Corrupción y perversión sexual en 'True Detective'
HBO estrena la segunda temporada de su aclamado thriller policiaco
Madrid
Segunda temporada de 'True Detective'. Sin rodeos: ¿Han destrozado la serie? No, ni mucho menos. ¿Mantiene el interés que invita a pasar de un capítulo a otro? Sí, probablemente más que la primera temporada. ¿Es igual de brillante? No. La segunda temporada de 'True Detective' (al menos, tras ver los 3 primeros episodios) defiende la atmósfera que tan particular y especial la hicieron en su primera entrega, aunque la serie ya no es ese golpe que destroza la estructura mental del espectador. Lo cual no es ni bueno, ni malo; sino diferente.
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Es elogiable que tanto HBO como Nic Pizzolatto (creador y productor) hayan apostado por el cambio. Es una serie de antología y como tal, hay nuevos actores, personajes, tramas… Todo eso ya se presuponía. No tanto el cambio en enfoque, objetivo y narrativa. Un riesgo asumido. 'True Detective' es también una serie brutal en su temporada dos a la que el espectador no se puede acercar recordando la primera. La esencia se conserva, pero es importante la apertura de mente desde el otro lado de la pantalla para poder degustar la parte más noble de esta ficción: la del poso, la que subyace tras la historia de asesinatos, corruptelas o secuestros que sea que se nos cuente.
Esta segunda entrega de 'True Detective' se convencionaliza, se hace más terrenal -sobre todo en su primer episodio- a la hora de presentar personajes y abordar los hechos. Destierra el halo de misterio en torno a sus personajes más allá del que pueda provocar el carácter propio de cada uno de ellos.
Pizzolatto sitúa la acción fuera del área rural. Ya no hay paletos supersticiosos, ni vecinos timoratos, ni putas que mascan tabaco y beben cerveza; ahora son más sofisticadas. En esta nueva temporada, una ciudad en la que la industria es más importante que las personas es el eje que todo lo vertebra. Ya no hay ciervos ni rifles. Hay maletines y cuervos. La corrupción y la perversión sexual entran en juego en un tapete urbano en el que mueven sus fichas varios personajes tras los que andan poderes de diversa índole: gubernamental, criminal, empresarial…
'True detective' continúa maravillando porque pone sobre la mesa una trama impactante y adictiva; sin embargo, no se pliega a ella porque, ante todo, es una ficción de personajes.
Para esta segunda temporada ofrece un ramillete de cuatro protagonistas impecablemente diseñados en guion que, interpretativamente, cuajan con mayor dificultad. Los Colin Farrell, Vince Vaughn, Taylor Kitsch y Rachel McAdams, estando bien, andan lejos del fino trabajo de McConaughey y Harrelson en la temporada uno.
Farrell da vida a Ray Velcoro, un detective sin demasiadas pretensiones en medio del podrido departamento de Policía de Vinci, la ciudad ficticia de California en la que sucede la historia, en la que todo está corrompido. En ese punto, Velcoro no es un adalid de la justicia, más bien de que no le toquen las pelotas.
Mal compañero, peor padre. No da problemas a sus infectos superiores y tampoco a uno de los líderes mafiosos de la ciudad, Frank Semyon (Vince Vaugh), con el que un encuentro del pasado le ha unido en una relación de colaboración al margen de la ley. Si el personaje de Farrell es el típico solitario, bebedor, atormentado, agresivo y autodestructivo; el de Vaugh resulta más interesante. A medio camino entre un Tony Soprano ('Los Soprano') y un Frank Sobotka ('The Wire'). No es el criminal al uso: puede romper piernas o desfigurar a su socio, pero también es vulnerable y teme.
Plato de interés es el policía de carretera que interpreta el guapito (ese rol explotará en la serie) de Taylor Kitsch. Un ex militar cuyas heridas siguen sin cicatrizar, incómodo en la vida que le está tocando vivir y que niega su verdadero yo. Una persona llena de contradicciones. Los acontecimientos lo apartarán de su rutinario trabajo de guardia de tráfico para comenzar una compleja investigación criminal junto a Velcoro.
Al mando de ese comando especial de investigadores, la detective Ani Bezzarides (Rachel McAdams); de carácter igualmente autodestructivo que Velcoro, pero con un marcado concepto de justicia y deber. Huye sin huir de su infancia y su familia.
Un criminal, tres policías -desconocidos entre sí - y una muerte repentina hace tambalear los cimientos del lucrativo y corrupto entramado económico y político de Vinci. No solo hay en juego ciento de millones; también la posibilidad de que las reglas del juego cambien o, peor, que alguien haya decidido reemplazar a los jugadores. Que el podrido status quo se mantenga depende no tanto de que los tres agentes resuelvan con éxito la investigación del asesinato, sino de cómo la resuelvan. ¿Interesa llegar hasta el fondo? ¿Interesa la verdad?
Todo está relacionado. Aéreos planos de nudos de autopistas se suceden a lo largo de los capítulos en una clara metáfora de que en el mapa de la corrupción de Vinci todo está complejamente unido entre sí.
Cuatro personajes absolutamente geniales. Antihéroes, kamikazes sin aprecio a la vida. Dañan a quienes aman porque no saben vivir ni trabajar en compañía. Una botella de burbon, una raya de cocaína o una moto es la única salida para quienes hacen de la soledad su estado ideal.
En su segunda temporada 'True detective' gana enteros como serie criminal, los pierde como thriller psicológico. Sacrifica brillantez por astucia y seducción. El nivel de guion, dirección (hasta cinco directores se dan cita en los 8 episodios que componen la temporada), fotografía, etalonaje… mantiene parámetros inalcanzables para el común de las series. Al espectador le encomienda la tarea de ser permeable a los cambios. Si así sucede, disfrutará de una ficción brutal.