Por fin en el tren. El intenso calor de la espera, tumbados en la tierra a casi 40 grados durante más de 12 horas, empezaba a hacer mella en los ánimos de Ihab y en la salud de su hermano Hussein, de 9 años. Tienen tanta alegría como cansancio, en cuatro horas cruzarán Macedonia, otro país más en esta travesía hasta el corazón de Europa. Ihab tiene 24 años, es topógrafo y viaja solo con sus dos hermanos. El viaje en tren es un paréntesis en la odisea de los últimos once días, desde que llegaron a Turquía. «Lo peor fue cruzar el mar. Hussein tenía mucho frío, era de noche y tuvimos que tirar todos nuestros abrigos al mar: había demasiado peso en la barca de la que nos rescataron. Intentamos no perder la calma pensando que tendremos una vida mejor pero por dentro sentimos mucho dolor por lo que dejamos atrás, nuestro país, nuestras familias, nuestras casas, todos nuestros recuerdos». En el mismo vagón viaja Fawaz con su hijo Yasir, de 7. El camino está siendo duro pero no le tienen miedo a nada. «Después del horror que he visto en Siria, ya nada me asusta. Hemos visto niños asesinados. Seres humanos destrozados. Cuando iba de mi casa a la de mi madre, tenía que taparle los ojos a mi hijo para que no viera la terrible realidad a la que nos enfrentamos». En tren se para, el grupo de 700 refugiados que van en él llega a Tabanovci, la última ciudad macedonia antes de cruzar a Serbia. Las horas de descanso se han terminado. Los pasajeros se bajan en mitad de campos de cultivo, no se avista ninguna población, ninguna señal, ninguna autoridad. Sacan los GPSs de los móviles pero las tarjetas de teléfono griegas no funcionan. Entre el desconcierto y la angustia, empiezan a caminar siguiendo los restos de basura. Son los restos de los miles de refugiados que han hecho esta misma ruta los días, las semanas, los meses anteriores. Por fin llegan a un pequeño campamento: 7 carpas, un equipo de Cruz Roja y policía serbia. Nadie quiere parar, tienen que cruzar el país cuanto antes. Pero para eso tienen que pasar por el centro de registro en la ciudad serbia de Presevo, para poder transitar legalmente por el país, durante 72 horas. Este trámite es necesario para poder comprar billetes de tren, autobús y para poder seguir viajando a Hungría. El centro de registro está a 10 kilómetros caminando. La OIM y ACNUR transportan a los más vulnerables (niños, mujeres embarazadas, personas mayores, enfermos) pero la gran mayoría los recorre a pie. La policía serbia intenta organizar a las miles de personas que se aglutinan al rededor del centro, que es un espacio al aire libre con unas instalaciones médicas y unas letrinas recién instaladas. Sólo ayer llegaron alrededor de 5.000. Comen lo que encuentran y duermen como pueden. Los más afortunados en tiendas de campaña que han comprado por el camino; la mayoría a la intemperie. Aquí pasan entre 24 y 48 horas, el tiempo en el que consiguen los papeles con los que podrán hacia Hungría. Los dos niños del vagón, Yassir y Hussein, escuchan atentos la conversación para no perderse detalle, como si supieran algo de inglés. «¿Cómo se le explica esta situación a un niño?», pregunto. «No se puede», dice Ihab. «Le he dicho que el hotel está muy lejos, por esto tenemos que caminar. Pero que nuestros padres vendrán después. Lo que no le digo es cuándo». Hussein sonríe cuando le pregunto cómo se imagina él su vida en Alemania. No sabe nada de ese país, no sabe nada de su lengua, ni de su cultura, ni de su comida. Pero no le preocupa, sólo quiere llegar allí para cumplir sus dos ilusiones: la primera, ir a la escuela, a la que no va desde el año pasado. La segunda, ir a Dortmund. Es fan del Borussia y cree que toda esta pesadilla habrá merecido la pena si consigue llegar a Alemania y jugar con el equipo de sus sueños.