¿A qué te recuerda el delta del Mekong?
A arrozales. A la guerra de Vietnam. A Marguerite Duras. A Graham Green y El americano impasible. A templos comidos por la selva. El delta del gran río asiático es el paisaje más escenográfico del sur de Vietnam. La estampa que todos hemos idealizado de este país asiático: verdes campos de arroz, campesinos agachados con sus gorros cónicos, mercados flotantes y casas como palafitos. Solo que no es un decorado; es una realidad. El delta del Mekong es, junto con la bahía de Ha Long, al norte, un lugar inexcusable en todo recorrido por Vietnam .
El Mekong es uno de los diez ríos más largos del mundo. Nace en el Tibet, al pie del Himalaya, y recorre cerca de 4.900 kilómetros a través del propio Tibet, China, Myanmar (Birmania), Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam. Su cuenca tiene la extensión de Francia y Alemania juntas y es tan fértil que el arroz que se produce en sus riberas sería suficiente para alimentar anualmente a 300 millones de personas. No en vano su nombre local es Mae Nam Khong, la gran madre de las aguas.
Sin embargo cuando el Mekong se convierte de verdad en una explosión de vida y fertilidad es en su último tramo, cuando tras cruzar la frontera de Camboya se interna en el sur de Vietnam a través de una tierra de perfil llano que apenas levanta dos metros sobre el nivel del mar en la que el gran río asiático difumina sus riberas y se desparrama en mil canales y regueros. Es el delta del Mekong.
Porque Vietnam y Mekong son dos realidades inseparables, dos siameses unidos por un cordón de aguas estancadas. En Vietnam el río deja de ser líquido para transformarse en recuerdo. Recuerdos de la guerra de Indochina, de la colonización francesa, de la escuela de la madre de la escritora francesa Marguerite Duras, de Graham Green en el hotel Continental de Saigón, del coronel Kurtz y la danza de las walkirias, de helicópteros artillados y bombas de fósforo y de una generación de jóvenes norteamericanos desperdiciada en una guerra absurda. Pero también de la vida que renace después de cada monzón, de los templos de tejados puntiagudos con grandes volutas doradas al borde de los canales, de los mercados flotantes, de los arrozales que verdean eléctricos al sol justiciero del trópico, de la belleza de un grupo de adolescentes uniformadas que salen en bicicleta del colegio, de la vida que se escenifica en las riberas y de ese “manto de opulenta vegetación que por abajo se encuentra ya trabajado subrepticiamente por el microbio humano”, como escribía Pierre Loti, el viajero y escritor francés que visitó el delta en 1900.
Can Tho y el mercado flotante
Todo recorrido turístico por el delta del Mekong empieza por Can Tho, la capital de la región. Aquí se apiñan más de 250.000 personas que trabajan en sus industrias de pescado, en la agricultura y en los servicios. Aún así, Can Tho no es mucho más ruidoso ni ajetreado que cualquier otro lugar de Vietnam, un país con tan elevada densidad de población que el turista occidental tarda días en acostumbrarse a la presencia constante de caminantes, ciclistas, motoristas, niños, mercaderes, paseantes ociosos (los menos), animales, mercados, camionetas, vacas y bueyes, restaurantes o viviendas en todos y cada uno de los rincones, en una sucesión que no tiene ni principio ni fin y que parece indicar que los setenta y tantos millones de vietnamitas pasan la vida haciendo algo todos a la vez al borde de los caminos.
El mayor atractivo turístico de Can Tho es el mercado flotante de Phung Hiep. Los mercados flotantes son la única forma de mercadear en un país sin apenas suelo firme. En ellos los aldeanos compran y vende de todo –ratas, perros, monos, pollos, pescado, marisco, serpientes y otros reptiles, verduras, hortalizas, ropa -, siempre desde la borda de sus delicadas embarcaciones. Aunque los hay por todos los canales, el de Phung Hiep gana con diferencia en tamaño y tipismo.
La cultura jemer de Soc Trang
Otro lugar recomendable es la pagoda de Munirangsyaram, el mayor templo jemer de Can Tho. Aunque para descubrir las evidencias de esta cultura de origen camboyano es mejor viajar hacia el suroeste en busca de Soc Trang, antigua capital de los jemeres camboyanos en el bajo Mekong, en la que aún viven casi dos millones de esta minoría. Una cultura palpable aún en la belleza de sus pagodas -como las de Kleang, Dat Set y Matoc-, en las salas del museo Jemer instalado en una antigua escuela en el centro de la ciudad o en fiestas tan coloristas como las regatas de barcas tradicionales jemer del 15 de noviembre.
Mosquitos y cocodrilos en Ca Mau
Quien quiera ver la parte menos habitada del delta debe seguir más al sur en busca de Ca Mau, la ciudad más aislada y singular del Mekong, distante apenas medio centenar de kilómetros de la desembocadura. En Ca Mau todo es extremo, empezando por el calor, la humedad y los mosquitos. Aunque son más peligrosos los cocodrilos que los anófeles. Se trata de una población pesquera que vive en otra dimensión del tiempo sobre palafitos de madera colgados del cauce y a la que se puede llegar en barco e incluso en autobús desde Can Tho y Ciudad Ho Chi Minh.
Sea en tranquila Ca Mau o en la bulliciosa Can Tho, por detrás de este escenario de comercio y ajetreo social están siempre los interminables arrozales. Hombres y mujeres se agachan y levantan de forma rítmica, casi coreográfica, sobre el manto verde del arrozal, cubiertos con el liviano peso de sus non la, los gorros cónicos tradicionales vietnamitas. El arroz en Vietnam es más que un monocultivo. Es una estilo de vida, una forma de espiritualidad. El arroz es la savia que mantiene el árbol de la energía, de una energía tan antigua como el propio río. Por eso, la silueta minúscula de los aldeanos tocados con el non la es parte sustancial y necesaria del decorado. Tal y como lleva ocurriendo en las orillas del Mae Nam Khong desde hace cientos de años.