Internacional

La revolución continúa

Más de 100 manifestaciones en Siria en las dos semanas de alto el fuego

Imagen de las protestas de 2011 en la ciudad portuaria de Banias, Siria / REUTERS

Beirut

“Recuerdo cuando empezaron las protestas en otras ciudades. No nos lo creíamos. Sólo un canal de televisión retransmitía unas imágenes de las protestas, las ponían una y otra vez. Había gente que no se lo creía pero empezamos a ver en las redes sociales fotos y vídeos de protestas en unos barrios de la periferia de Damasco, en Hama, Daraa… y en pocos días queríamos sumarnos a las manifestaciones. Teníamos miedo porque no sabíamos qué nos iba a hacer la policía. Pero los mayores, nuestros padres nos apoyaron, vinieron con nosotros, y eso nos dio fuerzas para hacerlo”.

Ali nos recibe en su casa de Beirut, con mate (en la zona de Hama y Homs se acostumbra el mate argentino) y chocolate. Sonríe al recordar cómo se organizaban para convocar las primeras manifestaciones en su vida. Tenía 18 años. “Al principio decíamos la misma palabra durante horas. Sólo decíamos libertad. La repetíamos una y otra vez”. Hace cinco años eran adolescentes, unos terminando el instituto, otros empezando la universidad, pero todos han vivido bajo el control del régimen. Todos conocen a algún preso político, han visto los privilegios otorgados a los miembros del Baaz y han sido discriminados por no serlo.

La detención de unos jóvenes graffiteros en Daraa que pedían la caída del presidente desencadenó la represión en las protestas. “Ya sabíamos que iba a pasar”, dice Alí, “al principio nos extrañamos porque sólo mandaron a partidarios del régimen manifestarse para contrarrestarnos en vez de a la policía. Pero según iban pasando las semanas, empezaron a actuar con más violencia. Al principio venían en motos y nos daban con las porras. Y luego llegaron las detenciones. De los que se manifestaban, de los que organizaban las protestas”.

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A él le detuvieron en dos ocasiones. Le mandaron a una base militar a modo de cárcel. Asegura que vio morir a hombres, mayores y jóvenes, todos los días. “Nos daban de comer dos aceitunas y un trozo de pan al día. Pero yo no lo comía, querían provocarnos sed y no nos daban agua”. Les impedían ir al baño porque era el lugar de tortura. Él fue en dos ocasiones. Asegura que colgaban a la gente y la azotaban. Algunos hasta la muerte. “Había gente de todas las edades. Un día llegó un niño de siete años, venía con ropa nueva, era la fiesta sagrada del Eid. Ese niño no podía ni sostener un arma pero por alguna razón lo encerraron ahí, donde escuchaba los gritos de las torturados en la habitación de al lado. Estaba aterrorizado”.

Tardó varios meses en recuperarse de las lesiones provocadas y, en cuanto pudo, huyó a Líbano. Era principios de 2013. Ahora, en dos semanas de tregua; dos semanas en las que las bombas han dejado de caer de manera sistemática sobre la población civil, se han repetido más de un centenar de manifestaciones en varias partes del país, en Alepo, Idleb, en los alrededores de Damasco. “Es hermoso ver que todavía tienen fuerza”, dice Alí con una sonrisa. “Han vuelto a salir pidiendo lo mismo de forma pacífica: libertad. La revolución en Siria continúa”.

 
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