Bela Krajina: una experiencia ‘offtrack’ al sur de Eslovenia
Al norte de Croacia y haciendo frontera con Italia, Austria y Hungría por su parte septentrional, se encuentra Eslovenia. Si para muchos ya es difícil situar en un mapa al país más próspero de la antigua Yugoslavia, o no confundirlo con Eslovaquia –nación centroeuropea- y Eslavonia -importante región croata-; aún más complicado resulta tener conocimiento de la existencia de Bela Krajina, una hermosa comarca del sudeste del país en la que el turismo comienza a abrirse paso.
Perteneciente a la histórica región de Dolenjska (Carniola Baja), una de las ocho comarcas tradicionales en las que se divide el país, Bela Krajina (Carniola Blanca) es tierra de abedules, viñedos, bosques, ríos, colinas cársticas y pintorescos pueblecitos. Aquí todo es pequeño. La comarca cubre un área de 594 km², cuenta con 27.000 habitantes y desprende sosiego por todos sus rincones. En Bela Krajina todo está impoluto y ordenado, el respeto por la naturaleza es más que obvio, la gastronomía es excelente, la gente amable, se cuidan las tradiciones, se apuesta por el deporte activo, y para colmo, cuenta con una excelente y variada carta vinícola. La que viene a continuación es la crónica de dos días fuera de ruta por el sur de Eslovenia.
Tras pasar la noche en el Grand Union Hotel de Liubliana, donde habíamos llegado la tarde anterior procedentes de Venecia (típica puerta de entrada por aire a Eslovenia), temprano pusimos rumbo a Bela Krajina. La expedición la conformamos un grupo de cinco periodistas españoles de diferentes medios y un guía esloveno natural de Maribor, Tilen Gabrovšek, una enciclopedia andante de datos con un español casi perfecto.
Situada 90 kilómetros al sudeste de la capital eslovena, a la ciudad de Črnomelj (5.800 habitantes) se llega en apenas hora y media de coche. A pesar de su aspecto de pueblo, Črnomelj es la localidad más grande de la región, seguida por Metlika (3.500 habitantes) y Semič (1.500 habitantes). Funciona como nudo de comunicaciones principal en Bela Krajina y es la base de operaciones de la oficina de desarrollo turístico que dirige Peter Črnič, nuestro anfitrión en estas tierras.
Peter nos recibe en el casco viejo de la ciudad, un agradable conjunto de calles adoquinadas de aire medieval encajonadas entre los ríos Lahinja y Dobličica. El fornido director nos explica, en su español aprendido en Salamanca, los ajetreados días que ha vivido Črnomelj tras la celebración del Jurvevanje, un importante festival de música folclórica moderna que se desarrolla cada mes de junio en diferentes escenarios repartidos por el casco viejo.
Tras una breve introducción, hacemos un repaso exprés a los principales puntos de interés de la ciudad: el histórico castillo de finales del siglo XII (reconstruido el siglo pasado), la iglesia del Espíritu Santo (1487), la iglesia de San Pedro (1228), el triple puente (en la confluencia de los dos ríos), y el novedoso museo de Črnomelj. Este último abrió sus puertas hace apenas una año gracias a la inversión de un millón de euros de ayudas de fondos europeos y presenta la historia de la ciudad a lo largo de los siglos. Los carteles explicativos, impresos únicamente en esloveno, confirman nuestra sospecha de que visitamos territorios “virgenes” para el turismo internacional.
Durante el almuerzo en Gostilna Muller (Ločka cesta 6, Črnomelj), tenemos nuestro primer escarceo con la sempiterna pogača, un sabroso pan de origen otomano que se suele servir de aperitivo en cualquier restaurante, granja, bodega o sucedáneo del país. En Eslovenia se come muy sano, los productos son naturales, aunque las comidas son copiosas. Algo no recomendado para la siguiente actividad que nos esperaba.
Cuando el calor más apretaba y con la crema de boletus asentándose aún en el estomago, emprendemos ruta a pie guiados por Peter. Siguiendo un sendero no marcado cubrimos unos 12 kilómetros hasta llegar a Podlog, la mayor parte del camino transcurre entre tupidos bosques, un hecho corriente en Eslovenia puesto que éstos cubren un 58% de la superficie del país. Asimismo atravesamos algunos campos de cultivo y tranquilos pueblecitos como Butoraj, Zorenci y Bradci, en los que las leñeras están colocadas con perfección milimétrica, los henales tienen solera y la amabilidad campesina es una constante en sus gentes. Se respira tranquilidad y el entorno es hermoso.
