Los peligros acechan incluso tras la liberación de Mosul
Los diez pacientes de una de las salas del hospital West Emergency en Erbil creían estar ya a salvo cuando fueron heridos. Habían superado casi tres años de gobierno del Estado Islámico en Mosul, sin rechistar para salvar sus vidas, y meses de guerra tras el inicio de la ofensiva de las fuerzas iraquíes para retomar la segunda ciudad del país
Erbil (Irak)
Seidna y Mohammad están estirados en dos literas de la sala, sin apenas mobilidad por las fracturas en sus piernas. El primero tiene las dos rodillas afectadas, y el segundo un fémur roto. Las historias de ambos son similares.
Los avances de las fuerzas iraquíes que combaten el Estado Islámico empujaban a sus militantes hacia un área cada vez más reducida de la ciudad. Hoy todavía controlan el casco antiguo y sus alrededores, apenas una fracción de la metrópolis que han gestionado en su totalidad desde el verano de 2014.
“Caminaba por la calle hacia un puesto de control del ejército iraquí con mi familia, pensando que ya estábamos a salvo”, explica Seidna Khalaf, de 32 años. Durante la ocupación del Estado Islámico, Seidna pudo continuar su trabajo como vendedor de frutas en uno de los mercadillos de la ciudad. Pero fue en el momento en que dejaba atrás los combates, todavía en primera línea de frente, cuando un mortero cayó no muy lejos de donde se encontraba. Los fragmentos se incrustaron en sus dos piernas, fracturando ambas rodillas.
Una ciudad dividida
A poca distancia del hospital está la milenaria ciudadela de Erbil. Construida sobre una pequeña colina que domina la ciudad desde su centro geográfico, las más antiguas referencias indican que este territorio estaba habitado desde el neolítico. A diferencia de otras áreas del país, el Estado Islámico apenas ha podido penetrar momentáneamente en la región autónoma kurda de Irak, por lo que sus monumentos y excavaciones arqueológicas no se han visto afectadas por el ansia destructor de ISIS.
Cuando los militantes extremistas entraron triunfalmente en Mosul el verano de 2014 ante la fuga de los militares iraquíes, poco preparados, con munición que no encajaba en las armas y ante la desorganización de los altos mandos, el Estado Islámico estaba a punto de culminar su expansión en Irak.
Apenas habían pasado unos meses cuando vídeos emergieron en Internet en que se veía la destrucción de parte del yacimiento arqueológico de Nimrud. 30 kilómetros más al norte, los habitantes de Mosul intentaban seguir con su vida diaria.
“Si trabajabas y agachabas la cabeza, no se metían contigo”, asegura Seidna. Ahora está en la capital del Kurdistán iraquí, a 80 kilómetros de Mosul, pero sueña con el momento de volver a la ciudad para reencontrarse con su familia. Todavía deberá superar una nueva operación de transplante de piel en la rodilla y un mes de reposo. Luego, volverá a su ciudad natal donde podría optar a la rehabilitación que necesita en uno de los hospitales instalados por otras organizaciones.
Seidna y sus otros ocho compañeros de sala están recibiendo tratamiento gratuito en este hospital gestionado por el gobierno kurdo y que cuenta con el apoyo de la organización médica italiana Emergency, entidad que fundó este hospital hace dos décadas.
“Ahora hay centros médicos en Mosul pero no tienen salas de operaciones”, explica Davide Preti, responsable de medios de la ONG italiana, “y aquí tenemos tres, por lo que los heridos más graves son enviados desde el frente en ambulancias medicalizadas”.
Najib es enfermero en este hospital, financiado principalmente por la Organización Mundial de la Salud y también por donantes italianos, desde hace 20 años. De pie entre la litera de Seidan y la que acoge a un menor que ha perdido su pierna izquierda, explica que reciben pacientes con todo tipo de heridas. “Las causas son múltiples: un mortero, el disparo de un francotirador o el lanzamiento de pequeñas bombas desde drones”.
Uno de estos drones fue el causante de las heridas del único menor de la sala. Está en la zona oriental de Mosul, al este del río Tigris, ya liberada por las fuerzas de seguridad iraquíes. Aunque con menor intensidad que durante los combates, la violencia sigue golpeando a los centenares de miles de personas que intentan recuperar una vida normal. En uno de los ataques de los vehículos aéreos no tripulados controlados por el Estado Islámico, el menor sufrió graves heridas en su pierna que tuvo que ser amputada por los médicos.
Un futuro minado
Las operaciones en Mosul continúan y las fuerzas de seguridad han ralentizado sus avances. El Estado Islámico, encerrado en una pequeña área de la ciudad, opone cada vez más resistencia ante el cerco al que se ven sometidos. Los vehículos no pueden atravesar las estrechas calles del casco antiguo y los militantes han instalado sábanas entre los edificios que dificultan la visión aérea. Además, hay decenas de miles de personas todavía en los barrios bajo control de ISIS.
Unas personas que no quieren o no pueden salir. Como Seidan, Mohamad también fue herido cuando abandonaba los barrios del Estado Islámico. Las vendas recubren su pierna derecha y los médicos le han clavado piezas metalizadas para unir los huesos fracturados. “La bala del francotirador atravesó mi pierna cuando caminaba con mi hermano y mi madre”. Tras recuperarse, lo primero que hizo fue encenderse un cigarrillo sin miedo. “Te multaban con 45.000 dinares -unos 35 euros- si descubrían que fumabas”.
A pesar de las recientes dificultades tras lanzar la ofensiva en octubre, el gobierno iraquí confía en retomar la totalidad de la ciudad antes de verano. Se cumplan o no los plazos, los retos de Bagdad no finalizan con la victoria militar. Los desequilibrios de poder entre las diferentes provincias tras la caída de Saddam Hussein y no resueltos durante el resurgimiento del Estado Islámico en 2013 tras haber sido derrotado unos años antes; los abusos de las fuerzas de seguridad; o la desigualdad en el trato por parte del estado percibida por la comunidad suní facilitaron la expansión del grupo fundamentalista.
Un futuro minado, literalmente, para los habitantes de Mosul. “Los retos son muchos, entre ellos, la eliminación de las miles de minas instaladas por ISIS”, explica Najib. Los militantes extremistas han minado los alrededores de la ciudad y muchas de las áreas que controlan o controlaban. “En algunos casos han puesto minas delante de las mismas casas, para dificultar el trabajo de los soldados, pero que a su vez provoca que civiles mueran o queden heridos al salir por la puerta cuando llega el ejército”.
Pero los pacientes del hospital repiten lo mismo. “Cuando me recupere y la situación mejore un poco, volveré a Mosul. Es mi casa y donde está mi familia”, concluye Mohamad.