukhara conviene perderse para salir a buscar un extraño edificio con cuatro minaretes (Chor Minor), la gran fortaleza de los emires (Ark) o un sinfín de detalles de adobe y ladrillos entre cúpulas y ventanales minúsculos. Es la más tranquila de las ciudades históricas uzbekas y el lugar más idóneo para comprar artesanía en alguno de los varios zocos con los que cuenta su casco viejo.
Samarkanda la grande, Bukhara la espiritual… ¿y Khiva entonces? Muy fácil… la ciudad de las 1000 y 1 noches, un sueño hecho realidad. Como si de un decorado de Aladino se tratase, esta pequeña ciudad amurallada que se encuentra entre dos desiertos deja con la boca abierta a todos los que la visitan.
Sus murallas parecen olas de adobe protegiendo un tesoro de callejones estrechos y prácticamente más edificios históricos que habitantes. Ya casi nadie recuerda que fue uno de los grandes mercados de esclavos de Asia (y del mundo). Cuando uno observa el minarete inacabado o callejea un poco en busca de la foto perfecta se olvida de la noción del tiempo. Aquel es un paraíso urbano de adobe, ladrillo y hermosos azulejos en los que sentir bajo los pies una bonita historia llamada ruta de la seda.
Uzbekistán es uno de los países más en auge turísticamente hablando. Razones para ello las hay. Y muchas…
Texto y fotografías: José Miguel Redondo (Sele), autor del blog El rincón de Sele y responsable de la Guía práctica de viaje a Uzbekistán.