Sociedad
RUTA BBVA

Pelícanos, flamencos y mosquitos

La Reserva de la Biosfera Ría Celestún es un paraíso para las aves y un infierno para los que se atreven a entrar en los manglares, porque allí los mosquitos no perdonan

Ruteros en la Ría Celestún. / Ángel Colina

El paraíso de las aves

Celestún (México)

Rafael lleva la lancha y responde a todos los que le acribillan con la misma pregunta: “¿Y ese pájaro cómo se llama?”. Podría escucharla hasta 340 veces, porque hay 340 especies de aves. Algunas son migratorias, otras son nacionales.

Flamencos en la Ría Celestún / Ángel Colina

La Ruta BBVA llega a la Reserva de la Biosfera Ría Celestún, una reserva que se encuentra en la desembocadura de la cuenca de agua subterránea más importante de la Península del Yucatán y que cuenta con manglares, dunas, petenes, selva baja y pastizales.

Todos, cámara en mano, disparan para captar alguna imagen. Hay otros que querrían disparar; son los furtivos que, en México, buscan las aves más preciadas, pero en esta zona la vigilancia es estricta.

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Hay dos especies con las que los ruteros no necesitan preguntar a Rafael, porque los pelícanos y los flamencos son fácilmente reconocibles, aunque julio no es la mejor temporada: “En noviembre, diciembre y enero, todo esto es de color rosa”, aclara nuestro guía. En esos meses el agua se ve de un rosa intenso, porque los flamencos no lucen el tono más tenue que vemos en esta tarde de julio. La inexperiencia impedía ver ese detalle y, por suerte, está Rafael para explicarlo: “La diferencia está en la edad porque un flamenco adulto, con siete años, ya tiene el rosa intenso que le caracteriza, mientras hasta los cuatro el color es más tenue”. Hoy vemos a los que viven sus primeros años de vida, un grupo de unos cien son los que están a la vista. En enero, pueden rondar los 25.000.

El infierno de los mosquitos

Un giro de la lancha nos sumerge en la penumbra del manglar. El guía había advertido de que la reserva también alberga cocodrilos y que de noche se pueden ver, pero los pasajeros de la lancha temen más a los mosquitos, sus compañeros de viaje más fieles. Dentro del manglar, se multiplican, el repelente no sirve y algunas amigas se reprochan llevar una toalla de color amarillo chillón porque “atrae a los mosquitos”.

Los ruteros se bañan en el interior del manglar / Ángel Colina

Jesús Luna, el jefe de campamento y que a estas alturas está claro que está hecho de otra pasta, anima a los ruteros a bañarse. Algunos se meten por la aventura, otros se zambullen pensando que así huirán de los mosquitos y algunos quieren bañarse para que un amigo les haga la fotografía para enseñar a la vuelta. El agua que antes era clara empieza a tomar un tono grisáceo, todos se mueven y esquivan las ramas que les roza bajo el agua. De cuello para abajo, los mosquitos ya no pican. Las carcajadas retumban en el manglar, pero toca secarse y salir. La toalla amarillo chillón que había causado polémica ahora tiene un tono negro, algunos corren a la lancha para secarse allí y no volver a cruzarse con los mosquitos. En nuestro bote, los periodistas se secan y, como todos, reconocen que ha sido una experiencia única. El guía está tranquilo, apenas se mueve y parece que no tiene prisa. Y salta la pregunta: ¿A usted no le pican los mosquitos? La respuesta: “A veces, pero ya estoy acostumbrado”.

Marisol Rojas

Marisol Rojas

Trabaja en la Cadena Ser desde 2007. Empezó madrugando en Hoy por Hoy y ahora trasnocha en Hora 25....

 
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