González Macho: "Ni conservadores ni progresistas han hecho nada por el cine"
González Macho asegura que no se arrepiente de haber dejado la primera línea y lamenta que el cine español "no ocupe nunca el lugar que debe"
Madrid
Enrique González Macho, Premio Nacional de Cine 1997 y expresidente de la Academia de Cine de España, asegura en una entrevista que no se arrepiente de haber dejado la primera línea del trabajo cinematográfico, donde estuvo 45 años, y que lamenta que el cine español "no ocupe nunca el lugar que debe".
"En todos estos años -ha confesado tras pronunciar una conferencia en los Cursos de Verano de El Escorial sobre 'Sociedad y cine español desde la Transición'- no he podido superar la decepción de ver que el cine español sigue sin ser considerado como merece; eso ha sido así, es así y seguirá siendo así", augura con pesar el empresario, fundador de los emblemáticos cines Renoir.
"Sólo tienes que ver que los partidos no hablan de Cultura ni en periodo electoral. Y el cine, ni se menciona. Por eso -asevera-, ni me fío de los progresistas, que no hicieron nada, ni de los ultraconservadores, que todavía hacen menos".
Productor, distribuidor y exhibidor, González Macho (Santander, 1948) batalló "todo lo que pudo" por sacar al cine, y al espectador español, del ostracismo, siempre desde posiciones de izquierda que nunca ocultó.
"Mi vida es la del cine en los últimos 45 años; lo que soy, lo poco que soy, se lo debo al cine, una profesión difícil y compleja, pero gratificante", asegura este abuelo que reconoce no soportar mucho a los niños pequeños y tremendamente orgulloso de sus hijos, tres de los cuales se dedican a actividades relacionadas con el cine.
Hoy, dice, no se arrepiente de su decisión profesional de cerrar sus empresas ni de abandonar la Academia del Cine: "O lo podía hacer como yo quería, o mejor no hacerlo".
Lo que más placer le produce ahora es "viajar y ver las cosas desde la barrera: no tengo ninguna meta profesional", afirma, aunque cuesta trabajo creer las palabras del vehemente empresario, siempre con una ironía a tiempo para zanjar cualquier tema.
"La historia del cine lo es de continuas decepciones y de cosas que te vuelven a incentivar para seguir, pero las cosas cambian", apunta mientras refiere la frustración que supuso para él cerrar los cines de provincias donde había conseguido llevar la versión original "porque no había público".
Su historia profesional comienza en los años 70, cuando deja su carrera de Económicas atacado por el virus del cine; el joven Enrique conoce a la actriz soviética Yelena Samarina que, junto a su marido, había fundado la distribuidora "ALTA Films" -iniciales de los nombres de los hijos de la pareja, Alejandro y Tatiana-, y acaba comprando la empresa. Decide conservar el nombre. "Ellos tenían algunas películas rusas, que por aquel momento aquí se desconocían totalmente -la URSS era el demonio-. Entonces no había quien trajera ese cine ni dónde exhibirlo", recuerda.
Así que probó suerte. Con su mujer y un par de amigos montó "una oficinita" en Gran Vía y, después de algunos "desencuentros" con el gobierno ruso, que se oponía frontalmente a los proyectos del español, logró que le invitaran a visitar la Unión Soviética. Decidió importar aquellas películas en un momento en el que España no mantenía relaciones comerciales con la URSS.
Y en los 80, dio el paso más atrevido de carrera: "Fue lo más importante que he hecho en mi vida. Con los cambios políticos que se avecinaban en la URSS, me entrevisté con Boris Yeltsin y, entre copa y copa de vodka, conseguí que me cediera el cine mejor situado de Moscú para programar solo cine español". "La inauguración fue apoteósica. Fue la plana mayor del gobierno soviético; fue el primer acto de libertad de la famosa 'glasnost' que hubo en la URSS", asegura.
En aquel estreno vieron 'Las cartas de Alou', de Montxo Armendáriz. "Llevé jamón, chorizo, y plátanos, que les encantaban, y a un montón de cineastas, Almodóvar incluido".
"Como de cine soviético no vivía, me abrí a otras cinematografías desconocidas, la española la primera. Traje cine europeo, africano, chino; en 1986 me empeñé en programar "Dersu Ursala" en versión original, y lo hice, en el cine California (hoy, sala Berlanga)".
El empresario lamenta que su lucha por defender la versión original haya sido "estéril": "Cada vez va a menos, y no puedo culpar a nadie. Habría que cambiar los genes. Es un pelea perdida. Hice lo que pude".
"El cine español es muy interesante en todas las épocas y siempre ha sido maltratado y machacado por todos los gobiernos, ninguno ha tenido ninguna consideración especial". "No conozco a ningún productor al que le de igual hacer una película mala, nadie lo hace a sabiendas (...) Es una profesión que se autodepura mucho. Necesitamos una Ley que no sea una chapuza, ni un tapahuecos para el momento en que se aprueba. Hacen falta campañas como la del trafico, con información y represión, porque no nos gusta que nos eduquen. Es el modo de avanzar", considera.