"Me sentía el más chingón por juntarme con narcos"

Campeche (México)

Jonathan tiene 17 años y hoy enseña sus manualidades hechas de papel a jóvenes que se preguntan cómo alguien con tantas ganas de vivir y tantas ilusiones busca ahora rehacer su vida. Sueña con abrir un restaurante, un negocio con el que crear empleo en Playa del Carmen y dar tranquilidad a su madre y a su abuela. Ellas dos fueron a la cárcel a pagar la fianza, para que él saliera después de ser acusado de ejercer el narcomenudeo. Eso fue hace siete meses, cuando él creía que era el "más chingón por juntarse con narcos". Ahora, describe con dureza esa realidad: "Estas personas no tienen una vida feliz, porque tienen que andar cuidándose las espaldas porque saben que algún día vendrá alguien que los quiera matar".

Los expedicionarios de la Ruta BBVA han escuchado la historia de mexicanos que son casi tan jóvenes como ellos, pero que ya están buscando una segunda oportunidad. El centro Nueva vida es uno de los pocos recursos públicos existentes en México para jóvenes con adicciones. Todos ellos provienen de familias que no pueden pagar clínicas de rehabilitación para sus hijos alcohólicos y enganchados a la droga. El ingreso es voluntario y en algunos casos hay chicos que, como Jonathan, piden quedarse un tiempo más para seguir preparándose para el regreso a la vida.

Ana Sofía Soberanis es psicóloga del centro y reconoce que hay muchos jóvenes que ven al narco como alguien poderoso e incluso los chicos que están intentando dejar las drogas siguen “exhibiendo lo que hicieron: participar en secuestros, mutilaciones, atracos”, porque es su forma de reivindicarse. Aunque cueste creerlo, los profesionales de este centro advierten de que la ambición de convertirse en narco es "una moda" acompañada por grupos de música que hacen "apología velada del consumo de drogas".

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El peligro de recaer

Siete meses después del ingreso salen del centro, pero un 40% llega a recaer. Es difícil evitarlo porque "la calle no ayuda, aquí viven protegidos”, recuerda Soberanis. Aunque ha pedido una prórroga en su estancia, Jonathan no tiene miedo a volver a su barrio: “Yo nací para superarme, no nací para ser uno del montón. Tengo ganas de encontrarme con la calle y allí veré todo lo que he logrado”. Ese mismo discurso lo tiene Uriel, un joven de 17 años que empezó con los porros, se pasó a la cocaína y, cuando ya no la podía pagar, empezó a tomar piedra (crac) para terminar con los inhalantes, la droga más barata y accesible.

Él y Jonathan son los dos veteranos del centro y los que creen estar preparados para retomar sus vidas. Son los que se sienten con ganas de hablar y contar sus historias, aunque sea en forma de rap. Su letra es una declaración de intenciones. “los chicos callejeros siempre salen adelante”.