Ocio y cultura
Enrique Bunbury

Bunbury despliega sus alas sin clavos en Madrid

El artista luce con éxito sus 'Expectativas' en el madrileño WiZink Center, tercera parada española de su gira global

Bunbury despliega sus alas sin clavos en Madrid / Angel Manzano Redferns

Madrid

Solo algunos pueden permitírselo: Enrique Bunbury volvió a enfundarse el traje blanco de uno de los culpables de su despertar musical, Elvis Presley, en el WiZink Center de la capital ante 10.000 almas. Flanqueado por su banda de 'Los Santos Inocentes', vestida de riguroso negro, bajó del cielo o del infierno, arropado por los aires espectrales de la última canción de su disco 'Expectativas'. Enseguida enganchó con el sintetizador, la batería y el enigmático saxo de Santi del Campo, como si fueran las trompetas del Apocalipsis, anticipo de una ceremonia en la que desplegó sus alas al completo, sin clavos.

El artista, que ya había lucido "el traje de frío en la oscuridad" en Santander y Barcelona dentro de su Ex Tour 17-18, demostró que con un traje no basta, hay que saber llevarlo. Además, lo bailó, con continuos guiños a los movimientos del rey del rock'n'roll. No necesitó, para engrandecer el show, apoyo audiovisual, le bastó con un brillante juego de luces firmado por Miguel González.

Tampoco es cuestión solo de parecer rockero, hay que serlo de verdad. Defender la música por encima de géneros, explorar tus propios límites, huir de lugares comunes, de frases hechas o tener ese "no sé qué" que a tantos les falta —y él tiene, como reza en La actitud correcta, tema que ayer se alzó como uno de los nuevos favoritos del público junto a Cuna de Caín o en En bandeja de Plata.

Abrió la caja de Pandora para interpretar "tesoros" de toda su trayectoria aunque con traje actual, consolidando la idea de que no existe un Bunbury definitivo, va mutando. Así, alternó durante toda la velada temas de su carrera en solitario (como El anzuelo, Los Habitantes, El Rescate, Más alto que nosotros o Infinito con los de Héroes del Silencio (como Maldito Duende, Héroe de Leyenda, El mar no cesa o Mar adentro) que desataron la locura en la pista y levantaron a la grada, como si Enrique los transportara desde el más allá.

Al igual que su admirado David Bowie, el zaragozano sabe elegir muy bien a sus músicos. Como en el disco, brillaron sobresalientes sus ocho santos complementados en esta última etapa con el saxo de Santi del Campo. Del Campo también es cantante (ex de Los Especialistas), quizá por eso consiga que el instrumento se entienda tan bien con la voz.

Enrique es un coleccionista de ideas, un observador social, otra vez como Bowie. Un escritor, un narrador de historias que consigue, muy intensamente en este trabajo, que nos preguntemos todo el rato de quién habla en letras como la de Parecemos tontos. Él se esmera en explicar, lo volvió a recordar anoche ante el auditorio madrileño, que determinadas preguntas le "importan un comino". Las respuestas, recordó, "están en las canciones".

Ya hacia el final del concierto, sin chaqueta, con pañuelo rojo y gorro, el artista sacó la guitarra, convirtió la ceremonia en una fiesta mexicana. No habló en exceso con el público aunque bajó varias veces a buscar su calor a la pista.

Cerró la noche con dos de sus mejores canciones: Lady Blue, su verdadero ángel que valió un zarpazo al corazón, y con La Constante, la que demuestra que el amor es lo único que salva al hombre después de haberse quebrado en el desierto. Con ellas, arropado de nuevo por el saxofón, por los santos inocentes, cruzó una vez más las puertas al otro mundo. Bunbury demuestra que no es suficiente con tener alas, hay que saber hacerlas volar.

 
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