Ostras, ciudades medievales y carriles-bici en el sur de Bretaña
Al noroeste de Francia, en el ‘brazo’ expuesto a los embates del Atlántico por Normandía y el Pays de la Loire, se localiza Bretaña: la Francia más auténtica. Con una superficie similar a la de Galicia y una población que rebasa los tres millones de habitantes, pocas regiones en Europa presumen de contar con una cultura propia tan arraigada. Hablar de Bretaña es hablar de encantadores pueblos de piedra, ciudades marineras, mujeres con cofia, hombres de largos cabellos fumadores de pipa, florecientes escuelas de pintores, castillos medievales, fornidos caballos, pintorescas casonas de entramados de madera y piedra, paisajes salvajes, acantilados, playas, faros, y…, ¡hasta un idioma propio! El bretón, una lengua difícil y particular que muy pocos lugareños dominan al cien por cien.
Tomando como punto de partida el aeropuerto Nantes Atlántico, puerta de entrada a la Bretaña desde el Alto-Loira gracias a los vuelos directos de Madrid a Nantes de Air Nostrum. Os proponemos un viaje a través de la parte meridional de una región luminosa, agreste, marinera, medieval, y de un carácter muy marcado. Enfilamos la carretera para realizar un plan perfecto de tres días por el sur de Bretaña.
Uno de los placeres bretones es su gastronomía: crêpes, galettes, sidra, pescados, mariscos…; son muchos los manjares culinarios que ofrece la región. De entre todos ellos, las ostras es uno de los más codiciados, siendo Francia el primer productor europeo del preciado molusco. Precisamente, el cultivo de ostras es una de las tradiciones más arraigadas de Bretaña, contando el sur de la región con algunos de los parques ostrícolas más importantes. Conocer a Ivan Selo, quinta generación de una familia de expertos criadores de ostras, es el motivo que nos ha traído hasta el corazón del golfo de Morbihan.
Partiendo en una rudimentaria embarcación desde la punta de Toulvern, se recorre la bahía sorteando numerosas islas como: Arz, Gavrinis, Berder, y la más grande, la Ile aux-Moines, la llamada ‘perla del golfo’. Selo conoce la región como la palma de su mano y durante el trayecto hace las delicias de los visitantes con su sencillez y simpatía, contando casi de memoria, pero con pasión, todos los entresijos del proceso de cría de la ostra antes de llegar al plato.
La excursión sirve para entender la dureza de este oficio, puesto que el cultivo de este animal conlleva mucho trabajo (desde el nacimiento de la larva hasta que llega al plato la ostra pasan unos tres años). Para entender lo sacrificado de la profesión de ostricultor, se hace una parada en Île Longue, donde se encuentra uno de los parques ostrícolas. Allí, los turistas pueden calzarse un traje de goma para bajar al mar y azotar los sacos en los que se almacenan las ostras en una de las fases de su crianza, un proceso que los cuidadores de la explotación realizan de forma rutinaria cada pocos días. No obstante, todo sacrificio tiene una recompensa, por lo que la experiencia se remata con una degustación de ostras en el propio barco, las cuales han sido abiertas previamente por Selo para evitar “tragedias” a bordo.
Aún con el sabor a mar en la boca tras haber degustado unas de las mejores ostras de Europa, ponemos rumbo hacia el oeste por la costa. Dejando atrás poblaciones de importancia cultural como Auray, Carnac, Port-Louis y Lorient; llegamos a Concarneau. Ciudad portuaria y antiguo bastión de Bretaña que ha sabido conservar con gran acierto un patrimonio arquitectónico sorprendente.
Al abrigo de las murallas de la Ville Close, el islote fortificado, arrastreros y pesqueros de bajura desembarcan sus capturas no lejos de las fábricas de conservas y del astillero. A pesar de su exiguo tamaño, desde que se convirtió en plaza fuerte en el siglo XIV, su interior alberga la verdadera esencia de la ciudad. Dentro todo es armonía: callecitas empedradas, pequeños restaurantes, casas centenarias, comercios, y cientos de turistas, la mayoría franceses. Su Museo de la Pesca y el Marinarium son dos visitas de interés, además, su bahía está considerada una de las más bellas de Francia con algunas playas de fina arena como las de la península del Cabellou. Por último, los paisanos del lugar nos recomendaron de forma insistente volver a la ciudad en el penúltimo domingo de agosto, cuando se celebra Filets Bleus, la gran fiesta folclórica de Concarneau.
A escasos 15 kilómetros de Concarneau llegamos a una de las poblaciones más míticas del sur de Bretaña: Pont-Aven. A pesar de que la belleza de este pequeño pueblo es innegable, las cosas hubiesen sido muy distintas de no haber servido de inspiración a los pintores impresionistas a mediados del siglo XIX. Fue en estas décadas cuando se instaló en la villa un grupo casi contracultural, una especia de comuna de pintores en rebeldía. Pont-Aven significó un regreso a las fuentes originales de inspiración, al equilibrio de esta con la naturaleza y el ser humano. La búsqueda del purismo estético y de la esencia visual dio lugar así a un estilo sintético y simbolista. Desde Paul Gauguin a Paul Sérusier, pasando por Emile Bertrand y el genial Vicent Van Gogh, todo un universo de artistas acudió a su llamada.