Tras algo más de horas de caminata llegamos a Podlog, un pequeño pueblo de 60 habitantes asentado en un entorno espectacular. Allí han inaugurado recientemente el Glamping Malerič, el glamping es un nuevo concepto mezcla de glamour + camping que ha irrumpido con fuerza en los últimos tiempos en algunos países, entre ellos Eslovenia. Éste en concreto se compone de cuatro cabinas construidas de forma ecológica con capacidad para cuatro personas, cuenta con una piscina natural de aguas verdosas que según nos contaron se limpian con las propias plantas que hay en el jardín adjunto y la vista a los pueblecitos del valle es una idílica postal.
Aunque la noche la pasaríamos en el glamping, antes de que oscureciese decidimos ir a conocer el Lahinja Krajinski Park. Fundado en 1988, se trata de uno de los 40 parques naturales con los que cuenta Eslovenia, y que, junto al Parque Nacional de Triglav y los otros tres parques regionales, completan el 36% de territorio protegido del que presume el país.
Desde Podlog, fuimos hasta Pusti Gradec, donde se puede acceder al parque a través de la granja propiedad de la familia Klepec (permiso previo). Ésta es una de las partes de mayor atractivo histórico y cultural ya que a esta altura el Lahinja describe un gran meandro que ha favorecido asentamientos permanentes desde épocas neolíticas y donde se sabe que hubo un castillo desde el siglo XVI a finales del XVIII. En la actualidad se puede visitar la iglesia de Todos los Santos (1638), el cementerio que la rodea, el molino y el aserradero, estos dos últimos con cerca de 200 años de antigüedad.
En total, el área protegida cubre 259 hectáreas correspondientes a los siete primeros kilómetros de la cuenca alta del Lahinja, albergando siete monumentos naturales, dos reservas naturales, ocho monumentos culturales, formaciones cársticas, bosques, cenagales, cuevas, un lago subterráneo, un sendero marcado que rodea todo el parque, y hasta un pueblo –Mala Lahinja-, lugar de nacimiento del río.
El Lahinja Krajinski Park se ha convertido en uno de los imprescindibles en Bela Krajina. En sus alrededores visitamos Veliki Nerajec, un pueblecito de apenas 80 habitantes en el que no se ve un alma por la calle. Allí nos recibe Vera Vardjan, una vecina del pueblo que se ocupa de atender a los turistas que quieren información sobre el parque natural de Lahinja (aquí se encuentra la oficina de turismo) y que alcanzó cierta fama en su país por haber sobrevivido al impacto de un rayo.
En su galería, Vera nos muestra la artesanía tradicional de la zona que ella misma elabora, entre la que destaca los vodomci (martines pescadores flauta), símbolo del parque natural de Lahinja. Posteriormente nos lleva a un par de viviendas de estilo tradicional fabricadas en madera y con techos de paja compactada. Las casas tienen más de 200 años de antigüedad, y una de ellas cuenta con cocina negra (črna kuhinja), una constante en las casas tradicionales eslovenas en las que el humo de los fogones teñía por completo el techo de color negro en su camino hacia el exterior de la vivienda (no tenían chimenea para evitar la entrada de frío del exterior).
Cuando cae la noche volvemos al Glamping Malerič en Podlog, donde nos espera una sabrosa cena con vistas al valle de Dragatus. La primera toma de contacto con Bela Krajina ha sido muy positiva: poco turismo, mucho potencial y gente con ganas de trabajar en dar a conocer su región.
