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YIHADISMO

Alemania se vuelca con las familias cuyos hijos luchan con el Estado Islámico

La asociación Hayat ayuda a padres, hermanos y amigos de jóvenes que se han radicalizado. Las autoridades estiman que en la actualidad viven en Alemania 7.300 salafistas

CADENA SER

Berlín

La desdicha de los refugiados no se termina cuando logran poner un pie en Europa. Están a salvo de guerras, quizás también del hambre y la miseria, pero no se libran de ser utilizados como moneda de cambio en la esfera política. Partidos de ultraderecha hilan un discurso en el que migración y terrorismo van de la mano. Quienes gobiernan hablan de inseguridad y dejan caer que la ruta de los refugiados podría ser también una ruta de entrada para yihadistas, pero la realidad, insiste Martin Kahl, investigador del Instituto para la Paz y la Política de Seguridad de la Universidad de Hamburgo, es que el “enemigo” está en casa.

“En el discurso público se propaga la idea de que lo malo viene de fuera y que es necesario cerrar las fronteras y protegerse pero hemos visto, por ejemplo, en los atentados de París que los terroristas se han criado en Europa, no en Siria. Por lo tanto los problemas de radicalización se encuentran en Europa y quizás habría que abordar el debate de una mayor integración”, asegura Kahl en declaraciones a la SER.

Nacen aquí y aquí se radicalizan. Las autoridades estiman que en la actualidad viven en Alemania 7.300 salafistas, unos 700 han viajado a Siria o Irak para unirse a Estado Islámico. El perfil se repite: jóvenes de entre 16 y 27 años, de ellos un 30% son mujeres. Su conversión comienza con pequeños cambios en su comportamiento habitual: dejan de comer cerdo, de celebrar su cumpleaños o de celebrar la Navidad. “Incluso jóvenes que son un tanto conflictivos, incluso pequeños delincuentes, dejan de serlo y dejan de consumir drogas", puntualiza Claudia Dantschke, quien desde 2011 dirige Hayat, una asociación que ayuda en Alemania a familias cuyos hijos se han radicalizado.

Tras los atentados de París, su presencia se ha convertido en habitual en la prensa germana, desde donde insiste en que cualquier joven puede caer en las redes del yihadismo, que no es cuestión de clase social o religión.

“En realidad puede afectar a todo tipo de familias. La radicalización no está relacionada con el origen, clase social, religión o la etnia sino que es susceptible de producirse en determinados tipos de familias: familias desestructuradas, en las que hay ausencia de la figura paterna o donde los chicos no se sienten comprendidos o demasiada autoridad”, argumenta. Esos son los patrones que más se repiten pero, recalca, la religión no juega un papel destacado.

Las madres son en la mayor parte de los casos quienes dan la voz de alarma, quienes acuden a buscar ayuda. La asociación Hayat, que cuenta con una oficina en Berlín y otra en Bonn, ha asesorado hasta ahora a unas 150 familias en toda Alemania. Son procesos largos, que pueden durar entre dos y tres años. Cincuenta casos han terminado bien. La clave es la comunicación.

“Es muy importante mantener la comunicación, tanto si los hijos ya están totalmente radicalizados o si están al comienzo del proceso. La radicalización es algo muy emocional relacionado con los propios deseos y a esos deseos solo tienen acceso las personas que están emocionalmente cerca. Lo fundamental es que la relación entre ellos se restablezca y los padres intenten entender qué quiere su hijo. Si su hijo llama desde Siria, deben mantener el contacto y hay casos en los que conseguimos que quieran volver”, dice Dantschke.

En el último año han proliferado en internet vídeos propagandísticos de Estado Islámico en alemán, en uno de ellos incluso se amenazaba directamente a la canciller Merkel. Las autoridades repiten que el riesgo en Alemania es serio y la prensa a menudo recuerda la historia de los gemelos Mark y Kevin: dos jóvenes alemanes de una familia de clase media que presuntamente se inmolaron en Irak en nombre de Daesh. Uno de ellos estudiaba Derecho, el otro era militar en el ejército alemán. Su padre, policía, no pudo hacer nada por evitar el trágico final.

 
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