Nauru, el vertedero de los derechos humanos de Australia
"Llegué a clase y tenían los labios cosidos", cuenta Judith Reen, una profesora del centro de detención de esa isla del Pacífico
Desde Julio de 2013, los refugiados que llegan a Australia son enviados a Nauru, donde son retenidos durante años
Madrid
Un día, en clase de Judith, varios de sus alumnos aparecieron con los labios cosidos. "Sintieron que nadie les escuchaba y que no importaban, obviamente nos afectó mucho como profesoras, enseñar en una clase en la que hay niños con sus labios sellados así". Judith Reen daba clases en Sydney hasta que dejó el trabajo para enseñar en un colegio de Save the Children a los niños refugiados en la isla de Nauru. "Antes de ir a estos centros, nunca habría imaginado que mi gobierno podía hacer algo así. Pensaba que estaba preparada, que podía educar a gente tan aislada y hacer algo bueno. Ahora veo que para ellos nada ha cambiado, ellos están solos ahí".
Nauru, la cárcel de los refugiados
08:01
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/001RD010000004247799/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Nauru es una isla perdida en el Pacífico, la isla Estado más pequeña del mundo. Apenas 21 kilómetros cuadrados para 10.000 habitantes. Judith la describe como "un lugar en el que podía pasar cualquier cosa sin que nadie lo supiera. El centro está aislado en la isla que ya está aislada en el mundo". Allí acaban, por un acuerdo entre los dos países, quienes vieron frustrado su sueño de llegar a Australia buscando un futuro mejor y que fueron capturados por los guardacostas.
"Si nos quedamos en nuestro país morimos. Por eso corremos este riesgo, por la posibilidad de encontrar una vida nueva. Por desgracia, aún estamos buscando esa vida, una vida normal, pero no la podemos encontrar. Están siendo los peores días de mi vida para mí y para toda mi familia", cuenta un hombre retenido en el centro de detención en un video publicado por Free the Children Nauru, una iniciativa de los niños del centro. "Nos están matando diariamente aquí, preferiría haber muerto en el mar que morir aquí todos los días viendo a mi madre desesperada", asegura una adolescente entrevistada por Amnistía Internacional.
¿Qué es lo que provoca esa muerte lenta entre los más de 400 retenidos en la isla?, ¿qué es lo que ocurre en Nauru? Torturas, violaciones, abusos sexuales, bullying, falta de higiene, de salud y, en definitiva, de libertad. "Están escapando de tortura y guerra, cosas muy difíciles de imaginar y lo que enfrentan es más tortura. Es una tortura vivir en un ambiente con tan poco estímulo, en el que solo hay carpas blancas, rocas, rejas y nada más", explica Judith.
Ella trabajó durante 18 meses en Nauru, fue testigo de una situación creada por Australia. Cada año su gobierno financia con mil millones de dólares a las autoridades de Nauru, es decir, Australia paga para que Nauru reciba a sus refugiados. Con ese dinero "todos estos niños podrían haber ido a la universidad, estudiado, podrían haber tenido una vida aquí, tenemos espacio. Es una cuestión, no solo de racismo, sino también del miedo que los políticos y la prensa han trabajado tanto para crear".
Además de Nauru, el acuerdo incluye otro centro en Papúa Nueva Guinea, cuyo cierre han anunciado esta misma semana. En teoría, llegan allí de manera temporal, ellos creen que para realizar unos trámites antes de ser reasentados. Pero, en realidad, su situación es la de detenidos. La mayoría durante tres años. "Viven en carpas, carpas que no están hechas para vivir. Viven en la misma miseria. Cuando llueve el agua entra en las carpas, hay ratas y cucarachas" y además "viven con todos los sonidos de ese campo, nunca escapan. Aunque tengan un día tranquilo escuchan cómo sufren el resto y no tienen libertad para salir".
En el barco que les lleva a Nauru les asignan un número. Cuando lleguen a la isla, ese número se convertirá en su nueva identidad. En el centro de detención los abusos son diarios, sobre todo en las duchas donde son un objetivo fácil para los guardias. Pamela Curr investiga para una organización prorefugiados australiana las constantes violaciones a las mujeres de Nauru, cuenta que "entran en la ducha y el guardia les espera fuera, detrás de la cortina. Entonces empieza a correr el agua, cuando ven que la mujer se está enjabonando con champú, cortan el agua y cuando piden más tiempo para aclararse les dicen: vale, pero enséñame tu cuerpo".
El Gobierno de Australia da la espalda a lo que está ocurriendo, lo niega, a pesar de que existen cientos de evidencias que lo prueban. Los profesores y trabajadores de los centros, entre ellos Judith, han recogido las violaciones en unos 2.000 informes publicados por The Guardian. Los refugiados permanecen en el centro hasta que les dan el sí para vivir en la comunidad en Nauru. Cambian de habitación pero siguen sin ser libres, no escapan de los problemas. Es una isla pobre, corrupta, donde la población no los quiere y de la que ni siquiera pueden salir. Judith afirma que "cuando salen del centro tienen más problemas aún porque no son bienvenidos, no están seguros, se sienten amenazados por la gente de allí. Hay escasez en toda la isla así que creen que están compitiendo por unos recursos que no hay".
En el hospital al que pueden ir viven perros y gatos callejeros. La policía no considera crímenes los abusos de los que son víctimas: "si algo nos pasa nadie será responsable de ello, aunque vayamos a la policía, aunque hagamos nuestra propia investigación, los policías no harán nada por nosotros". Son consecuencias del vacío legal en el que se encuentran.
Al final, solo queda la desesperación, la necesidad de huir de la injusticia diaria. Un hombre llegó a quemarse vivo. Tardaron ocho horas en trasladarle a un hospital australiano. Para entonces, ya estaba muerto. Judith asegura que "no hay nadie que no haya vivido algo traumático ahí". Ha visto cómo "cuando pasa un tiempo empiezan a autolesionarse y no lo hacen para conseguir atención o para decir que están sufriendo. Lo hacen en privado, por la noche, cuando no hay nadie. Lo hacen porque están desesperados, no pueden controlar nada, solo sentir algo". Anna Neistat, investigadora de Amnistía Internacional, afirma que, en ocasiones, "los padres trataban de esconder todo lo que tenían en la habitación con lo que los niños pudieran hacerse daño o intentar matarse".
Llegó un momento en el que Judith se dio cuenta de que los niños no podían atender a sus lecciones, no podían concentrarse. Entonces, se convirtió en su confidente y escuchó cosas como "hoy por la mañana el guardia en la ducha me dijo que podía ducharme un minuto más si le enseñaba los pechos" o "cuando subí al bus el guardia me tocó y no me gustó". "Los niños eran adolescentes y eran muy conscientes de lo que pasaba, sabían que tenía que ver con un abuso de poder. A veces ni siquiera podían hablar y solo lloraban desconsolados".
Al final, el colegio de Judith fue cerrado por el gobierno. Ella volvió a Australia , pero nunca se olvidará de sus alumnos que, aunque ya no van a la escuela, continúan ahí atrapados.
Sara Selva Ortiz
Redactora de la sección de Nacional. Antes trabajó en el equipo de Hoy por Hoy, en Economía, en Informativos...