Elecciones 23 de julio

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Fin de la ruta

Acaba la campaña más decisiva e incierta, disuelta en la calle con la Navidad

Un tablón con carteles electorales de distintas formaciones políticas, en Bilbao / Luis Tejido EFE

Cádiz

En pleno centro de Burgos, tomado por la niebla, un hombre reparte ejemplares de la Constitución. Es 6 de diciembre, aniversario de la ley, y en el Congreso todos los candidatos han hablado sobre su eventual reforma. ¿Usted también la reformaría?, preguntamos al hombre que las va dando a los transeúntes: "No sé, a mí sólo me han dicho que las reparta".

Al día siguiente, en la parte vieja de Santander, los bares se llenan durante el puente de la Inmaculada mientras la tele ofrece el único debate a cuatro de la campaña, en el que la vicepresidenta suplirá la ausencia de Rajoy. "Ya sé lo que haré el día de las elecciones, les tengo muy vistos", explica una señora que aún no sabe si entrar en un sitio o en otro para cenar. Antes de que empiece el debate, pronostica quiénes atacarán con la corrupción, quiénes hablarán de economía y cómo pedirá el voto cada uno. Acierta en todo.

En el pueblo más independentista de Cataluña -l'Esquirol, 2.000 habitantes- se multiplican las esteladas en los balcones. Lo que está en la calle no es la campaña, sino lo que llaman 'el procés'. Dice la mayoría de los vecinos, con su alcalde a la cabeza, que de alguna forma han "desconectado mentalmente de España", pero irán a votar el domingo "porque se presentan partidos que representarán en Madrid a los independentistas". "De todas maneras -añadirá una vecina-, aún falta mucho, ¿no? En Cataluña llevamos tantas elecciones...". Falta, cuando lo dice, una semana para el 20D.

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En Illán de Vacas, el rincón más despoblado de España, no hay rastro de la campaña ni de sus seis vecinos. "Vienen unos pocos días", cuentan en el municipio más próximo, Los Cerralbos, también en la provincia de Toledo. Temen en esta localidad, de unos 400 habitantes, que les ocurra como a sus vecinos de Illán y su pueblo, envejecido, acabe por desaparecer. Ocurre que aquí, a diferencia de los sitios anteriores, bien que notan cuando se acerca la campaña: "Es la única época en la que vienen los políticos. Uno del PP y otro del PSOE, y luego ya no vuelven", comentará un paisano mientras señala las casas que le rodean: "Esa está vacía, en esa ya no viven, esas dos sólo se llenan en verano. Y así en la mayoría de las calles".

El mayor contraste se da en San Fernando, en Cádiz, castigado por el paro como tantos municipios de la provincia con el mayor desempleo del país. En el barrio de la Ardila, donde grupos de personas echan la mañana en la calle sin saber ya donde buscar empleo, sonríen si les preguntas por la recuperación. "Yo ya no estoy en las listas del paro -dice un vecino- y eso que llevo seis años sin trabajo. Dejé de buscar. Es imposible". "¿De qué vivimos? De vender chatarra, de la ayuda de 400 euros, de las pensiones de los mayores, de que el puchero te dure cuatro días. De eso vivimos", añadirá otra vecina. Existe una extendida sensación de desconfianza en los políticos. "Son todos iguales", repetirán varios como si se hubieran puesto de acuerdo previamente. Coincidirán, además, en su falta de fe en que las cosas vayan a mejor. Y, sin embargo, todos piensan ir a votar. "Hay que votar y votaremos. Aunque ya no creamos". La fe, o la falta de ella, se cruza en la recta final de campaña como se cruzó el debate sobre la decencia. Catecismo electoral.

"Nunca he tenido la sensación de hostigamiento, de agresividad por parte de la gente", nos confesará el presidente del PNV, Andoni Ortúzar, al que acompañamos de paseo por el centro de Bilbao. "Lo que sí es verdad es que se acercan para explicarte situaciones desesperadas". Él dice que recurre a su cuadrilla de siempre -"los mismos niños con los que jugaba al fútbol de pequeño en una campa cuesta arriba"- para evitar desconectar de la realidad. "Es la manera de que no se te vaya la pinza". Y entonces te enseña el grupo de washap en el que cada uno habla de sus cosas y pone a caldo a los políticos cuando toca.

Será que la tele engorda, pero la campaña no ha sido en la calle como la vimos en la tele, cuyas cifras de audiencia se leían en clave política sin que esté aún demostrado que sea lo mismo un espectador que un votante. Eso se sabrá el domingo, cuando las urnas midan el alcance de la nueva estrategia electoral que ya no lucha por llenar plazas de toros ni manda a los candidatos al puerta a puerta sino al confortable sofá de Bertín Osborne. La tele ha sostenido el nervio electoral mientras en la calle se notaba mucho antes la Navidad que la campaña. Al cabo, de Navidad llevamos sólo un par de meses aunque a temperatura tropical y de campaña nadie sabe ya cuánto llevamos. Que ustedes lo voten -y lo vean- bien.

 
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