Hoy en día Pont-Aven conserva intacto el aura que inspiró a los impresionistas. Una visita a la localidad invita a seguir los pasos de Gauguin; adentrarse en el Museo de Bellas Artes, cuya reapertura está prevista para 2016; pasear por el legendario Bois d’Amour, en el que se citaban los pintores; o deleitarse de un paseo en barco por el río Aven mientras se observan los viejos molinos de agua que inspiraron a los artistas de la época. Asimismo, en las afueras de la localidad se encuentra la capilla de Trámalo, una particular iglesia gótica del siglo XVI en cuyo interior se halla el Cristo en la cruz, una talla de madera policromada del siglo XVII debe su fama a la obra de Gauguin “El Cristo amarillo”, una visita más que recomendable antes de poner rumbo a Quimper, donde hacemos noche.
Amanece en las calles empedradas de Quimper. La capital de la histórica región bretona de Cornualles es hoy, con sus más de 63.000 habitantes, el centro administrativo del departamento de Finistère. Protegida tras una ría de veinte kilómetros en la desembocadura de los ríos Odet y Stëir, su centro histórico se agrupa en torno a la majestuosa catedral gótica de St-Corentin (ss. XIII, XV y XIX), de la cual surge una red de travesías, plazoletas y callejuelas adoquinadas jalonadas por casas de entramado de madera y piedra de los siglos XVI, XVII y XIX. Un barrio viejo que durante cientos de años estuvo cercado por las murallas del siglo XIII que protegían la ciudad, unos muros de los que apenan quedan algunos fragmentos repartidos por la ciudad.
Desde su fundación por el rey Gradlon de Cornouaille en el siglo V, la ciudad ha ejercido de guardián de la cultura bretona. Precisamente, junto a la Catedral se encuentra el antiguo Palacio Episcopal, sede del Museo Departamental Bretón, una visita imprescindible para indagar en la historia y cultura bretona desde la antigüedad hasta nuestros días. El otro museo imprescindible es el de Bellas Artes, ubicado junto al ayuntamiento fue inaugurado en 1864 y muestra una importante colección de pinturas de las escuelas holandesa, flamenca, italiana y francesa. Pueden admirarse obras de Rubens, Boucher, Dell’Abate, Corot y Fragonard, y, por supuesto, de la escuela de Pont-Aven.
Sin tiempo para más, nos despedimos de está evocadora ciudad de aires medievales ascendiendo al monte Frugy, a espaldas de la oficina de turismo. Desde arriba la panorámica de Quimper describe a la perfección la grandeza de una ciudad a la que en su día los romanos llamaron Aquilonia.
A unos veinte minutos de Quimper, conduciendo dirección norte por la carretera D36, llegamos a Locronan. Este evocador pueblo de 800 habitantes está considerado uno de los más bellos de Francia, una distinción más que merecida teniendo en cuenta el aire medieval que desprende cada uno de sus rincones. Nacido como santuario celta, en el siglo VII fue cristianizado por el monje irlandés San Ronan, al cual está consagrada la iglesia (1424-1485) que domina la ciudad. Este templo religioso, designado ‘Patrimonio Histórico’ en 1845, se localiza en la Place de l´Eglise, el centro neurálgico de Locronan y una de las plazas de pueblo más impresionantes del mundo.
No es de extrañar que la cinematografía haya puestos los ojos en esta localidad. El perfecto estado de conservación de las casas bretonas repartidas por Locronan le ha convertido en escenario de numerosas películas como “Tess” de Roman Polanski. Desde 1930, el pueblo acoge una media de un rodaje cada cuatro años.
Después de dos intensos días visitando ciudades históricas ya iba siendo hora de contactar con la salvaje naturaleza bretona. Nos desplazamos hasta el extremo oeste del departamento de Finistère: la Pointe du Raz en el cabo Sizun. Allí, en el centro de visitantes, nos recibe Matthew Colin, nuestro guía por esta reserva natural de 2.024 hectáreas distinguida como Grand Site de France. El día es soleado, el mar está en calma y el paisaje es hermoso: un tapiz de flores y helechos va a morir al borde de unos impresionantes acantilados forjados en su lucha contra la bravura del Atlántico.
Matthew nos guía por el GR-34, más conocido como Sendero de los Aduaneros, un camino pegado al océano que rodea todo el perímetro de la región de Bretaña. Por el camino, nuestro guía nos ilustra con historias sobre las grandes corrientes marinas, los faros y los potentes motores que usan los pescadores en sus barquichuelas para evitar el vuelco de las mismas. Se dice que las lubinas de Pointe du Raz, un pez amante del movimiento, son de las más sabrosas en la región.
