Soledad Cazorla, la sabiduría de una mujer común

Madrid

"Esta es una carrera de fondo y con obstáculos", solía decir Soledad Cazorla al hablar de la violencia contra la mujer. Ella se había puesto a la pelea con toda la fuerza de su ánimo y con toda la formación de jurista que la avalaba. Quizá también con la educación que vio en su casa, cuando su abuelo, al escuchar elogios a una mujer sobre su belleza y su figura, preguntaba a su interlocutor: "¿Y además de guapa, qué es?. "Me enseñaron a que yo valía igual que los hombres", decía Soledad.

El día en que el fiscal general, Cándido Conde Pumpido, la nombró superfiscal contra la violencia de la mujer, ya llevaba ya mucho bagaje. Había visto cientos de casos como fiscal en Girona y Valladolid, en la Audiencia Territorial de Madrid, en el Tribunal Supremo. Apasionada del trabajo, con tres hijos, tenía el trato afable y pese a su talento y su formación, conservaba la sabiduría de la mujer común. Y una forma de hablar clara y sencilla: "A cada mujer maltratada hay que hacerle un traje a medida, no le sirve cualquier traje, porque tenemos que conocer el problema que tiene detrás".

En los momentos más negros de la crónica de los asesinatos a mujeres, la llamábamos desde la SER y siempre estaba dispuesta a hablar, a repartir pedagogía. Sobre la Ley Integral de Violencia de Género, decía: "El que piense que por tener un texto legal redactado se va a impedir que haya muertes, no entiende de lo que estamos hablando".

Es una pena tener que despedir a Soledad Cazorla, entusiasta, peleona, una absoluta tromba que luchaba contra esa parte de la sociedad embrutecida que cree que el feminismo es una pancarta y el maltrato a la mujer una cosa particular que se dirime en casa.