El COI, tan sucio como la Bahía de Río
Algo sucio se mueve en el COI y la credibilidad de muchos de sus miembros está a la misma altura que la seguridad de la ciudad organizadora
Madrid
Basta ya de silencio. Basta de cinismo. Basta de mirar hacia otro lado. Basta de asumir con resignación que los Juegos Olímpicos vayan a celebrarse en una ciudad peligrosa como pocas, con una bahía sucia e insalubre, con la amenaza latente del zika, en un país inestable políticamente y un estado herido económicamente.
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Los miembros del COI decidieron, hace ya seis años, que Río merecía más que Madrid, Tokio o Chicago, la organización del evento deportivo más importante del mundo. Por aquella época, la llamada ‘Ciudad Maravillosa’ ofrecía datos alarmantes en cuanto a inseguridad y violencia en las calles. Se ha intentado lavar esa imagen a base de carísimas campañas de marketing, toneladas de publicidad engañosa y batallando a pie de campo, pero la cruda realidad es que poco ha cambiado en estos años.
A escaso mes y medio del comienzo de los Juegos Olímpicos, los atracos violentos en las calles se suceden sin descanso a pesar del amplio despliegue policial y militar. Las autoridades y fuerzas de seguridad no son capaces de frenar a los delincuentes de ninguna manera. La última víctima ha sido Liesl Tesch, una atleta paralímpica australiana, que fue atracada y robada a punta de pistola, igual que hace unas semanas lo fueron los españoles Tara Pacheco, Fernando Echávarri y Santi López-Vázquez. Y así decenas de casos cada día. La inseguridad es moneda de uso común y es difícil sentirse seguro en ningún sitio. Hace dos días unos narcotraficantes armados irrumpieron en un hospital céntrico de la ciudad -que será referencia durante los Juegos- para rescatar a un miembro de su banda, dejando un muerto y dos heridos durante la acción invasiva. En la ciudad de los cariocas impera la ley de la selva.
Si a ello le sumamos la manifiesta incapacidad para limpiar la nociva bahía de Guanabara, sede de la competición de vela, donde en los últimos meses se ha visto flotando desde un brazo humano a un cadáver de perro, pasando por un sofá y otros enseres domésticos, resulta más difícil todavía comprender la misteriosa razón de la sospechosa elección.
Por si todo esto fuera poco, el estado del Río de Janeiro acaba de decretar el “estado de calamidad pública”, es decir, una situación de colapso económico y una súplica de ayuda. El estado de emergencia económica es un hecho.
Ante esta catarata de evidencias -ya previsibles en el momento de la elección-, resulta más indignante aceptar la designación de los miembros del COI. ¿Qué extraños intereses les mueven? ¿Por qué se arriesgan a un ridículo planetario conociendo todas esas amenazas y despreciando opciones mucho más seguras y fiables? ¿Qué hay detrás de tanta negligencia? Hablar de corrupción sin tener pruebas concluyentes no es justo ni ético, pero tantos indicios dan para una profunda reflexión. Algo sucio se mueve en el COI y la credibilidad de muchos de sus miembros está a la misma altura que la seguridad de la ciudad que ellos escogieron para poner en riesgo la integridad física de deportistas, periodistas y turistas de medio mundo.