Recorremos una mínima parte de esta senda por el cabo Sizun hasta llegar a su extremo más occidental desde donde se observa la inmensidad del Atlántico, solo interrumpida por las figuras del Faro de la Vieille, la baliza La Plate, la Île de Sein, el faro d´Ar Men, y más en la lejanía el tenebroso Maison phare de Tevenec, ya abandonado. Colin, nos enseña los nombres de algunas piedras del acantilado como el cerdo bebiendo o el pescador sentado, piedras a las que los pescadores han dado nombre para orientarse en la zona. También se observa la sensacional playa de la Baie des Trépassés y en la lejanía la pointe du Van. Un lugar fascinante e inspirador, fundamental en un viaje a Bretaña.
Dejamos la costa atlántica para adentrarnos en el interior de la Bretaña. Seguimos el mítico canal Nantes-Brest una extraordinaria obra de ingeniería desarrollada durante la primera mitad del siglo XIX (1803-1858). Bien a pie, en bicicleta, a caballo o en barco, disfrutar de los 364 kilómetros de canal se ha convertido en una de las actividades favoritas entre los franceses. La imagen de grupos de ciclistas jubilados descansando para comer es una estampa habitual en las ciudades que flanquean la vía fluvial. No obstante, este es otro viaje del que hemos tomado buena nota para próximas escapadas bretonas.
De entre las localidades más emblemáticas que el canal deja a su paso, se encuentran Josselin y Malestroit. Dos ciudades encantadoras y de auténtico sabor medieval. Paramos primero en Josselin, la ciudad de los duques. Fundada en el siglo XI por el vizconde de Porhoët, Josselin es famosa en todo el país por su castillo, uno de los más imponentes construidos con granito en Francia y que luce como una gran fortaleza desde la fachada que da al río Oust.
A escasos 25 kilómetros se encuentra Malestroit. La llamada “perla del Oust” es hoy un centro turístico de primer orden. De la antigua ciudad quedan bonitas viviendas, unas de madera, con gabletes y pisos en voladizo; otras en piedra, con buhardillas y gárgolas esculpidas. La Place du Bouffay concentra algunas de las viviendas bretonas más destacadas de la ciudad, como la casa del Pelícano y la casa de la Marrana que Hila, de los XV y XVI. En la propia plaza se localiza la iglesia de Saint-Gilles, construida en el siglo XII y que sorprende por su yuxtaposición de estilos.
Continuando dirección sur unos 15 kilómetros y desviándonos un poco del canal Nantes-Brest, se llega a otro de los considerados pueblos más bellos de Francia: Rochefort-en-Terre. Distinguido como Petite Cité de Caracteré, está población de apenas 100 habitantes es otro decorado de película y una de las ciudades más pintorescas de Bretaña. La Place des Halles y la Place des Puits, dos de los puntos de encuentro más emblemáticos de Rochefort, cuentan con magnificas casonas de piedra de estilo bretón de los siglos XVI y XVII. Otra de sus joyas arquitectónicas es la iglesia de Nuestra Señora de la Tronchaye, del siglo X, cuya peculiaridad es estar construida en un nivel bajo de la ciudad. El templo ha sido objeto de sucesivas ampliaciones a lo largo de los siglos para corregir su inclinación.
Por último, es recomendable subir hasta al castillo y la ciudadela. Ambos se empezaron a construir en el siglo XII, cayendo en un total abandono durante cientos de años hasta que a principios del siglo XX, el pintor americano Alfred Klots adquirió sus ruinas. Klots transformó las antiguas dependencias del castillo en una lujosa vivienda y construyó una pequeña iglesia. En la actualidad pertenece al ayuntamiento y se mantiene gracias a los cuidados de un voluntarioso jardinero que vive de los donativos de los turistas que pasan por allí. Un lugar curioso para rematar una visita a Rochefort.
Antes de emprender el regreso a España visitamos La Gacilly (2.300 habitantes). La ciudad natal de Yves Rocher (1930-2009), el líder francés de los cosméticos, acoge desde 2004 el festival fotográfico Peuples et Nature. Durante cuatros meses (de junio a septiembre), esta coqueta población se pone sus mejores galas para dar cabida a cientos de imágenes repartidas por las calles de la ciudad y por diferentes salas de exposición. En 2014 fueron más de 350.000 personas las que se acercaron a Le Gacilly para disfrutar de la fotografía. Sin duda, un broche de oro para culminar un gran viaje por Bretaña, la Francia más auténtica.
Texto y fotos: Carlos de Alba (@kalipo10)
Más información en la web de Turismo de Bretaña: www.vacaciones-bretana.com
Aplicación del Oeste de Francia. Descargar aquí.
Como llegar: Air Nostrum ofrece vuelos directos Madrid-Nantes.