Ocio y cultura

Siete buenas excusas (si es que hace falta alguna) para visitar Oporto

Oporto es el Atlántico. Una ciudad que no se entendería sin ese vasto mar al que se abre. Oporto son las humedades que llegan del océano, los olores y sabores de ultramar, una fachada desconchada, una farola mohosa, un plato de tripas á moda do Porto y los bancales escarpados del río Douro donde crecen las viñas que producen el vino más famoso del país. Porto, Oporto, el Portus Cale de los romanos -que dio origen al topónimo del país- es la ciudad más inclasificable de Portugal. Hermosa y decadente. Añeja y cosmopolita.

Aquí van siete razones por las que deberías visitar Oporto al menos una vez en tu vida:

Oporto no deja impasible a ningún visitante. Frente a la añeja solera de Lisboa la capital del norte portugués aparece como una urbe de contrastes donde la pobreza de las viviendas casi medievales que orlan la fachada del río convive con la opulencia elitista de la Avenida dos Aliados y la Praça da Liberdade, a la que se asoman bancos, palacios barrocos y entidades financieras, como el edificio neoclásico de la Bolsa, que gestionaban las riquezas producidas por su pujante industria.

Por las calles de Oporto no se pasea, se escala. Y no solo por la tremenda pendiente que ofrece la ladera septentrional del Douro, que hace más útiles que nunca los ascensores callejeros, como el moderno elevador de Guindais, sino también por la cantidad de obstáculos de todo tipo que siembran sus aceras. En el día a día portuense hay algo de africano en los colores y en los olores, y algo de barroco en el abigarramiento de sus tejados, en lo retorcido de sus calles, en la magnificencia de sus monumentos.

Una mixtura que se percibe sobre todo en la Ribeira, el paseo marítimo del Douro, antiguo puerto comercial al que llegaban loa barcos rabelos cargados de barricas de vinho do Porto. La Praça da Ribeira y su entorno, perfectamente remodelados para la vida peatonal, son una delicias para el visitante, que encuentra en este malecón fluvial el ambiente perfecto a cualquier hora del día. Aquí están los restaurantes más populares y agradables para un forastero (por las vistas y por el ambiente); aunque no son los más baratos de la ciudad. Si se busca algo más económico y de carácter local existen multitud de casas de comidas en torno a la estaçao de Sâo Bento, la praça de Batalha o la rua de Passos Manuel.

 

Desde la Ribeira se tiene la mejor vista del puente de Dom Luis I -el icono de la ciudad- construido en 1886 para salvar el cauce del río Douro. Pero mejor que limitarse a verlo y fotografiarlo desde fuera es utilizarlo como atalaya para ver desde allí el resto de la ciudad: subir a su nivel más alto y usarlo como inmejorable platea sobre los tejados rojos y el batiburrillo urbano de Oporto. Desde esta posición se divisa en toda su grandeza la Torre dos Clérigos, el hito más destacable del perfil portuense, construida en 1754 por un arquitecto italiano en el más primoroso estilo barroco.

Por supuesto también se ve la Sé, la catedral urbana, que tiene tanto de templo como de fortaleza y que simboliza el poderío de la ciudad en la Edad Media. Está incluida en la Rota das Catedrais portuguesas; en esta web tenéis toda la información sobre horarios y visitas al primer templo de la ciudad. Hay que dar un paseo luego por la estaçao de Sào Bento, con su impresionante hall de azulejos que recuerda la victoria de los portugueses sobre los castellanos en Aljubarrota.

Los barcos rabelos que ahora permanecen varados en la orilla del río correspondiente a Vila Nova de Gaia (la ciudad hermana y contigua a Oporto, separadas solo por el Douro) nos recuerdan el antiguo sistema de transporte fluvial en el que traían los vinos del valle del Douro hasta los almacenes de las grandes bodegas de Oporto. Lo que diferencia a este vino portugués de cualquier otro es que su fermentación se interrumpe añadiéndole aguardiente, por eso conserva la dulzura original de la uva, pero con un alto grado alcohólico. La mayoría de bodegas de Gaia organizan vistas guiadas, incluidas las más famosas, como Sandeman, Ramos Pinto o Bodegas Ferreira.

Otras visitas imprescindibles en la ciudad son la Casa do Infante, donde nació Enrique el Navegante, el gran rey que dio un imperio colonial a Portugal, y sobre todo el Museo de Arte Moderno en la Fundación Serralves, un edificio de líneas puras y vanguardistas firmado por el arquitecto portugués Álvaro de Siza, considerado uno de los mejores espacios museísticos de Portugal. Esta es la web de la Fundación.

 

 
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