Zurbarán, el pintor del silencio
El Museo Thyssen propone una nueva mirada sobre la obra de Francisco de Zurbarán en una exposición con más de sesenta obras del pintor, muchas de ellas nunca vistas en España
Madrid
¿Se puede dibujar el silencio en un cuadro? ¿Se puede llegar a escuchar? ¿Se puede percibir el tacto áspero del paño del hábito de un monje o la suavidad del tafetán de un vestido? ¿Se puede dotar de dignidad a la expresión de un santo abandonado a la muerte después de haber sido torturado? Son preguntas que quizá se plantee el espectador frente a los más de 60 óleos de Francisco de Zurbarán que cuelgan desde hoy de las paredes del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
Una exposición que acoge sesenta y tres obras, en su mayoría de gran formato, muchas de ellas nunca vistas en España, distribuidas por orden cronológico, y entre ellas 'San Serapio', una obra icónica del pintor del Siglo de Oro, considerada una obra maestra que no se veía en nuestro país desde hace cincuenta años.
‘Zurbarán: una nueva mirada’ plantea una revisión actualizada de la obra del pintor, desde la perspectiva de los descubrimientos y estudios realizados sobre su trabajo en las últimas décadas. Las últimas exposiciones antológicas de su obra se pudieron ver en el Museo del Prado en 1988 y, diez años más tarde, en Sevilla.
Mar Borobia, comisaria de la muestra junto con Odile Delenda, sostiene que la pintura de Zurbarán es "honrada porque no se distrae con nada, va a la idea, a lo esencial, no va a la decoración ni al artificio".
Zurbarán, el pintor del recogimiento, del misticismo, del detalle, de la sencillez, el pintor que sacralizó lo cotidiano y de quien Borovia destaca "la facilidad que tiene para comunicar emociones y un mensaje religioso”. Eso hace que Zurbarán, hoy en día, "siga conmoviendo por la forma que tiene de enfrentarse a la pintura, tremendamente sencilla, con un mensaje que todavía nos sigue llegando".
En ‘Zurbarán: una nueva mirada’ descubrimos también a otro gran pintor, a su hijo Juan de Zurbarán, colaborador y discípulo de su padre, autor de bodegones y dueño de una prometedora carrera que truncó la peste cuando tenía 30 años.