Amanecemos temprano en Podlog para dirigirnos hacia el río Kolpa, en el extremo sur de la región. El Kupa, como lo llaman los croatas, nace en la región montañosa de Gorski Kotar al noreste de Rijeka, tiene una longitud de 297 kilómetros, de los cuales 113 ejercen de frontera natural entre eslovenos y croatas. En 1998, la parte del río comprendida entre las localidades de Stari trg (al oeste) y Fučkovci (al este) fue nombrada parque natural (Kolpa Krajinski Park). Años después, en 2010, la Comisión Europea lo incluyó en su lista de destinos EDEN (European Destinations of ExcelleNce), un prestigioso nombramiento del que solo presumen otros tres lugares en Eslovenia: Idrija, la región de Solčavsko y el valle de Soča. Por todo esto, es fácil entender porque el Kolpa es el principal reclamo turístico de Bela Krajina.
Después de menos de una hora de conducción llegamos a Gorenji Radenci, donde se localiza un camping en el que alquilan barcas de rafting y kayaks (Kanu Kamp Radenci ob Kopli). Tras probar el agua de sauco, la bebida oficial durante nuestro periplo por Eslovenia, nos preparamos para la dura jornada de remo que se avecina. Ataviados con los botines de neopreno, el chaleco salvavidas y un casco, nos repartimos por parejas para cubrir los 15 kilómetros que separan nuestro punto de partida de Damelj, la localidad en la que hemos quedado para comer.
El Kolpa es el gran río de la comarca, se alimenta de las aguas de otros tres ríos de importancia en Bela Krajina: Lahinja, Dobličica y Krupa. Sus aguas son prístinas, de las más limpias de la cuenca del Danubio, sus orillas están pobladas de bosques de abedules y helechos, conocidos como steljniki, y las formaciones cársticas son una constante en sus márgenes. En ocasiones aparecen cuevas como Kraska Jama Kobiljaca, en la que hicimos una parada y en cuyas aguas subterráneas mora el enigmático proteo negro (Proteus anguinus parkelj), una anfibio ciego en forma de culebra autóctono de Eslovenia, Croacia y Hercegovina.
A pesar de que durante nuestras cuatro horas de remo no nos topamos con ninguna otra embarcación, el verano es la temporada alta del río. Grupos de jóvenes eslovenos recorren el río en varios días parando en los diferentes campings a descansar, las aguas alcanzan temperaturas de 30ºC en algunas zonas convirtiendo el baño en una experiencia muy agradable. No obstante, remar da hambre. Por suerte, a nuestra llegada nos espera una suculenta comida tradicional en la granja turistíca Žagar, en Damelj.
Desde Dalmej viajamos 35 kilómetros dirección noreste hasta Metlika, otra de las localidades “grandes” de Bela Krajina. Cerca de allí, en Rosalnice, se encuentran las Tres Iglesias, una de las herencias culturales más importantes en la región. Conocidas como Tri Fare, se trata de un inusitado conjunto de templos góticos de los siglos XIV-XV levantadas dentro de un pequeño recinto amurallado. Al norte, se ubica la iglesia Nuestra Señora de los Dolores, en el medio está la de Ecce Hommo y al sur Nuestra Señora de Lourdes. La razón por la que se construyeron tan pegadas unas de otras es un enigma aún por desvelar, aunque algunas fuentes atribuyen su origen a la concesión de la parroquia de Črnomelj a los caballeros templarios a finales del siglo XII.
A escasos 10 minutos a pie de las iglesias, en Čurile, se localizan las bodegas Pečarič. Espoleados por el afán de conocer los afamados vinos de la región, nos presentamos en ésta bodega de carácter familiar en la que la mayor parte de su producción se consume a nivel local, entre los vecinos de la comarca. Ejerciendo de mecenas, Martín Pečarič nos explica el proceso de recogida de los diferentes tipos de uva, su producción, el embotellamiento, etc. Mientras nos guía por las diferentes estancias y almacenes de la bodega, vamos probando los primeros vinos de los 17 que fabrican: espumosos, helados, blancos, tintos, rosados, dulces…, en total probamos siete clases en una cata en la que aparece una vez más la omnipresente belokransjska poğaça, la mejor compañera para contrarrestar los envites del vino.
Con la alegría post-cata instalada en el cuerpo, nos despedimos de Martín y volvemos a Metlika. El sabor del vino y la poğaça permanecen en la boca cuando nos despedimos de la hermosa región de Bela Krajina, dejamos el sur para dirigirnos a los desconocidos Alpes de Kamnik y la Savinja, en el lado opuesto del país. Una aventura que merece ser contada aparte.