Y qué más da el final de 'Mad Men'
La serie de AMC finaliza tras siete temporadas y un aluvión de premios
Madrid
'Mad Men' ha finalizado, se ha ido al negro. Anoche lo hizo en EEUU y este lunes lo hará en España (21:30h, CANAL+ Series). Y todo el mundo hablando de 'Mad Men' y su final. Y todo el mundo llorando, rasgándose las vestiduras. Adiós a Don Draper -o como se llamase en realidad-, adiós al vicioso de Roger, a la firmeza de Joan o a las contradicciones de Peggy. Adiós al glamur de los sesenta estadounidenses. Ya nadie teclea las ruidosas máquinas de escribir; los teléfonos dejaron de sonar y -las más monas que listas secretarias- dejaron de descolgar. El cigarro humeante yace en el cenicero. La botella se acabó.
- sus premios
Y qué más da el final de 'Mad Men'; qué más da como ha terminado o si ha terminado. Qué más da si nunca más volverá; sus 92 capítulos han sido 92 páginas de un libro que se ha disfrutado de principio a fin.
Por qué llorar el final de una ficción, la de Matthew Weiner, que engatusó a los seriéfilos diciéndoles que les iba a hablar de publicidad y marketing. De ese incipiente mundo que en el recuperado capitalismo de los años 60 ayudaba a vender nuevos productos y que hoy vende productos que nadie necesita y todos compran como imprescindibles.
Una serie que sedujo por trasladar al espectador a un mundo de glamur, de estilo y de profesionales de la publicidad tan ingeniosos como machistas. Era la sociedad de los años 60 estadounidenses; el envoltorio sofisticado y elegante, con un gusto musical para aplaudir, hacía perdonar el desplante con el que esos hombres trataban a las mujeres de la serie o sus bromas racistas. Porque la sociedad de la época era así y la historia de aquella agencia de publicidad de la avenida Madison resultaba apasionante.
Pero Weiner engañó a su espectador mientras éste bebía de su botella. 'Mad Men' no era la serie de los publicistas; era el retrato de una época a través del que ver la condición humana en cualquier momento histórico. Como ya enseñaron los griegos en sus tragedias -y comedias- clásicas, como después repitieron desde Shakespeare hasta Moliere, los aspectos más mundanos y oscuros del ser humano no han cambiado en toda la existencia, han ido inherentes a él viviera la época que viviera o se desarrollara en la sociedad que le tocara vivir.
'Mad Men', con la estética por bandera y la historia de unos personajes que sirvió como excusa, ha dibujado la poliédrica realidad del ser humano. Los ambiciosos, capaces de pisotear a su compañero más leal; o los que difuminan la línea entre lo profesional y lo personal con el objeto de aprovecharse de aquellos que anhelan conseguir nuevas metas; o los que viven sumidos en un fracaso interno, tan solo porque su entorno les empuja a conseguir algo que ni ellos desean ni poseen facultades para lograrlo; o los que sintieron que el amor era un lujo que no se podían permitir. Todos estos personajes desfilan por el gran teatro de 'Mad Men'.
El racismo, la envidia, la traición, el sexo más animal, la homofobia, la mujer objeto, el hombre más despreciable y a la vez más admirado, la mujer valiente e inteligente, la que es dueña de su destino en un mundo de hombres, aquellos que creían en un mundo mejor, aquellos que miran atrás porque todo cuanto pertenece al pasado les resulta mejor….
Con el pincel de trazo más fino se ha dibujado este retrato de la condición humana llamado 'Mad Men'. Con la más alta exigencia estilística, con elegancia y estética. Por eso, en una frase que bien podría firmar el propio Don Draper, qué más da que la botella se haya acabado si lo realmente satisfactorio ha sido poder dar cuenta de ella trago a trago. Qué más da que el final de 'Mad Men' si disfrutar de ella ha sido todo un gozo.